8 meses después…
Seres queridos vienen y visitan a las otras madres en la sala, emocionados por sus nuevos paquetes de alegría, discutiendo ansiosamente sus nuevos adicionales a la familia. La mujer frente a mí está siendo mimada por su compañero. El apoyo que él le está mostrando, la comodidad, hace que mi corazón se retuerza de dolor, sabiendo que nadie está emocionado de conocer a mi hijo. Nadie viene a ver cómo estoy o a ofrecerme apoyo. A nadie le importa el niño que está mamando en mi pecho. Nadie vendrá, somos solo él y yo contra el mundo. Pero eso está bien. Haré que funcione.
El parto había sido agonizante. Fueron treinta y cuatro horas y cuarenta y cinco minutos de pura agonía y ninguna comodidad, ni siquiera por parte de las parteras. No fueron más que groseras y malas, diciéndome que dejara de llorar cuando les supliqué que detuvieran el dolor. Nunca me había sentido tan vulnerable o sola como cuando estaba en trabajo de parto. Ya era bastante difícil crecer con las expectativas de ser la hija del Alfa, pero luego quedé embarazada, fui repudiada y desposeída de mi título. Todo por una noche. Esa noche volteó mi vida de cabeza. ¿Cómo pudo desechar su propia carne y sangre, su propia hija, solo porque ella quedó embarazada? ¿Cómo puede algo tan pequeño y dulce ser llamado un error?
Oigo a la enfermera entrar y levanto la vista. Ella toma mi historial médico del final de la cama y lo revisa antes de mirarme. Sus gafas se balancean en la punta de su nariz respingada. Nadie trata de ocultar su disgusto; todos me miran con desprecio porque tuve un hijo con alguien que no es mi pareja. Eso es obvio, que no tengo pareja, porque ¿dónde está? No está aquí a mi lado como el resto de esas nuevas madres en la sala, mi pareja no está aquí emocionada por este nuevo bebé en mis brazos.
—¿Realmente no tienes idea de quién es el padre? —pregunta, chasqueando la lengua. Sé exactamente quién es el padre, pero lo último que necesito es que me busque. Ya tuve ese encuentro. Un encuentro que preferiría olvidar, cuando le dije que estaba esperando su hijo. Ni siquiera me recordó. No ayuda que sea el Alfa de una manada rival. Es más fácil fingir que no sé.
La vergüenza que he traído a mi familia por estar embarazada es suficientemente mala; mi padre me habría matado por el desacato de meterme en la cama con el Alfa de los Sangre. Observo a la enfermera mover su pelo rojo y rizado sobre su hombro.
—Es lindo; lástima que su madre sea una puta —dice con desprecio, y veo los colmillos asomar debajo de sus encías mientras sobresalen de sus labios.
—¿Puedo conseguir algo de Tylenol? —le pregunto, ignorando su comentario. Siento que me viene un dolor de cabeza. Además, he recibido múltiples comentarios similares desde que llegué aquí. No siento la necesidad de defenderme; no hay punto. Nada de lo que diga hará que me vean de manera diferente.
—Lo siento, no se puede. No está en tu historial —dice.
—Es Tylenol, no estoy pidiendo morfina —le digo.
—No importa. No está en tu historial, así que tendrás que arreglártelas —dice, dejando el historial en la mesa junto a mí.
La mayoría de las mujeres se recuperan directamente después de dar a luz, pero yo todavía no he cambiado, así que no tengo esa habilidad de curación.
—¿Puedo al menos comer algo? —le pregunto. Me muero de hambre y amamantar me está volviendo voraz.
—Llegaste a la sala de maternidad después de la ronda de la cena y el desayuno es a las 7 a.m. —me dice. Miro el reloj y veo que apenas son las 8 p.m. Asiento, sabiendo que esta enfermera no va a ayudar de ninguna manera. Maldición, todas las enfermeras aquí son terribles debido a mi situación. A veces desearía poder dejar esta ciudad, pretender ser humana y seguir con mi vida junto a mi hijo.
La enfermera se va, deteniéndose en la cortina azul que divide las camas.
—¿Ni siquiera consideraste las repercusiones para el padre al tener un hijo con alguien que no es tu pareja? ¿Consideraste a la pobre mujer que encuentra a su pareja en él y se entera de que tuvo un hijo ilegítimo con alguna loba desconocida? —dice otra mujer junto a mí. Eso sí, querida, consideré eso todos los días desde que supe que estaba embarazada, pero también fue su elección.
Contengo las lágrimas por sus palabras mientras miro a mi niño de ojos ámbar; esos ojos definitivamente son de su padre, al menos según recuerdo. Los míos son de un azul grisáceo claro.
Acabo de poner a mi hijo en la cuna después de que se quedó dormido en mis brazos cuando veo pasar a una enfermera. Se detiene y se acerca a mí cuando le hago una señal. Su uniforme es diferente; debe ser la jefa de las parteras o alguien de más alto rango en el personal. Tiene el pelo largo, liso como lápiz, que le llega a los hombros, ocultando ligeramente su placa de identificación. Intento leer la pequeña escritura debajo de su nombre, pero no puedo distinguirla del todo. Debe tener unos veintitantos años porque parece tener una edad similar a la mía. Bueno, no realmente, apenas tengo dieciocho, pero aun así, parece más amable que las enfermeras anteriores. Toma mi historial médico y lo hojea.
