Despertar
Estaba atrapado. Atrapado en un vórtice de arenas movedizas, sus miembros increíblemente pesados e inútiles, sus dedos estaban rotos, pero hacían movimientos frenéticos inútilmente tratando de encontrar algo a lo que agarrarse. Se estaba hundiendo rápidamente, la presión a su alrededor crecía aplastando sus huesos, el sonido de sus roturas ahogando momentáneamente el chirriante canto de las partículas de arena que se deslizaban incesantemente. No había más aire. Había arena que estaba entrando en su boca, la cual estaba encontrando su camino hacia sus pulmones. Mientras se asfixiaba, tuvo un último pensamiento: no había...
—¡Balthazar Morth! ¡Respira!
Alguien lo estaba sacudiendo con mucha fuerza, y si esto estaba ocurriendo, probablemente no estaba atrapado en un vórtice de arenas movedizas, por lo que se atrevió a jadear en busca de aire.
Había aire, sin arena.... Aire precioso y era mucho. Sus ojos se abrieron de golpe.
Se quedó allí, llevándolo a sus pulmones a grandes tragos hasta que estuvo convencido de que no se estaba muriendo. Pero cuando intentó moverse, no pudo. Estaba de espaldas sobre una superficie blanda, con algo que lo sujetaba con una fuerza considerable. Hubo mucho dolor, pero había aprendido a apartarlo hasta que ya no le molestaba.
—¿Balthazar? ¿Puedes oírme?
Una cabeza femenina apareció en su campo de visión. Una persona de piel clara con ojos marrones y cabello rubio lacio que se separaba por encima de la marca en forma de diamante en su frente. Balthazar parpadeó confundido. Era un rostro muy hermoso que debería reconocer. Sus ojos se estrecharon a medida que se acercaba el rostro a él. Sin una advertencia, una luz lo iluminó en ambos ojos, instantáneamente provocando un enorme dolor de cabeza.
—Maldita sea— gruñó la mujer—. ¡Tengo ganas de hacerte papilla! ¡Te necesito ahí fuera, no aquí!
Diana. Ese era su nombre. Líder de su pueblo. Eso es lo que ella era en su vida.
Balthazar quiso hablar, pero todo lo que logró fue un susurro ronco y una tos que no podía terminar.
Su jefa desapareció brevemente, luego regresó con un gran vaso de agua. Deslizando su mano debajo de su cabeza, la levantó lo suficiente para que él bebiera. No agua, era medicina. Balthazar hizo una mueca de disgusto cuando la sustancia amarga asaltó sus papilas gustativas, pero se abstuvo de escupirlo, pensando que su jefa ya se veía lo suficientemente enfurecida como para aumentar su estado de ira, era mejor que no la provocara más a menos que ella cumpliera con su amenaza de golpearlo hasta hacerlo puré.
—¿Por qué... estoy encadenado? — Balthazar logró decir después de que el líquido frío calmó un poco sus cuerdas vocales.
—Estuviste en las manos enemigas durante tres días. ¡Tres días! Por supuesto que tenemos que asegurarnos de que no estas comprometido físicamente ni representes una amenaza para todos.
Balthazar parpadeó de nuevo. ¿De qué estaba hablando esta mujer?
—¿Qué encontraste? — Diana le preguntó a continuación, inclinándose hacia adelante con visible emoción. El movimiento casi hizo que su gran busto se derramara y Balthazar vaciló entre mirar con fascinación los globos redondos y ondulantes o cerrar los ojos de nuevo porque se sentía muy confundido.
¿Qué está pasando? No recordaba en absoluto cómo había llegado aquí.
Balthazar observo hacía arriba y se dio cuenta de que el techo sobre él le parecía vagamente familiar, pero no en el buen sentido.
—¿Sabes cómo podemos vencerlos? — preguntó Diana
¿Vencer a quién?
