SEMPITERNO| CAPITULO 08| LA SEDA Y LA LICRA

2167 Words
PALERMO, ITALIA. —¡Era una orden! —Te hice preguntas y no obtuve respuestas, Fabio. —No las tuviste, porque ni siquiera yo las tenía—replicó el guardaespaldas con reproche mientras la observaba en un estado ofuscado. No podía creer que hubiera tomado esa conducta infantil en un tema como ese. Le habían pedido quedarse en su habitación y ella, cómodamente, bajó a la enorme alfombra de la biblioteca para tocar el violín. Así era su naturaleza rebelde y nadie la podía cambiar. —Calma. Santino, no te dirá nada. —¿No me dirá nada? No es cuestión de si me dice o no, Alessandra, sino de lo peligroso que era. Las cosas pudieron haber salido terriblemente mal ¿Entonces? ¿Qué piensas que pasaría? ¡Pon los malditos pies sobre la tierra y date cuenta en la clase de mundo que vives! La italiana se quedó sin palabras. Ella nunca había tenido que vivir diferente a los demás. Puede que tuviera que cuidar su espalda, pero nunca había sufrido los embates de una emboscada o una persecución policiaca. Su padre trabajó demasiado para poder ofrecerle un ambiente de paz donde él, absorbía toda la paranoia de su mundo. En algunas ocasiones era encerrada por seguridad, pero jamás pasaba a mayores, supuso que esa vez sería igual, además, conocía perfectamente como escapar, que caminos tomar. No había razones para que el mundo dudara de su conocimiento sobre su propia casa. Tenía la confianza de que si algo salía mal, sabría como escapar. ¿Que clase de personas serían si vivieran presas del miedo todo el tiempo? Sus pensamientos estaban cimentados en ese crudo pensar que todo el mundo vivía como ella. Su padre, siempre tenía una tranquila sonrisa que ofrecer, pero esa sonrisa, al menos hasta el punto de su vida, se había terminado. No quería seguir escuchando a Fabio y sus réplicas. Estaba entera. Tenía manos y piernas. Inclusive la salud intacta. No había porque exagerar. Sin embargo, esa misma tarde se daría cuenta de que no eran exageraciones. Cuando bajó las escaleras huyendo de los reclamos de Fabio que próximamente se convertirían en una buena cátedra de seguridad por parte de Santino, escuchó esa conversación que pondría su mundo patas arriba sin que ella se diera cuenta. —¡No puedes suponer que porque ella era una buena mujer, todo el mundo que la rodeaba también, Fiorella! Esos desgraciados no miden sus palabras y ha venido delante de mí como si fuera el amo y señor de esta ciudad ¿Quieres que le entregue lo que me pide ¿Así? ¿Sin más? ¿Cómo quedaría mi nombre? ¡Mi apellido será pisoteado! Fiore no creía que fuera el dinero o el patrimonio lo que más le preocupaba, sino otras cosas que eran mucho más egoístas. Llevaba casada con él más de veinte años y sabía que tenía un problema cuando se trataba del temperamento y del ego. Su problema con Yuri, era el hecho de necesitarlo. No le gustaba necesitar a nadie. —No es cuestión de empresas o dinero, es cuestión de ego—reprochó Fiore en voz alta mientras se inmiscuía en una discusión con su padre. Leonard estaba abrumado, cansado, preocupado, avasallado y mucho más. Quería cortarse la cabeza. —¿Ego? ¡Deberías tratar con él! —¡Lo hago si tengo que hacerlo! El carácter de la Regina de Palermo era pasivo. Casi nunca estaba enfadada, pero cuando la ocasión lo ameritaba, sacaba a relucir ese temperamento duro, uno que necesitaba para hacer frente a su marido cuando tomaba un carácter insostenible. Leonard se dejó caer sobre el asiento. —Estoy en un punto, donde me siento ineficaz para proteger a mi familia—confesó entonces—. No tienes idea de lo abrumador que es tener que considerar otorgar mis bienes más valiosos solo para garantizar la paz. —No utilices el “solo” porque haces ver que la paz no es importante para ti. Llevas años imaginando este momento y ahora que el pasado nos golpea de nuevo en el rostro tienes que encararlo. Lo que sea que pida, es poco con lo que ella te concedió, o más bien, nos concedió. —¿Quieres que le dé las acciones de Lukoil? —Quiero que nos mantengamos en paz y completos. En esta vida uno no siempre puede ganar, Leonard. El mundo es enorme, hay gente más grande que nosotros y aunque quieras ir en contra, a veces la guerra no es el camino apropiado. —Si no puedes contra ellos… —Úneteles—completó.