Capítulo 2. ENTRE LO QUE FUE Y LO QUE ES

2660 Words
—¡Abre la maldita puerta! —exigió Aron furioso—. Tienes que salir de ahí, maldita sea. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado?  Por supuesto que sabía cuánto tiempo había pasado. Calculando el tamaño y la profundidad de la herida de mi corazón, que a cada minuto se hacía más grande y más profunda, sería poco más de tres días. » Al menos contesta, maldición —pidió y terminó golpeando el puño en mi puerta. Mi hermano estaba preocupado por mí, lo sabía, por eso él pedía que siguiera adelante con mi vida. Pero yo aún no estaba lista para afrontar una vida sin Anton, y eso era lo único que me quedaba. » No seas egoísta —pidió algunos decibeles más bajo—. Yo sé que estás sufriendo, a mí también me duele, era mi mejor amigo ¿sabes? Pero no por eso tienes que preocuparme de esta manera. Al menos come, maldita sea. «¿Cómo podría hacer eso?» si desde antes de que Anton se despidiera de mí tenía un nudo en la garganta que no solo no me dejaba pasar alimento, sino que también era razón de que yo no pudiera contestar nada. Yo sabía que, una vez que abriera la boca, la poca serenidad que había logrado se desvanecería en el aire, por eso no dije nada. » Linda, abre la puerta, habla conmigo —pidió y mi sangre reaccionó a una palabra que antes siempre adoré, pero que en ese momento apuñaló cada pedazo de alma que quedaba en mi pecho. —¡No me digas linda! —grité llorando— ¡no me digas linda!... quiero estar sola... lárgate de una buena vez... solo quiero que me dejes en paz... necesito paz... déjame tranquila... por favor... Lo que inició en fuertes gritos, terminó en patética suplica. Pero al menos Doc se fue aliviado de saber que yo seguía con vida.  Aron fue, pero no por mucho. Él volvería, pues cuando alguien te ama no se da por vencido fácil, no se rinde ante nada, persevera e incluso muere por tu bienestar, si lo sabría yo. Después de llorar buen rato, y de darme cuenta lo preocupada que tenía a la única persona que ahora amaba, decidí salir de la cama. Tres días de duelo absoluto eran pocos para mi dolor, pero suficientes para el imbécil que había decidido torcer el destino de ambos jugando a ser héroe. Dejé la cama y me encaminé al cuarto de baño. En el espejo del lavabo desconocí mi reflejo y mientras abría el grifo de agua musité un reclamo. —Incluso mi buena apariencia te llevaste... ¿hasta qué punto pensabas destruirme? De nuevo no estaba segura a quien dirigía mis palabras, pero no podía hacer más que reclamar. Ahora que todo me había sido arrebatado, solo podía reclamar. Aunque, no es como si alguien fuese a atender mi reclamo o a devolver nada. Lavé mi cara, me saqué el uniforme rasgado y lleno de sangre con que había permanecido los tres días en que, ni por equivocación, había salido de mi habitación o de mi cama, puse el uniforme en el cesto de basura y sumergí mi cuerpo en una tina de agua tibia que esperaba me devolviera un poco de vida. Después de vestirme y aliñar mi cabello, vacié la tina de agua con no demasiada esperanza de que esa agua se llevara mi tristeza, y no lo hizo. Saqué la ropa de cama de esta y la puse en la cesta de ropa sucia. Me puse las botas y, después de atar fuertemente las cintas, me encaminé a la realidad. Y es que, cuando la vida se detiene es solo el muerto quien no camina, al resto de nosotros nos toca seguir adelante como se pueda. A sabiendas de eso, pensé en seguir caminando el sinsentido de vida que ahora tenía.  Salí de mi habitación y caminé los pasillos de la base en que, desde hacía varios años, mi hermano, su difunto mejor amigo y yo habitábamos, junto a muchos otros que compartían el mismo sueño que nosotros, acabar con la tiranía y dar libertad a nuestra gente. Siendo la hora que era, pasaba ya de medio día, no esperaba encontrarme con nadie. En la vida que me había enfilado madrugar era tan natural como respirar. Vagueé por los vacíos pasillos, intentando a cada paso no recordarlo a él. Tenía plena conciencia de que, en cuanto Anton apareciese en mi mente, yo me resquebrajaría de nuevo, y no podía permitirme eso, ya no. Llegué a la cocina aún temerosa de que algo pudiera quebrarme, pues en el estado en que me encontraba el más mínimo roce o la más cálida palabra podrían ser letales para mí. Por fortuna para mí, yo era más fuerte de lo que pensaba. Lo pude saber cuándo Sonia, la cocinera de la base, me ofreció una sonrisa al verme frente a ella y yo pude ofrecerle una lastimosa sonrisa a ella. Sonia era una señora de mediana edad, para los que habitábamos la base esa mujer era como nuestra tía favorita, la que cocina rico, la que nos consciente, la que a veces nos regaña y luego nos aconseja. Sonia estaba al tanto de todos nosotros todo el tiempo, sobre todo de