CIRUELO

1672 Words
*** Los días se sucedían más rápido de lo normal. O por lo menos, eso percibía yo. Inconscientemente, los recuerdos de aquella tarde en la heladería, del rostro del alfa con feromonas amaderadas, de sus palabras y del suave beso que me dió antes de irse, subsistieron en mi mente, rondando, golpeando, como pequeños pájaros encerrados, agitados, queriendo escapar de esa jaula que los priva de surcar el enorme cielo que tienen justo en frente. Tan cerca, pero tan lejos. Tan fácil, pero también tan difícil de alcanzar… Poco a poco, me acercaba más y más al pelimarrón de ojos almendrados. Él se unió a nuestro grupo, por lo que nos reuníamos y platicábamos a diario. Casi siempre me acompañaba a casa, y se despedía de mi de la misma forma que en ese entonces: tomaba mi mejillas, me contemplaba directamente y besaba delicadamente mi frente, haciendo que me ponga peor que una manzana madura: colorado hasta el cuello. Y lo peor, es que nunca lo rechazaba… Sin embargo, había una cosa me llamaba me intrigaba: al caminar, e incluso cuando estábamos en la puerta del edificio, él disimuladamente observaba para todos lados, como vigilando, o cerciorándose de que no hubiera nadie aparte de nosotros en las calles. Al principio, me pareció extraño, pero preferí no indagar, y con el tiempo le quité importancia… Los meses corrían, y era la primera vez en tantos años, que me sentía tranquilo, sin esas horribles y desdichadas memorias que cada dos por tres se materializaban en mi mente, atormentándome, persiguiéndome a donde vaya. Escuela, trabajo, mi casa… Ahora, nuevos pensamientos acaparaban mi atención… Sin darme cuenta, ya era diciembre. Eso significaba: invierno. Nochebuena. Navidad. Año Nuevo. No eran fechas que me emocionaran particularmente, y por obvias razones. Además de perder a mis padres en esta época, desde que falleció la abuela, "celebraba" las fiestas solo, ya que no consideraba correcto de ir a molestar a la casa de Emiko, Dai o Aki. Ellos festejarían con su familia y yo no era quien para inmiscuirme. Aunque ellos me iban a visitar después de cenar, no era lo mismo… Hoy es 23, y como acostumbro, me dirijo a mi trabajo de medio tiempo. Al fallecer la abuela, sí o sí tenía que ingeniármelas para mantenerme, y por casualidad conocí a la Sra. Iida, comprando víveres en el supermercado. Ella era dueña de una librería a pocas cuadras de mi casa, y la verdad, le iba de maravilla. El negocio era hermoso, y al haberlo ampliado hacía poco, necesitaba a más personas que le echaran una mano. Así que, al enterarse de mi situación, decidió darme un puesto. Realmente le debo mucho… Por más que me haya avisado que no hacía falta que fuera por ser semana festiva, asistiría de igual manera. A pesar de no conocerme, se preocupó por mí desde el inicio, me cocinaba en alguna que otra ocasión, me consentía, inclusive me regalaba montones de libros, a tal punto que ya que me apenaba. Me cuidaba, prácticamente. Hasta hubo veces que me permitió ausentarme para enfocarme en mis estudios. Lástima, que los últimos tres días libres que me dió coincidieron justo con la invitación de Ichiro de ir por ese tonto helado, arruinado cualquier intento de concentración… Me generaba curiosidad el por qué le interesaba el bienestar de un chico huérfano, sin ningún pariente, que apenas conocía, y al preguntarle sólo respondió: -…Eres un niño muy dulce. Me recuerdas a mi nieto…-, sonreía nostálgica. Yo ladeé mi cabeza y medité para mis adentros: -¿Qué será que le provoque esa expresión al mercionarlo…?-. -Buenos días Sra. Iida…-, saludé amablemente. -¡Yuki! ¡Que alegría verte! Pero no era necesario que vinieras, con las fiestas la mañana estuvo muy tranquila…-. La Sra. Iida me recibió con un cálido abrazo. Sus frescas feromonas, con aroma a flores de ciruelo, me envolvían en una especie de aura protectora. Eran como una caricia materna, capaz de aliviar hasta la más mínima pizca de dolor de mi alma. Adoraba esa sensación, sumamente plácida… -No es un problema para mí venir, Sra. Iida. Para serle sincero, ayudarla me resulta agradable…-, repliqué correspondiendo. -Ja ja… Está bien, está bien. Sabes que yo disfruto cuando me acompañas… Pero acuérdate que si me llamas Sra. Iida me siento muy vieja. Dime Ume. O por lo menos tía Ume…-, me reprendía cariñosamente, en lo que acomodaba un par de diccionarios sueltos en una estantería. -Puedes ordenar lo que quedó ahí. Luego ven a la caja, lo demás lo termino yo…-, me indicó, señalando un pequeño carrito ubicado al lado un exhibidor. Guardé el bolso que traía debajo del mostrador y me dispuse a devolver los libros a su lugar. A pesar