—¿Hay algún lugar donde pueda conseguir agua? ¿O quizás una taza de té? —le pregunto y ella me mira con enfado. Mi estómago se hunde. Tal vez ella no es tan encantadora después de todo. Pulsa el botón detrás de mi cabeza, llamando a otra enfermera, pero aún no me ha respondido. Mi hijo empieza a moverse y lo cojo en brazos cuando entra otra enfermera, mi estómago se retuerce por el repentino movimiento.
—¿Por qué está ella aquí? —pregunta la jefa de las parteras, haciéndome mirarla. Acabo de tener un bebé. ¿Qué más? pienso para mis adentros. La nueva enfermera me mira. Sus manos tiemblan ligeramente, parece que esta jefa de las parteras les impone miedo a sus colegas.
—Llévela a la sección de no parejas. No necesitamos que perturbe a las madres de esta sala —dice la mujer antes de fruncir el ceño hacia mí y marcharse.
Resulta que Rita es una perra, igual que las demás. La miro, disgustada por la manera en que tratan a los pacientes en este hospital. La chica en la habitación con cortinas junto a mí habla.
—Sabía que algo andaba mal con ella, cariño; su pareja nunca la visitó. Nadie lo ha hecho. Ahora sé por qué —le dice a su pareja. Tiene razón. Se nos permite tener a una persona con nosotros constantemente mientras estamos aquí. La chica a mi lado, su pareja no se ha apartado de ella desde que llegué. La persona enfrente de mí ha tenido a varias personas que vienen durante la noche y su pareja tampoco se ha movido.
Trato de ignorar cómo sus parejas las cubren de halagos y atienden todas sus necesidades mientras yo estoy aquí, sin recibir nada más que desprecios y juicios.
La cama se mueve mientras la enfermera empieza a llevarme fuera de la habitación. Como estoy sentada, tengo que agarrarme de la barra que corre a lo largo del costado para no caerme hacia atrás. Me lleva a través de la sala de maternidad antes de entrar en un pasillo; parece que estoy saliendo de la unidad de maternidad por completo. La enfermera finalmente se detiene en un área separada por cortinas y coloca la cama contra la pared. Luego, da la vuelta y se marcha.
—Espera, ¿puedo conseguir agua? —Pero ella ya se ha ido sin ni siquiera reconocer mi pregunta.
—No te molestes. No nos ayudarán —dice una voz antes de que alguien corra las cortinas y revele a otras dos chicas. Una parece tener casi treinta años, con pelo rubio largo y brillantes ojos verdes. La otra chica tiene unos dieciséis años y lleva el pelo n***o cortado en un bob. —Mi nombre es Macey —dice la mayor de ellas.
—Hola. Everly —le respondo.
—Ella se llama Zoe. Bienvenida al club de las madres repudiadas —se ríe Macey antes de mirar hacia abajo a su bebé. Suspira con pesadez.
—No esperes que te ayuden; no lo harán. En serio, lo mejor es que te vayas tan pronto como puedas —me dice Macey.
—Pero se supone que deberían hacerlo —le digo, sintiéndome desalentada.
—Sí, llevo aquí dos días; el bebé tiene algunos problemas, la mitad del tiempo no contestan cuando llamo y olvídate de que te alimenten. No he recibido nada desde que llegué aquí —me explica Macey mientras coge una bolsa y la arrastra hacia ella en el pie de su cama. Rebusca en ella antes de sacar una barrita de granola. —Aquí. Debes tener hambre. Yo lo estaba y vine preparada esperando esto —me explica Macey.
—¿Ya tienes un bebé antes? —le pregunto, sin poder imaginarme pasar por esto nuevamente. Agita la cabeza.
—No, este es el primero. Mi mamá también era madre soltera. Somos muy errantes, como tú —dice. Abrir la barrita de granola, mi estómago ruge al ver la comida.
—¿Niño o niña? —le pregunto a la chica más joven, que parece bastante tímida.
—Niña.
—Niño —le digo. —Gracias —le digo a Macey antes de darle un mordisco a la barrita de granola. Ella asiente.
—Hay muchas, simplemente sírvete. Traje extras en caso de que hubiera otras chicas. ¿De qué manada eres? Tu aura se siente bastante fuerte para ser una errante —dice, mirándome fijamente.
—De sangre Alfa —le digo. Sus cejas se alzan de sorpresa.
—En ese caso, no tienes que decírmelo. Entiendo por qué querrías guardártelo para ti. Zoe nació errante, al igual que yo —dice, y Zoe asiente.
—Si no te importa que lo pregunte, ¿dónde viven ustedes chicas? ¿Hay refugios o algo así para mujeres? —pregunto.
—Yo tengo un lugar en un refugio. Pero sé que está lleno a capacidad —dice Zoe, con una expresión de tristeza como si quisiera poder ayudar más.
—¿Yo? Vivo con mi mamá y mi hermano —me dice Macey.
—¿Y tú, dónde te quedas? ¿Ningún familiar te ayudaría? —pregunta Zoe. Muevo la cabeza de lado a lado.
—No. Estaremos bien. Se me ocurrirá algo —les digo, esperando que eso sea verdad, aunque he estado viviendo en mi estación de metro destartalada que pagué $500 durante los últimos ocho meses.
Me entristece que nos hayan apartado, pero durante el día siguiente, ambas chicas me ayudan, por lo cual estoy agradecida. Macey sigue compartiendo su comida y tenía razón: nadie viene a revisarnos, no nos traen comida, nada. Repudiadas por tener un bebé, y de repente ya no importamos.