Con cuidado, Balthazar tiró de las fuertes cadenas de sellado de poder envueltas alrededor de sus miembros, pero fue inútil. Ni siquiera podía mover un dedo. Su energía se agotó, solo una leve fuerza se agitó dentro de él.
—Yo... no creo recordar— confesó. ¿Fue tan malo? Tenía que serlo. Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza en pequeños y rápidos movimientos, tratando de poner en acción su memoria, pero solo sirvió para empeorar su dolor de cabeza. No había nada. Solo una vaga sensación de peligro, frustración y de cosas que debería alegrarse de no recordar.
—Maldita sea— dijo Diana y siguió una serie de malas palabras que hicieron arder los oídos de Balthazar—. Idiota, dije que no te expusieras de esa forma, que no exagerarás para no llegar a este estado. Bueno, no se para que me esfuerzo por decirte ese tipo de cosas sabiendo como eres. ¿Por qué los hombres siempre son tan irresponsables? — Ella enfatizó la última palabra, haciéndola sonar como un insulto.
¿Ella lo había hecho? ¿Por qué no podía recordar ese sermón?
—Jefa... ¿Qué es lo que esta ocurriendo?
—¡Quédate aquí hasta que sepamos exactamente qué te pasa! — le dijo, golpeando su dedo índice contra su pecho dolorido, haciéndolo hacer una mueca de dolor—. Puedo darte tres días inactivo como máximo, luego te necesito en el campo de nuevo
Balthazar asintió con cierta sensación de alivio.
En el campo, el servicio activo... ahí es donde él pertenecía.
Siguió una serie de golpes y pinchazos de Diana, probablemente con la intención de decirle qué le pasaba. Algo de lo que hizo ayudó a contrarrestar el dolor, pero otro algo lo empeoró.
—¿De quién fue la idea de enviar a un anciano a este tipo de misión? — Murmuró enojada— Oh... ¡Fue mi idea! Basada en que cierto hombre que se jactaba de tener 197 misiones de rango D, 190 rango C, 414 rango B, 298 rango A, 75 misiones de rango S en su haber, era el candidato perfecto para este trabajo. ¿Por qué todos los demás oficiales tenían que casarse, lesionarse o morir? maldita sea con mi mala suerte.
Más palabrotas. ¿Viejo? Balthazar apretó los labios. Unos labios que no estaban cubiertos por su máscara. Esto era peor que encontrarse desnudo frente a ella.
—¿Podrías colocarme la máscara, por favor? —Se dirigió a su jefa tan cortésmente como pudo, considerando el dolor en su cabeza, en su cuerpo y la considerable molestia que comenzaba a surgir en él.
Ella dejó de murmurar y lo miró fijamente.
—¿Eh? ¿Por qué privar al pueblo de un rostro tan guapo como el tuyo?
El la fulminó con la mirada demostrando que no estaba de ánimos para aguantar sus bromas y mucho menos darle explicaciones.
—Está bien— suspiró, se inclinó un poco hacia adelante y le colocó la máscara que había descansado debajo de su barbilla—. Ahí está. Tan pronto como puedas ponerte de pie, llamaré a Oscar para que inicie el interrogatorio.
¿De cual interrogatorio hablaba?
Media hora después, su confusión solo se agrandó varios grados cuando se dio cuenta de que era el suyo.
Cuando vio los barrotes fuera de su habitación y caminó por el pasillo estrecho y tortuoso, diseñado para confundir a los que no tenían un mapa, lleno de trampas explosivas para detener a aquellos lo suficientemente tontos como para intentar escapar, lo supo. Estaba en las instalaciones de alta seguridad del hospital del pueblo. Estaba en las profundidades del subterráneo. Fue donde los escuadrones espaciales llevaron a los prisioneros de élite heridos que no se habían suicidado antes de ser capturados, para torturarlos e interrogarlos.
Cabe mencionar que ninguno de ellos había vuelto a ver la luz del día.