Capítulo 36

1797 Words
-Estoy en Lima, mi amor, tengo muchos deseos de verte-, me dijo entusiasmado Stuart Vásquez. Yo pensaba que él estaba concentrado con su equipo en Argentina y que yo tardaría buen tiempo en poder volver a verlo. -Me expulsaron por empujar al árbitro y me dieron dos fechas de suspensión, así es que pedí permiso para venir a Lima algunos días, visitar a la familia, traer algunos recados que me pidieron, ya sabes-, me explicó divertido y distendido. -No debiste darle un empellón al juez-, reí emocionada de escuchar su voz tan dulce y atildada. -Al contrario, se merecía una patada por infeliz. Estaba que nos malograba el partido ja ja ja-, siguió riendo entusiasmado. -Cada día estás mejor, le subrayé, todos los fines de semana cuelgo noticias tuyas en la web haciendo goles y la gente le da muchos likes- -Sí, sí, sí, Roxana, yo los leo en las noches, apenas llego a mi apartamento. También te veo en la web leyendo las noticias. Cada día estás más hermosa, me encantan tus ojos-, me dijo. Me azoré y me puse roja como un tomate. -Ay, es un problema eso de las noticias, suspiré, ahora cualquiera de nosotras lee las noticias y hay que estar lindas en toda ocasión-, le expliqué sobre los cambios en el periódico. -Bueno tú estás linda a cada hora y por eso no me pierdo ningún segmento en donde apareces hermosa como ninguna-, me dijo él súper romántico y yo sentí hervir la sangre en mis venas. -Qué lindo, me gustó lo que dijiste-, le confesé mordiendo mis labios. -Vente a mi casa, te presento a mis hermanos, a mis padres-, me invitó. No supo qué decirle. -Depende, tengo mucho trabajo por estos días-, traté de justificarme. -Cualquiera hora está bien. Tú dime-, insistió él sin perder la risa que lo hacía tan divino. Ufff ¿qué hacer? Busqué algún auxilio en Marifé pero ella estaba muy concentrada escribiendo sus informaciones que tenía atrasadas. -Ya pues. Salgo a las cinco-, le indiqué mordiendo mi lengüita. -Sale. Mando a mi hermano para que recoja a las cinco en punto-, me dijo y colgó sin darme ocasión a cambiar de opinión. Miré al techo. -Hombres-, renegué entre emocionada y dubitativa. Me tocó leer las noticias de la tarde. Las maquilladoras me pusieron muy regia, así es que no necesité arreglarme mucho para ir donde Stuart. Su hermano ya estaba en la puerta cuando marqué mi tarjeta y me despedí de los vigilantes. -Suba al auto por favor-, me pidió él muy cortés. Aquel era más alto que Stuart, más fornido incluso. -¿Usted juega fútbol?-, le pregunté curiosa viéndole su magnífica estampa deportiva. -No. Yo participaba antes en competencias de disco, bala y martillo, en el atletismo, pero no me fue bien. Ahora trabajo en lo mío, soy ingeniero pesquero-, me contó divertido. -Wow, a mí me gusta la vida en el mar-, le dije haciendo brillar mis ojitos. -He estado en el Humboldt, en la Antártida. Es alucinante-, me relató él también entusiasmado. El Humboldt es el principal barco científico del Perú. Vásquez me esperaba con una larga sonrisa. -¡¡¡Roxana!!!, me recibió efusivo, ¡¡¡Dichosos mis ojos que te ven!!!-, gritaba a todo pulmón. Me recibió con un besote en la mejilla, tomó mi mano y me llevó a la sala de su casa. Había mucha gente. Tenía cuatro hermanos, todos varones, con sus respectivas esposas, estaban, además, sus papás, a los que saludé con una larga sonrisa, y casi una docena de sobrinos que se pegaban y jugaban entre ellos. Su mamá me sirvió una limonada heladita, hummm sabrosa. -Ella es Roxana Villafuerte, la periodista de El Cotidiano que les he hablado tanto-, me anunció Stuart febril y festivo. Sus padres se arremolinaron en el sillón y me miraban con mucha curiosidad, desnudándome, incuso con alevosía. -Entonces usted es que le saca la chochoca a mi hijo-, rompió a reír su padre, que era un tipo enorme, de una bíceps impresionantes y cabellos canos. Todos estallaron en carcajadas. Yo no sabía qué decir. -Que diga la verdad, es lo que importa, ese es el credo de los periodistas-, dijo uno de los hermanos. Echaba mucho humo de su cigarrillo que fumaba con mucho encanto. Cenamos arroz con adobo. Estaba sensacional. Me chupé los dedos. También sirvieron cazuela y más limonada. Uffff, quedé convertida en una vaca de lo tanto que comí. Stuart se la pasó hablando de sus partidos en Argentina, sus vivencias, lo que decían de él mientras sus hermanos le hablaban de sus cosas, igual sus padres. Me sentí extraña en medio de ese caos. -¿Tiene novio, señorita?