CAPÍTULO DIEZ Aquella mañana Angelica escogió su apariencia con el cuidado con el que un soldado podría haberse amarrado la armadura. La verdad era que jugaba el mismo papel. Una apariencia adecuada la protegería en ese momento, mientras que con una apariencia fuerte acabaría muerta. Este debería haber sido un pensamiento que la aterrara pero, en cambio, Angelica sentía cierta emoción por ello. Escogió el n***o de luto, pero salpicado con el rojo y el dorado opulentos de la realeza. Su vestido era lo suficientemente sobrio como para dejar bien clara su autoridad, sin contribuir a hacer que se viera menos hermosa. Esa era un arma que no desafilaría. Angelica se tiró agua a la cara para que pareciera que había estado llorando, se colocó la corona de reina en la cabeza y anduvo la corta dis