FIESTAS

1927 Words
Llegó la hora de cerrar. El encuentro con el alfa aún me traía nervioso. ¿Qué debería hacer? Siento que no estaría bien que vaya a su casa, sin mencionar que su hermano ni siquiera me conoce. Si voy, ¿sería una molestia…? Sé que me dijo que no lo era, pero aún así, esa duda no abandona mi mente… Me hallaba distraído, debatiéndome qué decisión tomar, cuando la mano de la Sra. Iida posada en mi hombro me devolvió a la realidad. —Yuki, ¿estás bien? Te noto algo perdido…—, preguntó con mirada preocupada. —¿Ah? No no… No pasa nada, tía Ume…—, respondí con una sonrisa algo nerviosa. Trate de mantener mi ánimo sereno, pero creo que no lo logré. Por la expresión que puso la Sra. Iida, seguro ya adivinó que algo me tiene intranquilo. Nunca fui bueno para disimular mis sentimientos, o al menos, no con ella… Para mi suerte, también se dió cuenta de que el asunto me incomodaba, porque en seguida su cara volvió al mismo semblante dulce y cariñoso de siempre. Noté que venía con las manos detrás de la espalda, cosa poco común en ella. De seguro esos largos y refinados dedos, que terminaban en pulcras y perfectas uñas manicuradas, no estaban vacíos… —Bueno mira, sólo venía a traerte mi regalo de Navidad…—. A continuación, un enorme paquete se dejaba ver de atrás de la Sra. Iida. Envuelto, parecía un bloque de concreto: rectangular, casi cuadrado, alto y muy, MUY pesado. Lo tomé con cuidado y empecé a desenvolverlo. Al quitar todo rastro de papel, mi corazón pegó un brinco. " !", . . . Me sentía tan feliz, emocionado, con ganas de saltar y festejar como un niño pequeño, al cual por fin le compran el juguete que tanto había deseado. Mi cabeza se volvió un desastre de palabras. No sabía cómo ordenarlas, cómo articularlas. Ni siquiera podía escogerlas con claridad. Lo único que tuvo la suficiente ansiedad para salir primero de mi boca, fue una escueta frase: —¡Tía Ume! ¡¿Cómo lo conseguiste?!—, exclamé bastante exaltado. Al percatarme de mi exabrupto, quise calmarme y disculparme, pero a la Sra. Iida sólo le provocó más gracia aún. —Pe-perdón, tía Ume, me emocioné mucho… Muchas gracias por esto. Sabe lo que significa para mí…—. —Ja ja ja… Oh, mi niño, no tienes por qué disculparte… Me alegra tanto verte con esa hermosa sonrisa adornando tu rostro, y ese singular brillo en tus ojos que hace relucir el color tan bello que tienen. Es tan raro encontrarte así de contento, que cuando se me da la oportunidad de apreciarte en este estado, realmente me hace muy feliz… Deberías sonreír más, cariño. La risa cura el alma y el espíritu. Te hace olvidar los problemas que cargas día a día sobre tus hombros. Hace que todo sea más fácil… Más liviano…—, decía, acariciando mi cabello con delicadeza. —La verdad, los conseguí por casualidad—, siguió contando: —Cuando hice la compra general hace unos meses, me encontré con una librería que estaba liquidando sus libros por cierre. Parece que el dueño se iba a mudar, por eso vendió. En fin. Perdida entre el limitado stock que ofrecía, encontré esta colección de la que me hablaste varias veces. La recordaba por el raro apellido del autor, ja ja… Resulta que este señor había invertido comprándola, y luego nadie se interesó demasiado. Creo que fue principalmente porque no cuenta con traducción al japonés. Sólo se consigue en inglés, portugués y a veces en italiano. Y como la tenía a un muy bajo precio, no dudé un segundo y se la compré. Estaba segura de que sería el regalo perfecto para tí. Además, tú manejas muy bien la lengua inglesa. No tendrás problemas…—. —Si aprendí bien el inglés fue gracias a ti, tía…—, contesté sinceramente. Antes de poner la librería, la Sra. Iida estudió traductorado y profesorado de inglés. Después de 20 años de arduo trabajo, decidió que su carrera había llegado a su fin, y cumplió su deseo pendiente desde hacía mucho tiempo: abrir una gran y preciosa librería. Según me contó una tarde a pleno sol, en la que nos encontrábamos cómodamente sentados en la cocina de mi departamento, tomando un refrescante jugo, y comiendo una deliciosa rebanada de , preparada y horneada por ella misma: —…Al principio me costó. Imagínate, nunca había hecho otra cosa que no sea enseñar una y mil veces leyes de gramática, o traducir una y otra vez cartas, documentos y un sinnúmero de papeleríos, y ahora debía administrar un negocio completo. Tuve que aprender en pocos días lo mínimo, y recién ahí me dispuse a ahondar sobre los libros: investigar géneros y subgéneros, autores, incluso averiguar sobre las diferentes editoriales. Sin mencionar la parte de elegir proveedores… Pero fue interesante. Te diría que hasta me divertí. En esos momentos es cuando te das cuenta de que siempre puedes aprender algo nuevo. Que, a pesar de la experiencia que puedas haber juntado con el paso de los años, existe un mundo por descubrir. Y pensar que, en comparación, no conoces absolutamente nada, te hace sentir sumamente pequeño, hasta me animaría a admitir, que me provoca cierta sensación de vulnerabilidad…—, relataba, con un deje reflexivo en su voz. Aprender idiomas siempre me gustó mucho. Bueno, como me gusta aprender muchas cosas, así que pasadas unos meses de trabajar para ella le pedí, sumamente avergonzado y con mi garganta