La extremidad hinchada de Máximo era grande y ella, obviamente, era virgen, eso él no lo había dudado nunca, pues la actitud y personalidad de Isabella lo hizo deducirlo desde un principio y ahora, lo confirmaba al sentir lo apretada que su esposa estaba. Con mucha lentitud y delicadeza, Máximo fue adentrándose, en un proceso que resultó doloroso hasta para él mismo. Pero nunca dejo de besarla, acariciarla y estimularla en un intento de aminorar el dolor de la joven. Isabella mantenía los ojos cerrados con fuerza, sintiendo el dolor que había estado esperando desde un principio, hasta que algo hizo clic en su interior, arrancándole un quejido desde el fondo de la garganta. Máximo había excavado hasta lo más profundo de Isabella y ahora, ella le pertenecía, de verdad era completamente de