—Esta vez no tienes que unirte. Te dió la oportunidad de seguir tus negocios y además, con el dinero con el cual pagará las acciones, tienes caminos para expandirte en otros rubros. No se te acaba el mundo. Leonard suspiró. No se le acababa el mundo, pero no dejaba de molestar la manera tan poco diplomática en como le había pedido que le vendiera. Técnicamente, le estaba orillando y además, amenazó con tornarse agresivo si no cumplía con su capricho. No le gustaba nada, ser uno más en la lista de aquellos que se doblegaron delante de Valery Kadyrov. —Ese es mi mayor problema, Fiorella. No puedo confiar en él. No tiene palabra. Es capaz de mentir con tal de obtener lo que quiere y después, para mostrar su poder, dejarme sin la posibilidad de seguir usando la empresa para algo más. No solo quiere Lukoil, también quiere el ENI que es italiano. Un hombre que asesina a su propia sangre, no es digno merecedor de la confianza de nadie, pues la familia lo es todo. El capo sabía que el comportamiento de un hombre, hablaba mucho de la clase de persona que era. Tratar con una persona que tenía la sangre fría para asesinar a su propio hermano, no era tarea sencilla, porque si no respetaba a los que tenían su sangre, menos lo respetaría a él. —Entonces déjalo ir por completo. Los ojos grises del italiano observaron casi derrotados a su esposa. Fiorella intentaba apoyarlo, pero en realidad le estaba haciendo sentir miserable. Fue como si le dijera “No puedes”. —¿No crees que sea capaz de solucionarlo? —Considero que lo detestas demasiado para lograr algo bueno. Puede haber otros caminos, pero con tu odio has nublado la posibilidad de encontrarlos. Tomate los días que ha dado. Me parecen buenos. Piensa en la calma que encontraras después. No te fuerces con esto. Fiorella tomó su mano. Leonard besó sus nudillos e intentó encontrar la claridad mientras abrazaba el cuerpo de su esposa, que se había parado a su lado, luego de rodear el escritorio. —¿Por qué Yuri lo haría? —¿Que cosa? —Iniciar otra familia—respondió recordando la forma en como le había dicho que estuvo a punto de morir muchas veces. La mente de cualquier hombre, se volvía impenetrable ante las circunstancias después de haber sido forjada en situaciones así. ¿Debía compadecerlo o tenerle miedo? La segunda opción volvió a causar malestar. A su corta edad era feroz, pero carecía de la experiencia que solo los años podían brindar. Usaría el tiempo que le otorgó para buscar una forma de protegerse a él y a su familia, de aquel hombre que parecía no tener límites. Leonard escuchó el leve toque en la puerta. Alessandra entró y le regaló una sonrisa que el capo siempre solía responder de la mejor manera. Esta vez, obtuvo la sonrisa, pero no la sinceridad. Su padre parecía apagado y ella tenía muchas preguntas. La conversación que escuchó la llenó de curiosidad, pero su padre iba a responder con evasivas si era un tema que, desde su percepción, ella no debía saber. —Yo quisiera saber por qué me has encerrado. —No te encerré—respondió Leonard—. Te pedí que cooperaras y que esperaras en la habitación por un par de horas mientras yo cerraba unos negocios. —Usualmente, estoy en el jardín mientras cierras los tratos. ¿Acaso esta vez hay algo diferente? Fabio parecía insistente en que cumpliera con la petición de Santino pero ya me conoces. No puedo dar un paso sin estar informada de la distancia. Sintió la corazonada de que el hombre al que conoció, tenía mucho que ver con las cosas raras que estaban ocurriendo en su casa. La conversación de sus padres, fue extraña y poco interpretable. No tenía idea de quién era Yuri o algo similar. Estaba confundida, pero sabía que su madre estaba mejor enterada que ella y era el mejor medio para