hecha un nudo por la timidez, si no le sería un inconveniente enseñarme la lengua. En un punto de mi vida, comencé a detestar el pedir cosas a los demás, por eso tal actitud, pero la Sra. Iida no hizo más que formar una mueca de regocijo en su rostro, y me dijo: —…Para mí sería un gusto, no un inconveniente. Empezaremos mañana mismo, mi niño…—. —No te quites mérito Yuki. Siempre fuiste un chico muy inteligente. No necesité hacer demasiado para que domines el idioma…—, afirmó orgullosa la Sra. Iida. Sus cálidos iris verde pálido me veían con ternura. Se sentían como un toque materno. Como una caricia de una madre, o una abuela, que recorre sutilmente el rostro de su hijo, o nieto. Ese roce tan agradable, que puede borrar fácilmente lágrimas que brotan de los ojos, curar heridas que hieren el corazón, y desvanecer cicatrices que surcan el alma… —Yuki, me olvidé de avisarte. Al final no estaré contigo para Navidad. Me iré de viaje, y no podré acompañarte como prometí…—, dijo con gesto afligido la Sra. Iida. —No te preocupes, tía Ume. Estoy acostumbrado a estar solo. Es una noche más…—, contesté en tono despreocupado. —Pero yo no quiero que sigas pasando las fiestas solo. No es "una noche más", Yuki. Es una oportunidad maravillosa para compartir un momento cálido como ninguno junto a tus seres queridos. Y sobre todo, para recordarles lo mucho que los amas… Sé que tu familia no está contigo ahora, pero tienes a tus amigos, me tienes a mí, y me atrevería a decir, que cuentas con ese alfa de cabello castaño que vino hace un rato…—. Al oir la clara indirecta muy directa de la Sra. Iida, no me hizo falta espejo para apreciar el avance de mi sonrojo por mi blanca piel. Para ser sincero, era como si el mismísimo mar rebalsara de un diminuto recipiente. Haciéndolo estallar, mientras se desparramaba con violencia, agitándose cada vez más, formando olas que arrasaban con todo lo que tocaban. Algo así, se percibía mi rubor. Disgregándose desaforadamente por mi cara. Rápido. Sin control. En un segundo… Nada pude objetar. La voz de la Sra. Iida me detuvo antes de formular cualquier dicción con la comisura de mis labios. —Ni lo pienses, cariño. No me negarás nada hoy. No seré tan vieja, pero tengo edad de sobra para percatarme de que le gustas a ese chico, y mucho. Y de que a ti también te gusta, por más que te empeñes en no aceptarlo…—. Sus comentarios a modo de sermón me hacen sentir culpable. —Escuché que te invitó a pasar las fiestas con él y su hermano. Más te vale y espero que aceptes. No quiero volver y enterarme de que no fuiste, y te quedaste enclaustrado en tu departamento, comiendo comida instantánea. Parece un buen muchacho. Es educado, atento, y además muy guapo. Yo no lo dejaría escapar…—, reía la Sra. Iida, guiñándome un ojo en gesto cómplice. —¡T-tía Ume…! N-no digas esas cosas…—. Maldito tartamudeo… —Te lo digo por tu bien, mi niño. Sabes que eres muy importante para mí y que te deseo lo mejor… Por eso te pido que abras tu corazón. No te cierres al amor. Te aseguro que tu dolor podría sobrellevarse mucho mejor si le permitieras a los demás acceder a tí…—. En lo que me dedicaba esa expresión tan cargada de dulzura, colocó cuidadosamente un gorro tejido, de un azul marino intenso. Se sentía tan suave y calentito… Mi boca se curvó automáticamente en una sonrisa. Mis manos tocaron la preciosa lana, entretenida en pequeños puntos, formando un hermoso tramado. Delicado al tacto. Grato a la vista. —Feliz Navidad, mi niño. Quería que tuvieras esto también. Lo vengo tejiendo hace tiempo. Era mi idea inicial de regalo navideño, pero cuando ocurrió lo de la colección de los libros de arquitecturas, decidí hacerte un regalo doble…—. Esa simple acción me obligó a bajar mi rostro automáticamente, ya que en mis pupilas palpitaba la amenaza inminente de diminutas gotas de agua salada que rodarían por mis mejillas, delatando mi inmensa alegría. —Feliz Navidad, tía Ume. Lo siento por tener las manos vacías ahora. Cuando apenas llegues de tu viaje, te recibiré con tu regalo…—, prometí decidido. Tenía su obsequio listo en casa, nada más que no lo había traído porque pensé que la vería mañana en la noche. —No te preocupes por eso, Yuki. Verte animado es más que suficiente para mí. Ahora ve. Ya es hora de cerrar, y está empezando a nevar más fuerte…—, me apuró. Feliz, alcé mis cosas y me encaminé a la salida. Antes de mover la fría puerta vidriada, un aviso, mezclado con lo que creo que fue una advertencia amorosa, resonó, tan claramente, que penetró en cada rincón de la librería, dentro de cada estante, entre medio de cada página de cada libro que allí moraba, pero, mayormente, en mis tímpanos, en mi cerebro, y en cada fibra de mi cuerpo… —Recuerda, un solo rayo de sol puede borrar millones de sombras. No te escondas de él…—. Ese consejo siguió golpeando mi interior por un buen rato, y sin descanso. Mientras, en el exterior, los finos copos de nieve se pegaban a mi ropa, a mis zapatos, a mi bolso, y a ese pequeño gorro, que se convertiría una de mis posesiones más preciadas en muy poco tiempo, sólo que aún no lo sabía…

Great novels start here

Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books

Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD