Hice, entonces, un croquis de todo lo que me parecía haber visto antes y que, obviamente, no había estado jamás, para tratar de descifrar mi vida anterior, algo que se me había convertido en una obsesión. Yo estaba demasiado terca y decidida a saber quién fui, realmente, en mi existencia pasada. Apuntaba todo. Un parque, columpios, árboles frondosos, calles extrañas, triciclos, carros grandotes y también extraños sombreros como los que usaban los hombres en las películas de gangsters, además de ropas amplias, y mujeres con vestidos hasta las rodillas, tirantes, gabardinas, buses que echaban mucho humo, autos igual a lanchas o redondos como gigantescos escarabajos.
Traté de graficar todo eso en un gran dibujo, pero, luego de tanta tarea, de escarbar en mis recuerdos y sensaciones, la gráfica no me dejaba nada en claro. Solo veía una ciudad, con calles amplias, parques, personas paseando, carros grandotes y árboles enormes sin que me diga nada de nada en cuanto a una vida anterior. En otras palabras, era un dibujo común y corriente.
La primera conclusión a la que llegué es que posiblemente el tal Miguel habría existido en los años cincuenta, por las vestimentas y los carros grandes que parecían lanchas. Luego deduje que su casa estaba cerca de un parque donde él, de niño, paseaba con un triciclo y que posiblemente se trate de Lima porque no había visto personas de otras nacionalidades en sus sueños. Y el tipo, eso sí, definitivamente, se llamaba Miguel.
Eran datos muy mínimos que no me daban luces a nada, sin embargo. Miguel, seguramente, habrían más de un millón en aquellos años y por lo tanto, tampoco podía darme alguna respuesta al acertijo en que me había obstinado en resolver. Al final, empero, concluí que me encontraba en un callejón sin salida.
Apelé, entonces, al internet, ese maravilloso invento que nos ha facilitado la vida a todos. Convertido en una gran enciclopedia, de infinitas páginas, lo tiene todo. Videos, fotos, recortes de diarios, relatos, libros, en fin, toda una maravilla. Lo malo es que es tan inmenso el mundo de la cibernética que se necesita mucho tiempo para escarbar en sus informaciones, más aún cuando, como yo, no se tienen los datos exactos.
Aproveché mi descanso en el diario para sumergirme en el internet e iniciar una búsqueda que parecía, realmente, imposible.
Lo primero que hice fue remontarme a la Lima de mitad del siglo pasado, en toda esa década. En imágenes puse Lima años cincuenta y empecé a navegar tratando de reconocer algún árbol, un parque, calles o carros que me prendiera alguna lucecita de esperanza en búsqueda de aquel eslabón perdido que se llamaba Miguel.
Me atrapó la atención esas calles amplias, poco transitadas, con muchos carros grandes y sobre todo los tranvías que habían en esos años. Veía todo más despejado, con menos edificios que ahora, incluso hasta despoblado. Calles tradicionales como jirón de la Unión, no era el mar de gente de estos días donde transitar es como dejarse llevar por un caudaloso torrente.
En las calles había, además, letreros enormes. El centro de la capital era muy comercial, evidentemente. Habían tiendas con nombres que jamás antes escuché y en otras habían balcones virreinales, en especial en callejuelas estrechas que se alargaban hacia otras avenidas.
El Rímac mantenía su aspecto virreinal de casas chatas y el puente era el mismo, venciendo al tiempo. En una de las fotos reconocí los autos. Esas lanchas grandotas, de cuatro puertas el motor y la cajuela alargada. Los habían de diferentes modelos y estaban estacionados, haciendo largas filas en las bocacalles. No habían, entonces, pensé, cocheras y dejaban los carros estacionados en las esquinas, sin riesgos de ladrones. Eso me sorprendió mucho.
Otra sorpresa grande fue ver buses muy antiguos, con sus picos alargados y otros con las caras redondas rodando por el centro de Lima y, reitero, me sorprendía mucho no ver tanta gente en las calles.
Las ropas de las personas empezaban a hacérseme conocidas. Los hombres llevaban pantalones holgados, de bocas anchas, muchísimos calzaban zapatos blancos y no todos llevaban sombrero. Las mujeres usaban vestidos en tubo, revelando sus curvas, aunque tapadas por sacos o abrigos.
Una página de una red social me llevó a incursionar en el distrito de Breña, donde encontré algunas fotos antiguas, en blanco y n***o. No habían de los años cincuenta, eran, digamos más recientes. Quedé defraudada.
Mi mamá nos llamó a Lisseth y a mí a almorzar. Mi hermana ya había llegado de la universidad y había dejado sus cosas en el sillón, tirando sus libros y sus cuadernos como siempre lo hacía.
-¿Cuándo vas a ser una niña ordenada?-, me molesté.
-Cuando te cases-, me desafió sacándome la lengua.
Hummm, mi madre había hecho sopa de verduras y estofado de pollo. ¡Qué delicia!
Lisseth se abalanzó sobre los panes, justo cuando me disponía a tomar uno.
-¿Por qué no respetas mis canas?-, me molesté, pero Lisseth estaba con todas las ganas de fastidiar.
-Soy una jovencita en crecimiento y necesito comer más, je je je je-, estalló ella en risas.
Mi madre se sentó a almorzar con nosotras. -¿Qué tal te fue en tus clases, Lisseth?-, preguntó a mi hermana.
-Ay mamá, cada vez están más difíciles, me aburren-, se quejó.
-¿Ya elegiste qué especialidad vas a seguir?-, me interesé.
-No sé. Voy a terminar estudios generales para tomar recién una decisión-, pensó ella.
-¿Y qué novedades contigo, mamá?-, pregunté yo sorbiendo la deliciosa sopa.
-Tranquila, hija, preocupada por tu padre que sigue con su dolor de espalda-, me contó mamá.
-Papá trabaja siempre doblado, para arreglar las máquinas-, le dije.
-¿Qué has estado haciendo que no has salido con Maicol?-, me preguntó Lisseth.
-Estaba navegando en el internet, buscando fotos antiguas-, les revelé.
-Tu abuelo me contaba que antes Lima era muy bonita, amplia, despoblada, con grandes parques, pocos edificios, muy comercial, muy alegre y festiva-, me relató mamá. Era verdad. Todo eso lo había visto en las fotos. Me sorprendí.
-¿Parques enormes?-, pregunté.
-Sí, claro, habían muchos parques, por eso Lima era llamada la ciudad jardín-, me dijo ella.
-¿Qué parques?-, pregunté.
-Uff, muchos, en el centro estaba el Parque de la Exposición, de la Reserva, Campo Marte, El Olivar, El jardín japonés. Ay, eran muchísimos-, hizo memoria mi madre.
Eso prendió una lucecita en mi mente. -¿Y habían tranvías?-, pregunté.
Lisseth echó a reír. -¿Qué es eso? Tranvías, jajaja-, rompió ella en carcajadas.
-Claro. Lima se movilizaba en tranvías-, me enfatizó.
Sonreí. El laberinto empezaba a aclararse.