CAPÍTULO CUATRO La Reina Viuda María de la Casa de Flamberg estaba sentada en sus recibidores y luchaba por contener la furia que amenazaba con consumirla. Furia por el bochorno del día anterior, furia por el modo en que su cuerpo la traicionaba, haciéndola toser sangre en un pañuelo de encaje incluso ahora. Sobre todo, furia por unos hijos que no hacían lo que se les decía. —El Príncipe Ruperto, su majestad —anunció un sirviente, cuando el hijo mayor entraba haciendo aspavientos en el recibidor, pareciendo esperar exactamente alabanzas por todo lo que había hecho. —¿Va a felicitarme por mi victoria, Madre? —dijo Ruperto. La Viuda adoptó su tono más frío. Era lo único que la frenaba de gritar ahora mismo. —Es costumbre hacer una reverencia. Al menos eso bastó para que Ruperto parara