Estaba en una burbuja, solo ellos dos y los reflectores en un plano que no entorpecía su felicidad, sonrió, como si le brotará la alegría, el rojo carmesí de sus labios eran una metáfora fiel de la intensidad del amor que sentía por su adorada bestia. La fuerza que le estaba transmitiendo fue captada, avanzaron con la vista al frente, una suntuosa puerta se abrió ante ellos, nunca había claudicado a la vanidad, ni a las olímpicas miradas de recelo que sintió al entrar al salón de la mano de su hombre. Solo el, su fragancia magnética, el calor que se traspasaban poro a poro. Pero la magia en algún punto flaqueaba, solo fue el preámbulo para que la chispa empiece a mermar. Diana apareció con su sonrisa impecable, vistiendo de un blanco común en el espacio, casi todas la damas optaron por