Capítulo 20

1371 Words
No tenía nada más que el nombre de él, de Miguel, en mis pesquisas. Luego todo el resto me era incertidumbre. Su apellido, las mujeres con las que había estado, la época en que vivió, si tenía hijos, hermanos o parientes, en fin, todo era un mar de dudas que me golpeaban en la cabeza sin clemencia. Sin embargo, pese a mis reveses, yo me moría de ganas de descifrar este peculiar misterio en que me encontraba involucrada. Me había obsesionado en averiguar sobre mi vida pasada. Pensaba en ir al especialista en hipnosis pero desconfiaba de él, en todo caso tenía que ir con un pariente o con Maicol, pero me daba vergüenza que ellos se enteren de mis cuitas pasadas, je. Cavilaba mucho en eso, además. Me convencía, animada, que podía sacar un libro y hasta imaginé en un título, "fui un mujeriego en mi vida pasada" je je je, pero me parecía vago, tonto y cursi. También ventilé la posibilidad de hacer una telenovela y hasta una película que ganase muchos premios, incluso el de la academia. Esa obsesión me tenía entre confundida, emocionada, obsesionada y, por qué negarlo, súper excitada. Tenía algunos puntos de partida, sin embargo: el gol de Terry a Brasil, el terremoto de 1940 o Kennedy y su posible invasión a Cuba, que había recordado a la perfección. Eran imágenes que las tenía grabadas en mi mente. Yo jamás me había enterado de esas cosas, ni los leí en ninguna parte ni sabía nada de aquellos lejanos acontecimientos, pero estaban claveteadas en mi mente y las repetía en mis pensamientos como cosas naturales, como sí me hubieran pasado a mí en el pasado. Entonces, tumbada en mi cama con mis tobillos alzados, chupando un caramelo, empecé a escribir pistas en un cuaderno de apuntes. Y deduje que el tal Miguel era un niño en 1940, joven en 1957 y en 1962 ya era un hombre en todos sus cabales. Conclusión: debió haber nacido en mil novecientos treinta y tantos. Justo entró a fastidiar Lisseth. -Escucha, Roxy, escucha esta canción, es lo último de Heidi Pulsera (la cantante de moda)-, me dijo y puso un usb y empezó a brincar como loca, quitándome la concentración. -Sabes que a mí no me gusta Heidi Pulsera-, le protesté mirándola de reojo. -Por eso quiero que lo escuches, para atormentarte-, echó a reír ella, alborotando sus pelos. -¿Tú crees en la reencarnación?-, le pregunté entonces sumergida en mis pensamientos. -¿Si tuvimos una vida pasada?, adivinó rápido Lisseth, yo creo que sí, yo pienso que antes fui una profesora de escuela- Estallé en carcajadas. -¿Por qué lo crees?-, me interesé vivamente. -¡¡¡Porque me gusta enseñar... enseñar las piernas!!!-, me dijo eufórica y salió corriendo con su usb sin que yo pudiera atinarle un almohadazo. -Tarada-, chirrié mis dientes. Vuelta al principio, llegué a la conclusión que el tal Miguel vivía en Lima, le gustaba el fútbol y se interesaba en la política, que posiblemente sea abogado o quizás político. En esos años había mucha efervescencia en el país, golpes de estado y esas cosas. Lo de Kennedy era parte de esa marejada de intranquilidad e inestabilidad que reinaba, entonces, en el planeta, pensé. Me tocaba ir en la tarde al diario. Me puse una casaca porque hacía frío, mis jean gastados y botines marrones con flecos. Me solté el pelo y llevé mi mochila. Mi papá estaba trabajando en la fábrica y mi mamá había salido hacer unos trámites. Solo estaba Lisseth haciendo sus tareas de la universidad. Ella estudia derecho. Su novio está en la misma facultad. -¿Volviste hablar con Rafita?