milá Rocié el piso de concreto de la perrera con una manguera rociadora, mi nariz se arrugó cuando el olor ácido llegó a mis fosas nasales. El cubo amarillo del trapeador chapoteó cuando agarré el mango y lo arrastré más cerca de la perrera abierta. Mojé el cabezal del trapeador en agua jabonosa, lo dejé en remojo hasta que dejaron de hacer burbujas y luego lo exprimí. Giré el cabezal del trapeador por el suelo y parpadeé para quitarme las gotas de sudor de los ojos. La perrera estaba justo al lado de un respiradero por el que salía aire caliente. Salí del camino del respiradero y suspiré aliviado mientras contemplaba mi trabajo. Me parece limpio. Devolví el trapeador al cubo y llevé todo el asunto al armario del conserje. Una vez que la puerta se cerró, regresé al pasillo de las sala