CAPÍTULO TRES

1890 Words
CAPÍTULO TRES Sofía solo podía esperar mientras la flota avanzaba hacia Ashton. Mientras su flota avanzaba. Incluso aquí y ahora, después de todo lo que había sucedido, era difícil recordar que todo esto era suyo. Todas las vidas que había en los barcos que la rodeaban, cada señor que mandaba a sus hombres, cada terreno del que venían, era responsabilidad suya. —Hay mucho de lo que hacerse responsable —susurró Sofía a Sienne, el gato del bosque ronroneaba mientras se frotaba contra las piernas de Sofía, enroscándose a su alrededor con su impaciencia. Cuando se marcharon de Ishjemme, ya había toda una flota de barcos, pero desde entonces más y más embarcaciones se les habían unido, procedentes de las costas de Ishjemme o de las pequeñas islas que hay a lo largo del camino, incluso salidos del reino de la Viuda pues los que le eran leales venían para unirse al ataque. Ahora había muchos soldados con ella allí. Tal vez los soldados suficientes como para ganar esta guerra. Los soldados suficientes como para borrar del mapa Ashton, si así lo elegía ella. —«Todo irá bien» —le mandó Lucas, evidentemente notando su intranquilidad. —«Morirá gente» —le mandó de vuelta Sofía. —«Pero están aquí porque así lo eligieron» —respondió Lucas. Se acercó para ponerle una mano sobre el hombro—. «Hónralos no desperdiciando sus vidas, pero no restes importancia a lo que ofrecen conteniéndote». —Creo que es una de esas cosas que es más fácil decir que hacer —dijo Sofía en voz alta. Automáticamente, alargó el brazo hacia abajo para tocarle las orejas a Sienne. —Posiblemente —confesó Lucas. Parecía preparado para la guerra de una manera en la que Sofía no lo parecía, con una espada en un costado y unas pistolas preparadas en el cinturón. Sofía imaginaba que, allí de pie, ella se veía increíblemente redonda con el peso de su hijo aún por nacer, desarmada y sin protección. —«Pero sí preparada» —le mandó Lucas. Hizo un gesto hacia la parte de atrás del barco—. Nuestros comandantes están a la espera. Más que nada, eso significaba sus primos y su tío. Ellos sostenían esto tanto como Sofía, pero también había otros hombres: jefes de clanes y señores menores, hombres duros que todavía hacían reverencias cuando Sofía se acercaba, su hermano y el gato del bosque a su lado. —¿Estamos preparados? —preguntó, mirando hacia su tío e intentando parecer la reina que todos ellos necesitaban que fuera. —Todavía hay que tomar algunas decisiones —dijo Lars Skyddar—. Sabemos lo que intentamos conseguir, pero ahora debemos decidir los detalles. —¿Qué es lo que hay que decidir? —preguntó su primo Ulf, en su habitual tono brusco—. Juntamos a los hombres, machacamos los muros con cañonazos y después vamos a la carga. —Esto explica muchas cosas del modo en el que cazas —dijo Frig, la hermana de Ulf, con una sonrisa de lobo—. Deberíamos rodear la ciudad como una horca, asediándola. —Debemos estar preparados para un asedio —dijo Hans, cauteloso como siempre. Parecía que cada uno tenía su propia idea acerca de cómo debía ir, y una parte de Sofía deseaba poder mantenerse alejada de esto, dejar todo esto a mentes más sabias, con más conocimiento sobre la guerra. Pero sabía que no podía, y que los primos no dejarían de discutir si les dejaba. Eso significaba que la única manera de hacerlo era elegir. —¿Cuándo llegaremos a la ciudad? —preguntó, intentando pensar. —Probablemente al anochecer —dijo su tío. —Entonces es demasiado tarde para un simple ataque —dijo, pensando en el tiempo que había pasado por la noche en la ciudad—. Conozco las calles de Ashton. Creedme, si intentamos cargar a través de ellas en la oscuridad, no acabará bien. —Un asedio, entonces —dijo Hans, que parecía satisfecho ante la expectativa, o quizás solo porque su plan era el elegido. Sofía negó con la cabeza. —Un asedio hace daño a la gente equivocada y no ayuda a los adecuados. Las viejas murallas de la ciudad solo protegen la parte central de la ciudad, y