-, me interesó. Ella siguió descargando archivos a su usb. -Sí. Insiste con lo de amarrarme. Me da miedo-, me dijo sacando su lengüita. -Ay, ya se obsesionó con eso ese hombre-, me decepcioné. Siempre consideré a Rafa como un buen chico. Ahora empezaba, también, a asustarme. En el bus, dirigiéndome al diario, mirando por la ventanilla, vi algo que me pareció familiar: un parque, chico, agradable, con algunas bancas, muchos árboles , copando toda la esquina. -Juraría haber estado aquí-, me dije boquiabierta. Pegué la nariz a la ventanilla y por un momento rebotó un fogonazo en mi mente. Montaba un triciclo, dando vueltas, alzando los pies pequeñitos, con zapatillitas blancas y un señor de edad, erguido delante me decía, -con cuidado, Miguel, con cuidado- Sentí rayos y truenos rebotando entre mis sesos. Mordí los labios. Miguel venía a jugar a ese parque cuando era niño, no me cabía la menor duda. ***** Con Marifé nos fuimos a comprar panes con mortadela al supermercado que está a unas cuantas cuadras del diario. Es pesado trabajar de noche, da mucha hambre, je. A mí me gusta mucho el pan chapata, es delicioso y crujiente, y María Fernanda se deleita con los yemas. Cada una prefiere los suyos. Justo había una liquidación de ropas de baño. Nos llamó la atención. Los maniquíes lucían diminutas prendas que nos hacían agua la boca. -Uyy, dije alborozada, con esta prenda provoco un maremoto gigante, la quiero- Era una tanga brasileña de puras pitas que me emocionó sobremanera. -Si te vas a comprar eso, mejor anda desnuda a la playa-, se quejó Marifé. Ella admiraba un bikini con flores. -Con eso no te harán caso ni los picaflores-, me reí. -¡¡¡Roxana!!!-, entonces me pasó la voz alguien. Me alcé sobre la punta de mis pies. Era Gigi. Lo saludé moviendo los deditos -¿Qué haces por aquí?-, se sorprendió él. -Vine a comprar pan con mi amiga-, mordí los labios. Giuliano miró de pies a cabeza a Marifé. Ella tenía la naricita alzada, indiferente a mi amigo, viendo las ropas de baño. -¿No me las presentas?-, se interesó Giuliano. Apreté los dientes. Sentí hervir mi sangre. -María Fernanda, él es Giuliano-, dije. Ella lo miró, sonrió, levantó su hombro y siguió deleitándose con las diminutas tangas. -¿Estás de franco?-, le pregunté, tratando de dominar la situación, sin embargo Giuliano seguía mirando y admirando las caderas de mi amiga, resaltadas en su jean pegado. -Trabajé en la mañana. Estuve operativo hasta las siete de la noche, salí y ahora hago algunas compras para la casa-, me relató. -Eres casado, entonces-, crucé los brazos. -No, yo vivo solo, no solo los casados comen en ésta vida-, echó él a reír. Me sentía muy fastidiada. Estaba convencida que Giuliano era mujeriego. Su mirada lo denunciaba, desnudando a mi amiga con todo desparpajo, no sabía, entonces, qué hacer. No teníamos nada tampoco, es verdad, y Marifé es muy linda y sus curvas imantan cualquiera. ¿Perdonarlo? ¿Mostrarme indiferente? ¿Mandarlo al diablo? Todas esas dudas empezaron a martillarme la cabeza. Estrujé la boca. -Bueno, tenemos que irnos o el director nos cuelga de los pechos-, se me ocurrió decir. -Oh, qué pena, ¿por qué no nos juntamos el miércoles, a comer un pollito a la brasa, yo invito, vienes con tu amiga-, dijo él, fuerte, esperando una reacción de Marifé, pero mi amiga se hizo la sobrada, como que la conversación no era con ella. -Gusto conocerlo-, no más le dijo María Fernanda, metió su mano entre mi brazo y me jaló hacia una de las cajas. Giuliano se quedó repasando la espalda de mi amiga, relamiéndose incluso. -Qué hombre para descarado-, me dijo, también fastidiada, Marifé. Yo tenía mi sangre a punto de hacer estallar en mis venas, víctima de los celos. De regreso al diario, me senté frente a mi PC crucé las piernas, mordí uno de los panes y me entretuve con los crujidos. -No te agradó Gigi-, le dije mirándola. Ella tomaba la gaseosa que también compró en el supermercado. -Conozco a hombres de su calaña, solo piensan en la cama, esos tipos me fastidian-, se sinceró conmigo. -¿Lo conocías de antes?-, me interesó. -Lo he visto en las manifestaciones, pero no hablamos. Gómez me contó que siempre para enamorando a las chicas-, me dijo seria. Arrugué mi nariz. -A mí me parece un buen chico-, exhalé. -Yo que tú, mejor guardo las distancias-, me recomendó ella después.
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