El despacho estaba impregnado del aroma fresco que había dejado la lluvia en la ciudad. El reflejo de las gotas en las ventanas añadía una atmósfera casi mágica, como si la misma naturaleza hubiera preparado el ambiente para ellos. Ms. Harden y Heinrich se encontraban en una especie de trance, intercambiando miradas que hablaban por sí solas. El silencio extenso, no era incómodo; más bien, estaba cargado de un ardor que iba entre la atracción y el deseo de subsistencia de los seres humanos. Ese corto intervalo de tiempo parecía ser una eternidad entre ellos. Christine Bell, la ama de llaves, fue la que ayudó a romper la tensión entre ellos. Había tocado la puerta, para traer lo que su señora le había pedido, jugo, vino tinto y algunos pasabocas. Escuchó la orden para acceder. Con discrec