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1240 Words
Preparo unos pastelillos en la cocina, mientras escucho música a todo volumen. Tomo mi copa de vino y bebo de ella. Delicioso. Ando con unos calzoncillos y camisa sin sostén por toda la casa, al cabo estoy sola aquí. Me preparo una lasaña y como en la sala, mientras miro una serie de asesinatos en la televisión. Hoy ha sido un buen día. Al día siguiente, el calor es insoportable, así que me pongo mi traje de baño y me sumerjo. Paso algunas horas en el agua, es relajante. Me preparo unas piñas coladas, y cuando me he saciado voy a la cama. Estoy secando mi cabello, y mis ojos encuentran la otra ventana. Está deshabitada, por lo que supe se mudó la madre de St. James con su hermana. Pongo algo de música de Bach, y me llega el sueño. Lo menos que quiero ahora es tener que pensar en él. *** Estar en casa de nuevo, tu hogar, es tan gratificante. Solo que estar sola, no es nada bueno. Tomé mi Jeep y fui a buscar a Henry, el lugar donde solía boxear. Estaba abierto. No estaba preparada, pero quería verle. Había varias personas entrenando, fue como la conexión establecida desde hace muchos años. Él estaba en el ring. Lo miré pelear desde una esquina, no quería que me viera. Su labio tenía una línea fina de sangre, estaba sudoroso y cansado, dio un gancho al costado de su oponente y otro en su cabeza, su contraatacante arremetió a golpes con él, pudo esquivar algunos y otros no. Su enemigo piensa que esta por ganar, sonrío. Conozco sus tácticas. Da un golpe fuerte y justo en la quijada, que hace caer a su oponente. Henry, siempre guardando lo mejor para el final. No ha cambiado nada. Le aplauden y baja del ring, está secando su rostro, se que es hora de irme, pero no puedo dejar de verle. Había pasado varios años soñando en encontrarme de nuevo con él. Su rostro se levanta y mira fijamente hacia donde me encuentro, entrecierra los ojos y entonces me ve. Está sorprendido, deja caer la toalla que tenía hace un momento en sus manos, aprieto mis labios, quiero correr, pero mis pies no me lo permiten. Estoy paralizada. ¿Qué demonios debo decir ahora? toma toda mi fuerza hacer que mis pies caminen, y se apresuren a subir a la Jeep. Estoy segura que él viene detrás de mí, escucho sus pisadas fuertes. —¡Detente! —hago caso omiso de su voz, y sigo caminando más rápido ¿por qué siento que estacioné demasiado lejos mi camioneta? —¡Aileen! Sigo caminando. —¡DETENTE, MIERDA! —Está cabreado. No sé por qué, pero me detengo. Estaba a unos pasos de llegar a mi camioneta ¿por qué lo hago? ¿su voz de autoridad hizo que me detuviera? No, es porque nunca lo había escuchado enojado. Está ahora detrás de mí, puedo sentirlo. Escucho sus respiraciones, mi corazón late deprisa, estoy asustada y a la vez excitada. ¿Qué sucede conmigo? —¿Enserio eres tú? ¿Aileen? —no respondo, sigo tratando de poder tranquilizar mi respiración. —¿Haz vuelto? —hay un deje de miedo en su voz. Uno que he puesto allí, cierro los ojos. Mis labios tiemblan, no quiero llorar frente a él. —Por favor, mírame. —Deja caer su mano en mi hombro derecho. Su mero toque me hace estremecer. Reúno todo el valor y me giro, quitando en mi vuelta su mano de mi hombro. Sus ojos están mirándome con intensidad cegadora, le ha crecido la barba, el cabello se lo ha dejado más largo, usa una cola de cabello en lo alto. —Eres tú, no estaba alucinándote. —alza su mano para tocarme, cierro los ojos con dolor. Cuando los abro, él la baja lentamente. Se da cuenta de lo que me hace. —¿Cuándo llegaste? —Hace unos días. —Veo en su mirada el dolor. —Entiendo. —trata de sonreír, pero le falla. —¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —No lo sé aún. Estoy quedándome en casa de mis padres. —¿Está todo bien? —sonrío sardónicamente, ¿enserio me ha preguntado eso? —Si, toda marcha de maravilla. —nota mi sarcasmo. —Lo siento, no quería que sonara de esa forma. —No te preocupes. Tengo que irme. —¿Podemos tomar un café para hablar? —sus ojos me suplican. No puedo decirle que no, le debo esto, al menos. —Si, claro. —¿Te parece mañana? Asiento con la cabeza, me he quedado sin palabras. Temo que al hablar le diga que le he extrañado y me tire a sus brazos. —Te veo en el café Frasccino, a las cinco. Me despido con la mano y me subo a la camioneta. Él solo me mira irme, le miro por el retrovisor, parece tan vulnerable. Y soy la culpable de ello. Paso al supermercado a hacer las compras de la semana, se me ha acabado la comida. —¿Aileen eres tú? —una de mis vecinas viene a mí, vive en la casa de enfrenta en nuestra residencia. —Sra. Hopkins, hola. —¿Cómo estás? Sonrío. —Bien, he regresado de un viaje. —Te miras de maravilla, has adelgazado. ¿Cómo está tu hermano? —Bien, todos estamos bien. La Sra. Hopkins, era una de las personas más amables, pero de misma forma entrometida en los asuntos que no le correspondían. —¿Cuándo te nos casas? —No lo haré, aún. —replico. —La vida se nos pasa, hija. El tiempo es oro, dímelo a mí que voy por mi tercer matrimonio, no hay que desperdiciar el tiempo con indecisiones. Toma al toro por el cuerno y proponle matrimonio a ese hombre tuyo. —No estoy saliendo con nadie. —Deberías, eres muy joven y guapa. Además, posees todo lo de una mujer; inteligente, modales, juventud, dinero, estatus. —Gracias, pero no estoy interesada. —Cómo sea, debes comenzar a cazar a hombres, esta piel no nos dura mucho. Comienzan las arrugas, y entonces todos te dejan de mirar. —Me dio gusto saludarla, hasta luego. Tomé mi carrito de compras y hui al área de lácteos. Eso había sido una larga conversación. ¿casarme? No, gracias. No estaba en mis planes a corto plazo ni a futuro. Bajé las bolsas y la puse en la cocina, acomodé todo en su lugar. Había terminado de limpiar la casa, el único lugar que no toqué fue el cine que teníamos en el sótano. Papá y yo, lo disfrutábamos mucho. No he podido enfrentarlo, es demasiado. La herida sigue allí, no ha terminado de curarse. Papá, cuanto te extraño. Voy a su oficina, y tomo una botella de whisky. Me sirvo un vaso, y me siento en su silla. Me la paso un largo tiempo allí, solo bebiendo. Estoy quedándome dormida, pero el sonido del teléfono de su oficina me despierta. Levanto el auricular. —¿Hola? Hay un silencio. Pero escucho la respiración de la otra persona. —¿Hola? ¿Quién es? Silencio. —Aileen. —¿Quién habla? —es la voz de un hombre. Silencio. —Te extrañé. Colgó. ¿Qué mierda ha sido eso? Me sirvo otro trago de whisky. Necesito ir a dormir, creo que he soñado todo esto.
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