no te quepa la menor duda de que la Viuda dejaría morir de hambre a los más pobres para comer ella. Mientras tanto, cada momento que esperemos, Sebastián está en peligro. —Entonces ¿qué? —preguntó su tío—. ¿Tienes un plan, Sofía? —Echaremos el ancla delante de Ashton cuando lleguemos allí —dijo ella—. Les mandaremos mensajes para que se rindan. —No lo harán —dijo Hans—. Aunque les ofrezcamos cuartos. Sofía negó con la cabeza. Eso ya lo sabía. —La Viuda no creerá que alguien tenga más piedad que ella. Pero la ilusión de que les estemos dando tiempo para rendirse nos hará ganar tiempo para que la mitad de nuestros hombres vayan hacia el lado de tierra de la ciudad. Tomarán los alrededores discretamente. La gente de allí no le tiene ningún cariño a la Viuda. —¿Y al invasor sí? —preguntó Lucas. Esa era una buena pregunta, pero es que su hermano tenía facilidad para hacer buenas preguntas. —Eso espero —dijo Sofía—. Espero que recuerden quiénes somos y cómo eran las cosas antes de la Viuda. —Miró a Hans—. Tú estarás al mando de las fuerzas allí. Necesito a alguien que mantenga la disciplina con los soldados y que no asesine a la gente común. —Me encargaré de ello —le aseguró Hans, y Sofía supo que lo haría. Sofía se dirigió a Ulf y a Frig. —Vosotros dos llevaréis una pequeña fuerza cerca de las puertas del río. Si los hombres que mandé consiguen entrar, se abrirán. Vuestro trabajo será ayudarlos a resistir hasta que el resto podamos a****r. La flota principal desembarcará y avanzaremos bajo la protección de los cañones de los barcos. Parecía un buen plan. Por lo menos, ella esperaba que lo fuera. La alternativa era que acababa de condenar a muerte a los hombres que comandaba. —«Es un buen plan» —le mandó Lucas. —«Solo espero que funcione» —respondió Sofía. Entonces se les unió una tercera voz, procedente del mar. —«Lo hará. Me aseguraré de que así sea». Sofía se giró y vio un pequeño grupo de barcos que se acercaba. Tenían un aspecto lamentable, parecido a lo que los mercenarios o bandidos podrían haber escogido. Pero era la voz de su hermana la que salía de ellos. —«¿Catalina? ¿Estás aquí? —«Estoy aquí» —respondió Catalina—. «Y me traje la compañía libre más poco respetable que hay. Lord Cranston dice que será un honor para él servir». Ese pensamiento animó a Sofía casi tanto como la presencia de su hermana allí. No solo era por los hombres de más para la lucha, aunque ahora mismo Sofía tomaría todo lo que pudiera. Era el hecho de que su hermana había vuelto con la compañía de guerra de la que tanto le gustaba formar parte, y… —«¿Está Will allí» —preguntó Sofía. —«Sí» —respondió Catalina. Sofía podía notar su felicidad—. «Pronto nos veremos, hermana mía. Guárdame algunos enemigos». —«Estoy segura de que habrá los habrá en abundancia». —Catalina se está acercando —le dijo Sofía a Lucas. —Lo sé —dijo su hermano—. Sentí sus pensamientos. Pensaba que tendríamos que esperar a volver para encontrarnos por fin con ella. —Y encontrar a nuestros padres después de esto —dijo Sofía. Sabía que no debería estar pensando tan adelante todavía. Debía concentrase en la batalla que estaba por llegar, pero era casi imposible que sus pensamientos se mantuvieran allí. Estaba demasiado ocupada pensando en todo lo que podría derivar de eso. Recuperaría a Sebastián. Liberaría al pueblo de la Viuda del peso demoledor de su mandato. Encontrarían a sus padres. —Catalina estará tan ansiosa como nosotros lo estamos por encontrar a nuestros padres —dijo Sofía—. Más aún. No estoy segura ni de que tenga recuerdos de ellos que la hagan seguir adelante. —Pronto tendremos más que eso —dijo Lucas. —Eso espero —respondió Sofía. Pero no podía evitar preocuparse—. ¿Lo tienes? Lucas asintió, evidentemente sabía a qué se refería. Sacó el disco plano hecho de bandas de metal entrelazadas y, al tocarlo, unas líneas brillantes y enredadas resplandecieron. Cuando Sofía también puso la mano sobre el metal, las partes del artilugio giraron hasta