PALERMO, ITALIA.
—Tu padre aprobará el matrimonio en las próximas horas. Me he desvivido para que así sea, por lo tanto, tú serás la que tiene que hacer el siguiente movimiento—dijo Fiorella Rinaldi mientras se adentraba en la habitación de su hija y cerraba la puerta detrás de sí, para luego afirmarse en el tocador.
Alessandra ni siquiera la miró. Siguió entre sus sabanas.
—¿Ya acordaste mi precio?
—¡Deja de ser tan dramática!
—Estoy siendo realista—respondió sintiendo como las sabanas eran arrancadas de su cuerpo y su madre la dejaba al descubierto. Fiore esperó esa actitud. Era imposible que su hija cediera de buena forma.
—No quiero negativas con tu padre. Le he dicho que hablé contigo, que estás dolida por la situación pero que entiendes perfectamente que es lo que tienes