obtener la respuesta. —Deberías hacer menos preguntas. —Y tú deberías dar más respuestas, papá. Fiore la reprendió con la mirada de inmediato. No quería que discutieran y menos ahora que Leonard estaba tan tenso. —Sabes como se manejan las cosas en esta casa. Mientras vivas dentro de mis paredes, tendrás que acatar mis órdenes y yo, como un buen padre complaciente, te bajaré el cielo y las estrellas si así me lo pides. A cambio, solo pido obediencia a las reglas que te he impuesto. ¿Me repites cuáles son? —Obbedisci alla sicurezza. (Obedecer a la Sicurezza) Fornisci sempre la mia posizione. (Dar mi ubicación cada hora) y tambien non rispondere ai saluti agli uomini. (No responder saludos a hombres), a menos que les conozca previamente. —No tiene doce años—dijo Fiore rodando los ojos. Celos de padre. —La última regla es la más importante de todas. —Indiscutiblemente—apoyó su hija sabiendo que era la que menos respetaba. Durante sus viajes había conocido a muchos hombres que intentaban ligar con ella, sin embargo, ninguno le llamaba tanto la atención, como lo hacía Fabio. Hubo varios pretendientes que intentaron tocar a la puerta del capo desde siempre, pero este no estaba dispuesto a dar cabida a ninguno hasta que su hija tuviera al menos veinte. Tenía más de veinte años ahora, pero ella se encargaba de alejar a los hombres, porque sus ojos seguían puestos en el Sicurezza. No comentaba sus sentimientos con nadie, porque no tenía a una persona tan cercana como para confesar que estaba profundamente enamorada de quien le cuidaba la espalda. Una vez, intentó contarle a Gianni, pero sabía que pondría el grito en el cielo y al ser tan recto como su padre, lo evidenciaría. Podría traicionarla a ella, pero no a la famiglia al permitir que un código se violara de esa forma tan severa. Eso le dejaba sin alguien con quien hablar, pues no creía que su madre, tuviera ese temple para escucharla sin ponerse del lado de su padre. Ni siquiera sabía como respondería. Posiblemente enloquecería. —Alessandra tiene más de veinte. Deberías abrir tu mente de una vez a que pronto va a casarse y tendrá hijos. Serás un abuelo consentidor y considero que inclusive podrías adoptar a tu yerno como tu propio hijo. Leonard casi rodó los ojos. —Fácilmente, mi hija podría llegar a los treinta estando soltera. No digo que no sea bonita, de hecho, heredó tu belleza, sin embargo, no hay necesidad de un hombre cuando en casa lo tiene todo—comentó haciendo que Alessandra, tragara saliva y pensara en tocar un punto. —Padre, siendo sincera, me gustaría formar una familia como la tuya con mamá. Posiblemente no hoy, no mañana, pero sí en un par de años. No me gusta hablar de estas cosas. El rostro del capo se frunció. La idea no le emocionó, pero, al menos, sirvió para que apartar sus pensamientos del maldito ruso que se apoderaba inclusive de sus buenos momentos. No le daría el gusto. —Yo—tardó unos segundos en dar su punto de vista porque tenía que escoger muy bien esas palabras—, no tengo problemas en tus deseos. Tu felicidad es la mía Alessandra. Me gustaría que encontraras un buen hombre y que siguieras las tradiciones de esta familia, obviamente. Eso la hizo sonreír. Abrió una pizca de ilusión. Su madre acarició los hombros de su padre. —Me hace muy feliz que… —Siempre y cuando sea un hombre apropiado. —¿Que sería apropiado?—preguntó al verse interrumpida. —Un hombre que esté a tu nivel. —¿Y eso qué significa? Fiore observó como su hija daba un paso atrás, comprendiendo que “el nivel” que su padre acababa de mencionar, no le sentaba mucho en gracia, así que, como siempre, buscó una mejor explicación. Leonard se levantó y rodeó el escritorio. —Mi hija no puede casarse con alguien que no pueda brindarle la misma o una mejor vida que la que tiene a mi lado. No me he desvivido todos estos años para darte seda en las prendas y que al final tu marido solo pueda darte licra. Esa respuesta derrumbó al suelo, todas sus esperanzas.
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