colocarse, dejando al descubierto el contorno de masas de tierra, desde el reino de la Viuda hasta formas remotas que podrían ser las Colonias Lejanas y las Tierras de la Seda. Estaba tentadoramente cercano a decirles lo que necesitaban saber; pero no había nada que les dijera dónde podrían estar ahora sus padres. Sofía imaginaba que eso llegaría cuando Catalina se les uniera. Así lo esperaba. —Guarda el artilugio en un lugar seguro —dijo Sofía—. Si lo perdemos… Lucas asintió. —Hasta ahora lo he protegido. Estoy más preocupado por manteneros a ti y a Catalina a salvo. Sofía no había pensado en ello. Los tres estaban a punto de dirigirse al centro de una batalla. Si uno de ellos caía en esa batalla, puede que nunca encontraran a sus padres. Sería un doble golpe, perder la promesa de su padre y madre mientras se lamenta la muerte de un hermano o hermana. —Tú también debes estar a salvo —dijo Sofía—. Y no lo digo solo porque quiero encontrar a nuestros padres. —Lo sé —dijo Lucas—. Y haré todo lo que pueda. El Oficial Ko me hizo entrenar muy bien. —Y Catalina aprendió muchas cosas de la bruja que intentó reclamarla —dijo Sofía. —Si sola es la mitad de letal de lo que fue cuando me maltrató en el castillo, estará bien—dijo Lucas—. La cuestión eres tú, Sofía. Sé que tienes a Sienne, pero ¿estarás a salvo en medio de la batalla? —No estaré en medio —prometió Sofía. Puso una mano protectora sobre su barriga—. Pero haré todo lo que tenga que hacer para asegurarme de que mi hijo tiene un padre. —Lo tendrá —dijo Lucas, y algo en la seguridad con la que lo decía hizo que Sofía le mirara. Ella sabía que ella había vislumbrado cosas en sus sueños. Se preguntaba si Lucas también lo había hecho. —¿Viste algo? —preguntó Sofía. Lucas negó con la cabeza. —Tengo algo de talento para ello, pero creo que tú tienes más. Lo que veo más que nada para mañana es sangre. Eso era bastante fácil de ver incluso sin la magia que les traía sueños a ambos. Sofía echó de nuevo un vistazo y ahora había una costa en el horizonte, y una ciudad como una manchita situada en ella. —Ashton —dijo Sofía. Le parecía que hacía una eternidad que no la veía. La ciudad se extendía como una mancha en el paisaje, sus edificios viejos, su extensión se prolongaba más allá de sus muros. Parte de su flota ya estaba partiendo, Hans avanzaba para desembarcar a lo largo de la costa y tomar los alrededores. El resto se acercaban más, ondeando banderas como señal para coordinar sus movimientos. Echaron el ancla bien fuera del alcance de los cañones y bajaron pequeñas barcas, llenos de mensajeros y de la petición de rendición. Sofía sabía que Ulf y Frig estarían preparando sus propias barquitas para acercarse a hurtadillas a la ciudad antes de que empezara la batalla, preparados para que se les abrieran las puertas del río. Sofía veía los barcos que esperaban allí, dispuestos para la guerra en respuesta a los mensajes que les hubieran llegado. No bastaban para detener a una flota del tamaño de la suya, no pegados a la orilla de esa manera. A medida que se iban acercando, Sofía oyó cómo sonaban las trompetas, vio las hogueras que se encendían como señales. Miró detrás de todo esto hacia el palacio y el distrito noble. Sebastián estaba allí en algún lugar, retenido en una celda, a la espera de que ella lo rescatara. —Todavía podríamos a****r, tal y como quiere el Primo Ulf —dijo Lucas. Sofía miró al cielo. El sol ya se estaba escondiendo, mandando lenguas rojas por el horizonte. Tuvo que forzarse a negar con la cabeza. Era una de las cosas más difíciles que jamás había hecho. —No podemos arriesgarnos con un ataque nocturno —dijo—. Debemos ceñirnos al plan. —Entonces atacamos al amanecer —dijo Lucas. Sofía asintió. Al amanecer, todo estaría resuelto. Verían si ella recuperaba el reino de su familia, junto con el hombre que amaba, o si todos ellos estaban condenados a muerte. —Atacamos al amanecer —dijo.
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