Doc mi hermano, de Anton mi difunto prometido, de Jean un tipo que por alguna razón no soportaba y que me odiaba, y de mí. Ella siempre dijo que éramos sus niños y así nos trataba. Años atrás, cuando llegamos a la base, Anton y Aron (mi hermano Doc) tenían dieciocho años y yo tenía dieciséis, entonces Jean era su razón de estar en la base. Yo incluso creí que el engreído mocoso de diecinueve años era hijo de esa señora, pero me equivoqué, sus lazos solo eran de amor, no sanguíneos. Cuando llegamos a la base Jean ya formaba parte de las filas del ejército, Anton soñaba con eso, así que se enfiló también. Aron estaba interesado en ayudar de una forma más segura, así que se anotó en la facultad de medicina que la misma resistencia ofrecía. Si tienes al personal bajo constante riesgo, es de mucha utilidad tener un cuerpo médico cerca y al servicio las veinticuatro horas. Como yo tenía apenas dieciséis años no podía hacer más que apoyar en las labores de limpieza en la base o ser auxiliar en la enfermería. Y, aunque lo hacía porque no me quedaba más, al final le tomé agrado a esa base a la que en un principio yo no quería pertenecer, pero que se convirtió en mi hogar. Llegamos allí después de superar un montón de cosas. Nuestras historias no eran fáciles. A los cuatro años de edad perdí a mis padres en un accidente, en ese entonces, a falta de familiares que se hicieran cargo de nosotros, Aron y yo fuimos a vivir a un orfanato donde conocimos a Anton, él tenía toda su vida en ese sitio. Anton y Aron empatizaron rápidamente, lo que les hizo crear un lazo de amistad realmente fuerte, y yo... bueno, yo solo quería estar con mi hermano, así que acostumbrarme a Anton no fue gran problema. Cuando mi hermano cumplió la mayoría de edad decidió hacerse cargo de su vida y de la mía, así que, después de que Anton y Aron decidieran formar parte de la resistencia, yo no podía hacer mucho más que seguirlos. Para ese entonces Anton había pasado a ocupar un lugar más grande en mi corazón, seguirlo no era realmente un problema para mí. El problema era que yo no quería un sitio tan inseguro y peligroso para nosotros, mucho menos para ellos que eran, nada más y nada menos, que mi razón de vivir. Los años pasaron rápidamente. Cuando me percaté de ello ya era tiempo de que eligiera también lo que haría en la corporación y, aunque me agradaba mucho la idea de apoyar en la salud de nuestros compañeros, el amor me hizo optar por una de las labores más estúpidas existentes, la de la guerra.  Ahora que podía decidir mi destino, pensé que seguir el amor no podía ser tan malo. En esa decisión fue donde una inexistente relación se tornó en incomoda e incomprensible, me refiero a mi relación con Jean. Él no era del tipo que se relacionaba con alguien solo porque sí, de hecho, un saludo era casi intimidad cuando a él respectaba. Fuera de Sonia, no hablaba con nadie de manera personal. Por eso me sorprendió cuando, un día, en el desayuno, me dirigió esas palabras. —Te decidiste por el ejército, bienvenida. —Gracias —titubeé y me miró curioso—. Me sorprende que me hables —expliqué—, como nunca dices nada yo creía que eras mudo. —A veces vale la pena dirigirse a los otros —dijo sonriendo—, y solo estoy dándote la bienvenida, se llama cordialidad. —Pues muchas gracias. —De nada. A propósito, me intriga tu razón de elegir el ejército. Habría apostado a que tomarías medicina, como tu hermano. No sé, te vez más como del tipo de cura, no del que hiere. —Si te digo la verdad, tampoco me veo mucho haciendo daño a otros, pero quería pasar más tiempo con Anton y... —guardé silencio.  A ese punto Jean me acribillaba con la mirada y, aunque sentí que tenía en las manos una bomba a punto de estallar, solo dijo algo que me hizo no desistir de mi camino y ser la mejor en el rango, aunque en ese momento solo fuera un reto. —Entonces mejor no entres —dijo—, con razones tan banales no servirás de nada en el campo. —Oye espera, ¿quién dijo que son banales? El amor es lo más importante, y no es como si fuera a servirte a ti, esto es por Anton y por...  No me dejó mencionar a mi hermano, me interrumpió dedicándome esa mirada altanera que siempre le odié. —Es bueno que no sea por mí —dijo arrogante—, porque no me ayudarías en nada. ¡Vaya mujer más tonta e inútil han venido a reclutar! —¿Qué te pasa, niño bonito? —reclamé bastante molesta—. Yo no soy ninguna tonta, y tampoco soy inútil. Voy a mostrártelo, voy a superarte, y cuando te salve la vida haré que me beses los pies en agradecimiento, idiota.  