de ir a paso lento, acabé medianamente rápido. Fui a sentarme, aguardando a que la Sra. Iida me diera instrucciones, o en su defecto, que llegaran clientes por atender. Pasado un cuarto de hora, la última persona que hubiera imaginado que aparecería, cruzó la pesada puerta de vidrio que impedía la entrada del frío viento invernal. Al notar mi presencia, un semblante entre feliz y travieso se dibujó en su rostro, y despojándose de los abrigos que lo cubrían, se acercó lentamente. Trágame tierra y escúpeme a medio mundo de distancia… -Hola Yuki. Que sorpresa encontrarte aquí…-, dijo Ichiro, arreglando a duras penas su cabello cubierto de minúsculos copos de nieve. -Hola Ichiro. Sí, que coincidencia…-, contesté. No sé por qué presiento que no es una simple casualidad. Esto me inquieta… -Me habías mencionado que trabajabas pero nunca en dónde. Que suerte que ahora lo sé…-. Su mueca pícara me erizaba los pelos de la nuca… Por unos segundos reinó el silencio, hasta que desperté de mi letargo y rompí el hielo. -¿Qué buscabas…?-, inquirí. Dios, que no se percate mis nervios… -Ah, si. ¿Podrías recomendarme una novela de ciencia ficción y/o fantasía? Es para mi hermano…-, pidió dudoso el alfa. Yo no estaba muy familiarizado con esos géneros, por lo que lo único que se me ocurrió fue consultar con la Sra. Iida. -Eeeh, la verdad es que yo no conozco demasiado del tema. Pero no te preocupes, la Sra Iida nos orientará…-, afirmé más calmado. Nos encaminamos hasta donde se hallaba la Sra. Iida, muy entretenida apilando y ojeando recetarios y revistas culinarias. -Sra. Iid-… Perdón, tía Ume, necesitamos tu ayuda…-, la llamé sonriendo levemente, sacándola de su mundo. -Oh, Yuki. Lo siento, de nuevo me perdí con la comida…-, se disculpó la Sra. Iida: -Dígame, ¿qué necesitan?-, solicitó, enrollando su larga melena en un rodete y sosteniéndolo con un lápiz. -Él quiere una novela de ciencia ficción y/o fantasía para su hermano, y yo no leo historias de ese tipo, por lo tanto no entiendo mucho… Ah, es mayor que él…-, expliqué. Apostaría lo que sea a que si me volteo, mi vista chocaría con la del alfa, que de seguro se encontraba clavándose sobre mí… -Oh, si es por eso, ven conmigo hijo. Tengo el libro ideal para tu hermano…-, aseguró la Sra. Iida. Es reconfortante ver a alguien esmerarse en lo que le encanta hacer. Ojalá el futuro me deje experimentar lo mismo… Tía Ume guió a Ichiro al sector de ficción, y de allí escogió una bastante extensa, con un gato en su portada, cubierto en su totalidad por un halo verdoso. -Ten. Se llama " ". El autor es . No es de las más recientes, pero fue criticada como una de las mejores de su año. Estoy segura de que a tu hermano le gustará…-, comentó convencida. El alfa agarró el libro, leyó rápidamente el resumen en su contracara, y acto seguido, manifestó: -Sí señora. Ésto definitivamente le encantará… Es más, creo que también llevaré un recetario. Si Isamu no estudiara policía, sería chef de un restaurante cinco estrellas…-. -¡Oh claro! Sígueme te daré uno muy bueno…-, reía contenta la Sra. Iida. Increíble, con un alarde y ese "aura de chico perfecto" habían cautivado sin dificultad a la Sra. Iida. Maldito Ichiro… Al ellos ir a la sección de cocina, no tuve más alternativa que volver a la registradora y esperar. Transcurridos unos diez minutos, Ichiro regresó con la novela, y no uno, sino dos recetarios. Se ve que a su hermano en serio le gustaba cocinar… Tras escanear los códigos, calculé el precio, y sin levantar mi rostro, declaré: -Son 3710 yenes…-. Mientras forraba su compra con papel de regalo, la voz del alfa se hizo corpórea en una simple frase. Una petición, corta y letal… -Ven a cenar conmigo esta Navidad…-, me espetó en tono sereno. Mi cara y orejas enrojecieron al grado de ser del mismo color que los moños de las guirnaldas que adornaban el espacioso local. No supe hablar. Las palabras se agolpaban en mis labios, pero mi garganta no se dignaba a emitir sonido. Permanecí estático, inmóvil. Ichiro rió ligeramente, depositó el dinero junto a mi mano, y sin concederme la oportunidad de ofrecer una respuesta en mi defensa, me detuvo: -No aceptaré una negativa por respuesta. Sé que no pasas las fiestas con nadie y que tampoco te gusta ir a la casa de los demás porque crees que eres un estorbo. Pero no es así… Además, sólo seremos Isamu y yo. No nos vendría mal algo de compañía… Te espero mañana en la noche… Y guarda el cambio…-. Me dedicó una mirada tierna, y echándose un saco y una bufanda, salió de la librería. Cuánto más, cuánto más harás que mi juicio y corazón enloquezcan…
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