Esa mañana del domingo, cuando desayunaba tranquilamente, vi en la mochila de Lisseth una revista que me llamó la atención. Papá y mamá habían salido de compras y ella dormía apaciblemente, en su cuarto. Yo descanso los fines de semana, a menos que Marifé u otro compañero desee cambiar de turno. Eso me ha pasado muchas veces. Lahura, que hace políticas, suele pedirme para intercambiar descansos.
-Tengo un plancito, Roxy-, me dice él guiñando el ojo. Yo chupo mi boca, me hago la difícil, pero igual acepto. También suelo intercambiar descansos con Marcia Apaza, la chica que hace deportes.
-Tengo una reunión familiar-, es su escusa de siempre. La verdad es que sale a escondidas con su novio, el redactor estrella de La Primicia, y cuando coinciden los domingos, entro a la cancha en su reemplazo, como dicen los chicos de deportes. Para mí no es difícil sin embargo aunque debo estar consultando, en forma permanente con los otros muchachos de la redacción que al menos están más enterados que yo, sobre todo en lo que respecta al fútbol que, ya saben, no es mi fuerte, y estoy siempre más perdida que un piojo en la cabellera de una muñeca.
Esa vez estaba libre. Así es que estaba relajada, con ganas de pasarla bien, leyendo alguna revista o navegando por el internet. Me había hecho, además, un delicioso desayuno con huevos revueltos y tocino y me preparé un café con leche y abrí mi laptop para enterarme de lo último de las informaciones, al cierre como decimos, siempre, en el diario. Por ello, estirándome, disfrutando de que estaba en casa libre de preocupaciones, me atrajo, sobremanera, la revista que, provocativa, emergía, entre los libros que había en la mochila de Lisseth, regada por el suelo.
Mi hermana siempre lanza su mochila a cualquier lado apenas entra a la casa dando tumbos, tirando la puerta y chillando como una loca. Esa mujer siempre ha sido muy desordenada, poco prolija y suele mandar todo por los aires, sus zapatos, su colet, la cartera, el abrigo y al final, mamá y yo tenemos que recogerlo, luego para colgar en las perchas todo el desorden. Eso ocurría en forma frecuente con su morral. Lo único que le faltaba a la dichosa mochila es que tuviera alas porque paraba en el aire, lanzado siempre por mi hermana
Ahora estaba allí haciéndome guiños. Me levanté de puntitas, tomé la mochila, corrí el cierre y mirando a todos lados por si aparecía mi hermana ,la tiré en la mesa, abriéndola en la mitad, mientras cortaba con mis deditos, la deliciosa tortilla con tocino que me había preparado, pero luego quedé boquiabierta y parpadeando de prisa, pasmada y lívida, con mis pelos erizados y la sangre congelada en los tubos de mis venas.
Era una revista de bondage, esa actividad de sumisión que tiene muchísimos adeptos en el mundo entero.
Chicas amarradas, cadenas, métodos de shibari, ball gag y un montón de cosas para disfrutar del sometimiento, se turnaban en las páginas, escandalizándome. Apreté los dientes. -Rafa-, renegué colérica, soplando mi enfado.
Lisseth ya estaba levantándose, estirándose, bostezando y con sus pelos desparramados sobre sus hombros. Había dormido como una princesa.
¡Pum! entré a su cuarto, dando bufidos igual a un rinoceronte enloquecido y le tiré la revista a sus piernas, crucé los brazos y me cuadré delante de ella mirándola fijamente, con mi naricita arrugada.
-¿Qué significa esto, señorita?-, le pregunté furiosa e iracunda. Yo echaba humo hasta de las orejas.
Lisseth parpadeó y coloreó de rojo intenso su cara.
-¿Quién te dio permiso para rebuscar en mis cosas?-, protestó, intentando mostrarse inocente luego de haber sido descubierto in fraganti.
-No intentes evadir la respuesta, Lisseth-, chirríe mis dientes, con mis tobillos juntos, parada delante de ella, con mi cara adusta y mis ojos pintados de ira. Yo no dejaba de soplar mi cólera.
-Rafa sigue insistiendo con lo del bondage, quiere someterme y que me haga su sumisa, desea practicar las técnicas de atar y amordazar conmigo-, confesó aún más roja, mi hermana.
-Ese chico se ha vuelto loco, le dije iracunda, ahorita mismo lo terminas, no quiero que te involucres con ese tipo de cosas-
Lisseth me miró apenada. -Solo me dijo que lea la revista, que vea que es cosa normal, que muchas personas lo hacen, que es una forma de encontrar satisfacciones eróticas-, subrayó ella cavilando.
-A mí me parece que es sádico, pervertido y que no está bien-, la regañé con severidad.
-Mucha gente practica el bondage-, defendió ella otra vez a Rafa.
-Te has dejado convencer, hermana, le aclaré, tú decías que estaba loco y ahora le das la razón. Te estás dejando manipular, es la idea del bondage, esclavizar-
Lisseth me prometió, entonces, no volver a hablar con Rafael, pero me rogó que no le dijera nada a nuestros padres.
Yo molesta le escribí un mensaje de texto a Rafa. -Si vuelves a insistir con mi hermana con lo del bondage, te hago pedacitos con mis manos-, le subrayé poniendo un emoji de una carita furiosa.
Al día siguiente, Rafa me esperaba en la puerta del diario. Me sorprendió. Marqué mi asistencia y lo hice pasar al hall. Lo veía divertido, sonriente, y demasiado distendido. Se arremolinó en el sillón para los invitados.
-No sé por qué te molestas, no hemos hecho nada malo-, me aclaró abriendo las piernas.
No me gustó su desplante. No era el Rafita tan dulce y apacible de antes. Lo veía dominante, todo poderoso, incluso mirándome despectivo.
-Mi hermana es muy noble, confiada, sensible. No me gustan esos juegos-, dije juntando mis tobillos y apreté mi mochila en mi regazo.
-Jamás le haría daño a tu hermana. Yo solo le muestro lo divertido que es la práctica de ese deporte-, estiró la sonrisa.
-No es un deporte, es sadismo-, subrayé.
-No, no, no, el sadismo es disfrutar. El bondage no provoca dolor, eso de inmovilizar es sexy. Es sensual estar a merced de una persona-, intentó corregirme. Me puse de pie. Chupé mi boca.
-No eres el Rafita que conocí-, le dije, me di vuelta y me fui meneando las caderas. Rafa se entretuvo mirando mi cadencia deleitándose con el meneo de mis posaderas seguramente pensando en lo bien que me vería sometida a sus ansias y amarrada y amordazadas a sus deseos y gustos eróticos que le inspiraba y motivaba el bondage.