Los ojos de Gian parecían que se saldrían de sus cuencas cuando se detuvo en uno de los puestos del pueblo, sin poder apartar la mirada del hombre al otro lado del estante en donde se exponían sus productos, y si no estuviera este, el doncel hace mucho tiempo que habría tocado su rostro para comprobar que no estaba soñando, que no era una ilusión que le reclamaba por rendirse de luchar y decidir quedarse con su hijo en lugar de morir. —Do Jang —llamó con anhelo. Los labios del hombre se curvaron cuando lo vio, y su mirada cambió solo unos segundos para ver al hombre de quien el doncel antes caminaba del brazo, pero su atención volvió de inmediato a Gian. —Hola —saludó en un tono bastante amigable. —Do Jang —volvió a llamar el doncel —¿có-cómo es que… que tú…? —Lo siento —le sonrió —no