Capítulo 22

1223 Words
Perú es un país muy expuesto a las calamidades naturales. Y uno de los principales azotes que solemos sufrir en mi país, son los huaicos, aludes de tierra, barro y piedra, que ocurren en los días de verano, que son, además de fortísimo calor, también de lluvias intensas en las partes altas, en los cerros. Tal es la lluvia que se acumula en las cimas, que se embalsa y al sobrepasar los límites, se rebalsa y ese cúmulo de agua y barro, se precipita ladera abajo, arrasando pueblos enteros, ocasionando incluso numerosas muertes. Entre febrero y marzo ocurren, con frecuencia, estos huaicos. Y esa vez me tocó padecerlos en carne propia. Yo estaba copiando una información importante de un terremoto en Turquía, que había ocasionado, también, muchísimos muertos, cuando Galarreta me gritó desde su oficina. -¡Roxana!- Me paré de prisa y fui parpadeando, con todos los datos del terremoto en Turquía y empecé a recitarle de paporreta, pero el director tenía otra cosa en mente. -Ha ocurrido un huaico cerca a Chosica. Llévate la unidad móvil, transmite en directo para la web y quiero muchísima información para la central de mañana-, me dijo resoluto, sin dar ocasión a reclamo. Iría con el fotógrafo estrella de El Cotidiano: Fontana. Éste era un tipo alto, fortachón, muy musculoso y además demasiado arriesgado y poco precavido por buscar la noticia. Se colgaba de los techos, subía a los árboles, desafiaba las balas o se metía en un incendio en busca de las mejores fotos. Por eso no me gustaba salir con él, porque ponía en riesgo su vida, la mía y la de los demás. El huaico había suido en un poblado en las alturas de Chosica, en una zona bastante accidentada y de difícil acceso. La unidad móvil intentó llegar hasta unos escarpados, pero después se hizo difícil. El camino estaba bloqueado por el alud, bastante barro, y habían muchos autos y camiones varados sin poder movilizarse. -Todo el pueblo ha sido arrasado-, nos dijo un tipo de sombrero y patillas bajando apurado por la ladera, huyendo de la tragedia. El poblado que había sido afectado por la avalancha, se alzaba detrás de las colinas, en medio de rocas inmensas y escarpados empinados. Era imposible desafiar las piedras enormes. Soplé molesta. -No podremos llegar hasta allí-, soplé mi enfado y me crucé de brazos. Pero para Fontana no habían imposibles. Cargó su maletín con los lentes, se puso un sombrero grande, se remangó las mangas de su camisa y me dijo resoluto y convencido, -vamos, vamos, Roxana, subiremos por los cerros- -¿Estás loco?, me enojé, es demasiado trecho y eso está muy escarpado- Cuando le dije eso, él ya estaba trepando por las rocas puntiagudas, avanzando por entre los arbustos y trochas, perdiendo su figura en las sombras y culebreándose por los piedrones. -Mejor tenga cuidado, Roxana-, me pidió el piloto de la unidad móvil. Él también pensaba demasiado riesgo tratar de legar a la cima. Logré subir el escarpado y avancé a toda prisa por las trochas. Dos hombres bajaban con un burro. -Los huaicos siguen cayendo, señorita, mejor váyase-, me dijeron asustados, jalando su espanto. A Fontana ya no lo veía. Desapareció entre las pendientes y escarpados, cuando justo hubo un ruido horrible, ¡¡¡¡brooommmmm!!!! y sentí un fortísimo temblor, remeciendo los cerros. Me aferré a una roca. Una mujer, de sombrero, trenzas y pollera, bajaba, también, la ladera de prisa. -¡El huaico! ¡El huaico! ¡Allí viene!-, me gritó aterrada. Prendí la móvil y me comuniqué con el diario. Hablé con el jefe de la web, Ramírez. -¡Está cayendo un huaico ahorita mismo!