-, preguntó entonces el tipo que me trajo a la casa. -Por ahora estamos peleados-, conté y todos rieron, azorándome. -Todas las chicas siempre pelean con sus novios-, estalló en carcajadas otro de los hermanos de Stuart. -Siempre dicen que están libres o peleadas pese a que mueren por su enamorado-, echó a reír el papá. Yo me sentía incómoda entre todos ellos, sentada a mitad de la sala. Los hombres hablaban, gritaban, alzaban la voz, estallaban en risotadas y las mujeres cuchicheaban ente ellas, en un rincón, tomando cerveza y limonada, sin hacerme caso, sin siquiera mirarme. El bullicio de las criaturas jugando, peleándose, arranchándose los juguetes, también me tenía confundida y sumida en una insólita angustia. Quería irme a mi casa cuanto antes y meterme debajo de mi cama abochornada. -Te he traído un regalo-, dijo al fin Stuart, poniéndose de pie. Fue hacia una maleta grande que estaba apiñada a la pared, con mucha ropa desordenada, paquetes abiertos, zapatillas regadas y pantalones de buzo. Buscó un paquete en una bolsa que decía tienda deportiva "El pibe de oro" y sacó una camiseta. Era de su equipo en el que jugaba en Argentina, reconocí sus colores. -Para Roxana-, dijo fuerte Stuart. Todos se alzaron para ver la camiseta que exhibía orgulloso. -Esa es la que le hiciste el gol a Independiente, fue un golazo-, infló su pecho orgulloso su padre. -No, no, no, viejo, dijo Stuart, ésta no está usada. Es nueva, la mandé hacer especialmente para ella- Y cuando la volvió, en el reverso, encima del número 10, decía Roxana. Todos lanzaron un sonoro uuuuuuuuuuhhhh, tanto que me puse súper colorada hasta me tapé la boca con las manos. -Está linda-, le dije trastabillando con mi desconcierto, euforia, felicidad e incredulidad, todo en una. -Ya eres de mi equipo-, sonrió Vásquez. También me regaló dos peluches de oso, una taza, un buzo rosado de una importante marca deportiva y zapatillas tenis. Todo estaba en un neceser que tenía la insignia del club donde jugaba Stuart. -¡Aplausos para la novia!-, gritó uno de los hermanos y todos dieron hurras y vivas por mí. Yo quería que me tragara la tierra. No sabía dónde esconder la mirada.¡¡¡Me habían llamado la novia de Stuart!!! ¡¡¡Rayos!!! Al fin, cerca de la medianoche, dejé de ser el tema de la velada y pude estar a solas con Vásquez, en el jardín de la casa. Nos sentamos en una simpática banca de madera al lado de la puerta. -¿Por qué no tienes una novia argentina?-, le disparé mientras sorbía otro vaso de limonada. -Son muy hermosas las minas, me dijo serio, pero allá estoy dedicado a lo mío. Quiero triunfar plenamente allí, demostrar mi valía- -Mi jefe siempre me pide estar atenta a todo lo que digas, hagas y juegues. Me exige estar pegada al internet y buscar siempre alguna información tuya-, le conté. -Por eso me gusta mucho la web de tu diario, siempre informa de mí, je je je-, echó él a reír de buena gana. -Es que eres el ídolo de la actualidad de nuestro fútbol-, le recordé. -Intento hacer bien las cosas, nada más-, sonrió con magia y encanto. -¿Puedo publicar eso?-, le pregunté emocionada. -Claro. Pero también pones que cada vez que salgo a la cancha, pienso en mi país, en darle alegrías a los que confían en mí y en prestigiar nuestro fútbol-, me suplicó. Empecé a apuntar todo en una libretita que siempre llevo conmigo, cuando de repente, Stuart levantó mi mentón y me besó apasionadamente, estrujando mi boca, dejándome sin aliento. ¡Pum! mi libretita y mi lapicero fueron al piso y quedé desarmada, con mis manos rodando por mis muslos. -Qué hermosa eres Roxana, me gustas demasiado-, me dijo él, entonces, suspirando, exhalando pasión en su aliento y haciendo brillar sus ojos. Yo no sabía ni qué hacer ni qué decir. Vásquez, ciertamente, me gustaba mucho. Es muy lindo en su forma de ser y sus detalles, en su mirada tan varonil y me encantaba que me bese. Encendía mis llamas como una antorcha. -Eres gentil-, intenté decirle, pero él no me dejó, me siguió besando, acariciando la espalda, sumergido en el oasis de mis labios, saboreando mis besos. El fuego empezó a revolotear en mis entrañas y la candela chisporroteó en todos mis poros. Sentía mis pechos muy duros en mi blusa y empecé a suspirar y gemir estremecida. - Siempre cuento los minutos para verte y estar contigo-, insistió él, teniéndome obnubilada, perdida en un mar de estrellas, hipnotizada a Stuart, sucumbida a sus caricias, ansiando convertirme en cenizas entre sus brazos. -Vas muy rápido, je, el partido recién está a la mitad-, traté una vana salida que no dio resultado porque él siguió besándome, embriagándose de mis labios, saboreando mi boca como si fuera una golosina, endulzándose con mi saliva y hasta metiendo la lengua por entre mis dientes, erótico y febril. -Cálmate-, le rogué, pero fue inútil, él siguió apoderándose de mis curvas, de mis labios, incluso sus manos iban audaz por mi espalda, queriendo llegar a mis caderas y yo sentía su pierna velluda encima de mi rodilla, queriendo alcanzar límites lejanos de mi vasta geografía. Entumecida, absorbida en la excitación, no podía resistirme y tenía no solo los ojos cerrados, sino que mi corazón pataleaba vehemente dentro de mi pecho. Al final me salvó la campana. Una de sus cuñadas salió y dijo que ya todos se iban. -Yo también tengo que marcharme-, le dije arreglando mis pelos, acomodando mis leggins, recogiendo mi lapicero y la libretita. -Yo la dejo en su casa-, me aseguró uno de sus hermanos, que era el más bajito y tenía a uno de sus hijos colgado en su cuello, haciendo caballito. -Pongo mañana en la web tus declaraciones-, le aseguré entonces a Stuart. Vásquez me miró haciendo mucho brillar sus pupilas. -Gracias por regalarme esta noche tan fantástica, Roxana-, me dijo, con su sonrisa grande y tan masculina que alborotaba toditos mis sentidos.
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