PALERMO, ITALIA. Fiorella se quedó atónita. Cerró la puerta víctima de la sorpresa y una extraña sensación que no tenía palabras para explicar. Detrás de ella, Santino frenó su andar al verla palidecer de golpe. Acercó sus manos a la Regina y le preguntó qué pasaba. —¿Qué pasa, mi señora? Se quedó en silencio. No pudo responder. Su respiración se aceleró y sus ojos confundidos no encontraron consuelo ni calma. Estaba nerviosa, muy nerviosa, pero a pesar de lo sorpresivo del momento, no tomó una decisión apresurada. Lo que acababa de ver era una sentencia directa a Fabio. Santino no dudaría en inmovilizarlo y después, ni siquiera quería imaginar lo que podían hacerle. Sintió pena, sintió dolor, sintió desesperación, pero sobre todo una profunda decepción en su corazón. Sinti