-, alcé la voz frenética. Me conectaron y salí en vivo. La avalancha rodaba con estrépito, arrasando todo, avanzando por un cauce hacia las pistas, donde los carros se apuraban a arrancar y marchar antes de ser sepultados por el lodo. -¡¡¡Terrorífico!!!-, grité espantada viendo la ola enorme que aplastaba a los carros y camiones, llevándolas consigo, arrastrándolos, igual a un torrente desbocado. -Estamos a quince minutos del pueblo de Villa Hermosa, dije, procuramos en estos momentos llegar, pero es difícil-, dije conectada, soplando mi angustia, achicharrada por el sol, sudando a borbotones, mi corazón reventando en el pecho, llena de tierra. -Los pobladores me dicen que no ha quedado nada de Villa Hermosa-, dramaticé. Muchas personas empezaban a bajar por los escarpados. -¡Es una desgracia!-, gritaban espantadas. -¿Cuánto me falta para llegar?-, exhalé fuego de las narices. Me dolían los brazos, tenía las piernas endurecidas, la nariz llena de tierra y me dolían las posaderas horrible. -Detrás de las rocas, se detuvo un labrador, con las manos callosas, todo está destruido- Quería tumbarme en el suelo, pero faltaba poco. Tomé aliento y subí por los peñascos, agarrándome fuerte, tratando de no resbalar colina abajo. Subí con dificultad, rompí mi jean, me herí los codos y mis pelos se enredaban con las matas cadavéricas. Mis uñas se quebraron sujetándome a las piedras y me golpeé la cara con palo que estaba sujeto a unos piedrones. De remate, no sé dónde, perdí mi lapicero. Y allí estaba lo que quedaba de Villa Hermosa: nada. El barro había sepultado toda la comunidad. Solo habían palos tumbados, casas tiradas, mucha tierra, rocones aplastando las covachas, muchísimos gritos y lamentos por doquier. Volví a salir al aire. -Esta es una imagen fantasmagórica, el poblado ha sido completamente arrasado-, dije conmovida, respirando con mucha dificultad. De repente, otra vez se remecieron los cerros , ¡¡¡¡brooooommmmmm!!!!! volvió a tronar todo y serpenteando las rocas, apareció otra inmensa ola de barro y piedras, viniéndose de prisa sobre la ladera, llevándose consigo las rocas, los árboles, las piedras, las casas destartaladas, avanzando como un cauce desbocado, un colosal río, poderoso, arrastrándolo todo a su paso. La gente se amontonó en un empinado donde contemplaba ensimismada el violento torrente, arrasando con sus precarias casas. -Es horrible-, decían los humildes pobladores. -Lo he perdido todo-, se lamentó otro. -Ayúdennos, señorita-, imploró una mujer. Ya no dije nada. Solo seguí transmitiendo viendo ese caudal incontenible barriendo con todo lo que se encontraba en su camino. Cansada, me tumbé sobre un escarpado, tratando de recuperar aliento. Ramírez me escribía al w******p, felicitándome. -Video es viral, un millón de likes, audiencia total-, tipió con muchos emojis. Yo no podía respirar. tenía las narices tapadas y mi respiración era febril y desesperada. Un poblador me alcanzó agua. Bebí como náufraga. - Sople, sople-, me pidió un señor también sentado sobre una piedra, abanicándose con su sombrero. Al fin fui recuperando el aliento, mi corazón se desaceleró y pude respirar mejor. Entonces apareció Fontana, lleno de barro, hasta las orejas. -Tengo unas fotos malditas-, me dijo sonriente, tomando de mi agua, sin pedirme permiso. Simplemente me jaló la botella de mi mano. -Uno de estos días vas a terminar muerto por loco-, le reclamé. Se tumbó a mi lado y me encharcó el jean con el lodo que tenía pegado. -No se trata de ser loco, me dijo, o estar en la línea de fuego, es valorar la noticia- Estrujé mi boca. -Prefiero que me digan aquí corrió que aquí murió-, levanté mis ojos al cielo y él rompió a reír.
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