No sé si él hubiera querido responder a lo que dije, ni tampoco sé que cara puso, porque cuando dije "idiota" ya le daba la espalda y salía del comedor. Nuestros siguientes encuentros fueron de este tipo, él siempre burlándose de mí y yo aceptando el reto. De alguna manera nos convertimos en la diversión del resto del escuadrón porque, para mi buena fortuna, terminé en el mismo escuadrón que Anton pero, para mi desgracia, este y Jean eran del mismo escuadrón. En fin, yo con pleito casado con uno e intentando cazar al otro. Supongo que mis razones si eran completamente banales, pues mientras respondía a un reto intentaba conquistar un corazón. El bienestar de mi gente no aparecía en ningún plano de mis metas como m*****o del ejército de la resistencia. Igual, fueran cuales fuesen mis razones, no perdería ante ese remedo de orgullo al que todos admiraban. Era cierto que, por mucho, Jean era el mejor en el rango, pero su arrogancia llegaba al extremo de en serio molestarme, y mucho. Y jugando siempre conmigo, mi ego no le daría ninguna oportunidad, yo sabría ponerle un alto y lo haría pasara lo que pasara. Bueno, eso es lo que había pensado. En ese entonces pensé que podía ser mejor que él, pero viendo mi lamentable estado actual supuse que no podría hacer eso nunca. Después de mi fallido intento de sonreír me desplomé en la mesa del comedor frente a los ojos de Sonia, quien solo acariciaba mi cabeza y prometía que pronto todo estaría mejor. —¿Sabe Sonia? Pensé que podía ser fuerte, que ya no lloraría, pero no puedo evitarlo. Por más que intento ser fuerte las lágrimas no dejan de salir, es inevitable, completamente imposible para mí —decía a la bella mujer que no se apartaba de mi lado—. Yo solo ya no quiero preocupar a Aron, pero simplemente no puedo. Siento como si me arrancaran el alma a pedazos y eso me duele, me duele mucho. No quiero que Doc me vea así, pero no puedo evitar estar así. Creo que Jean tiene razón, si soy una tonta e inútil mujer. Sonia no decía nada, solo acariciaba mi cabeza que reposaba sobre la mesa; ella solo me escuchaba y, aunque a Aron había dicho que necesitaba estar sola, tal vez solo necesitaba que alguien me escuchara. Agradecía tenerla para mí. Después de haber llorado hasta cansarme, tomé su mano y la apreté fuerte. Levanté la cara y la vi mirarme con lágrimas en su rostro. De nuevo quise sonreírle, pero las cosas no podían ir tan fácil, así que solo me abracé a su torso. » Ese idiota la hizo buena, ¿verdad? Dejándonos de esta manera. En serio, ¿en qué estaba pensando?  Seguí llorando. Ambas lo hicimos, lloramos lo suficiente como para que nuestros corazones descansaran un rato. Entonces aprendí que las penas compartidas sí eran menos, lo pude sentir mientras abrazaba a alguien capaz de llorar mí mismo dolor. Después de que lograra serenarme solté a la bella dama y limpié mi cara con mis manos, ella besó mi cabeza y dijo que tenía que cocinar. Preguntó si tenía hambre y, a pesar de que en realidad no tenía nada de hambre, dije que quería comer.  Yo no podía preocuparla más, ella ya tenía suficiente con el dolor que estaba cargando como para que yo le aumentara una tonta preocupación. No me salió bien a la primera, pero seguiría intentando. No quería que nadie sufriera más de lo que ya estaban sufriendo. Solo debía estar bien frente a ellos para que, en lugar de preocuparse de mí, se ocuparan de ellos mismos. » ¿Aron se fue a la clínica? —Eso dijo que haría. —¿Él cómo está? —pregunté—, ¿cómo está Aron? —Triste y preocupado —dijo mirándome compasiva—. No sabe cómo tratar contigo, por eso está un poco descolocado y, pues, era su mejor amigo... —Lo sé. También me preocupa no saber qué hacer. No quiero preocuparle más de lo que ya está, quisiera hacer las cosas normal, pero no creo poder hacerlo. Sonia, ¿por qué es tan difícil seguir adelante? Él solo ya no está, ni estará... solo deberíamos asimilarlo y seguir sin él, pero no es tan fácil, de hecho es muy difícil. Volvió a mirarme sin contestar nada, siguió llorando en silencio. Quise abrazarla, esta vez era mi turno de entenderla, era mi turno de pensar en los que habían pensado en mí esos tres días de claustro. Me puse de pie y me dirigí hacia ella, intentando abrazarla, queriéndola rodear con mis brazos para poder protegerla pero, en cuanto me puse en pie, mi visión se tornó opaca y mi mente confusa; di un par de pasos y, después de escuchar mi nombre, no hubo nada más, después de eso mi consciencia se perdió. Cuando volví en mí el panorama era uno que no reconocía mucho. Esperaba despertar en un sillón de la base, o en mi cama, y lo hice en la cama de un hospital.  Pensé que habían exagerado, pero no podía culparlos. No me molesté, era momento de dejarme consentir por los que amaba, era momento de dejarme rodear de los que me necesitaban y a quienes yo necesitaba. Respiré profundo pensando que todo comenzaría a mejorar, sin ninguna ni idea de lo que estaba por pasar.
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