1. Sofía
Una vez vi una película donde un personaje había estado en prisión, pero éste daba una respuesta diferente cuando le preguntaban por qué. De ahí saqué la idea de cambiar mi respuesta cada vez que me preguntan por qué dejé la escuela.
"Reprobé todos mis finales" le dije a mi tía. "Golpeé cien veces a una bravucona" le dije a mi tío. "Me expulsaron por besarme en el baño con un compañero de último año" le conté a mi amiga Tania. Y así he seguido dando diferentes respuestas a todo el que me pregunta por mi decisión. Algunas no han sido tan intensas, pero todas han cumplido su función: evitar tener que ser honesta. Porque ser honesta implicaría admitir que realmente no sé qué estoy haciendo.
La única persona a la que le dije la verdad (o lo más cercano a ello) es mi madre, quien supo apoyarme en mi decisión. Y quien se encuentra ahora mismo ayudándome a elegir un outfit para mi entrevista de empleo.
–Esto –me dice mientras me lanza una blusa azul–. Formal y casual por igual.
–Gracias –le digo mientras me la pongo.
Me miro en el espejo, ya vestida. Creo que estoy bien con esta ropa: la blusa, una falda negra, medias oscuras y unos zapatos negros con un adorno brillante en las puntas- Además, me he recogido el cabello en una cola de caballo, me he puesto un poco de maquillaje y mis uñas traen esmalte morado oscuro. Supongo que ya estoy lista.
8 minutos más tarde, tomo mi bolso y mi folder con mi solicitud y salgo de la casa. Oigo a mi madre gritarme "buena suerte".
El local está a 20 minutos si voy caminando. Mi cita es a las 2 de la tarde, por lo que llegaré 10 minutos antes (tiempo que aprovecharé para relajarme y respirar antes de entrar). Pero cuando llego a la pizzería reviso mi reloj y descubro que faltan 16 minutos para las dos. Creo que caminé demasiado rápido. Mato tiempo tomando agua de la botella que cargo en mi bolso y dándome un retoque de labial. Finalmente, al 5 para las dos, entro a la pizzería.
Echo un vistazo al comedor mientras camino al mostrador. Solo hay dos personas comiendo. El que atiende es un chico que se llama Luis (lo dice el gafete en su pecho) y está mirando su celular, por lo que tengo que soltar una pequeña tos para hacerme notar.
–Buenas tardes –dice mientras guarda rápidamente su celular–. Bienvenida a Happy Pizza- ¿Qué deseas ordenar?
–Buenas tardes –lo saludo–. No vengo a comer. Vengo a una entrevista de trabajo.
–¡Ah! Espera un momento, porfa.
Luis se aleja del mostrador y desaparece en el interior de la cocina. Mientras espero a que regrese, saco mi solicitud de empleo del folder. Y estoy decidiendo si sacar o no también una pluma cuando Luis regresa.
–Mi jefa te verá en un momento –me informa antes de extenderme una hoja de papel y una pluma–. Mientras, llena esto, por favor. Puedes sentarte en una de las mesas.
–De acuerdo –le digo mientras tomo la hoja y la pluma–. Gracias.
Me dirijo a la mesa más cercana para sentarme y leer la hoja que me han dado, que resulta ser una solicitud de empleo de la pizzería. Un poco molesta por tener que llenar esto cuando he traído mi propia solicitud, empiezo a escribir mis datos.
Cuando ya he llenado la solicitud, y sin darme tiempo para siquiera soltar la pluma, una mujer se sienta frente a mí. De inmediato sé que es la gerente del lugar, pues todo su uniforme es n***o (pantalón, playera y gorra con el logo del lugar).
–Buenas tardes –me saluda.
–Buenas tardes –saludo de vuelta, poniéndome recta.
–Soy Alejandra, la gerente de la tienda.
–Sofía.
–¿Terminaste?
Señala la solicitud y me apresuro a entregársela. No digo nada mientras Alejandra lee lo que he escrito. Cuando termina, me empieza a repetir ciertos datos (mi nombre, mi edad, mi número telefónico y otros más) y me pide confirmar que son correctos.
–O sea que la tienda te queda cerca de tu casa, ¿no? –me pregunta.
–A 20 minutos –le digo.
–Y tienes la universidad trunca.
–Sí.
–Cursaste la carrera de Arquitectura, ¿cierto?
–Ajá.
–¿Puedo preguntar por qué dejaste de estudiar?
Y ahí está: la pregunta obvia, la que sabía que me harían. Y la que no voy a responder con sinceridad, sino que usaré mi técnica de las mil respuestas.
–Ya no pude pagar la carrera –digo tranquilamente–. Los materiales que piden son muy caros, ¿sabe?
Lo que acabo de decir es, en realidad, una respuesta reciclada, pues fue lo que le dije a mi hermano Pablo cuando le informé que había abandonado la universidad e iba a buscar un empleo. Al igual que él, Alejandra parece convencida con mis palabras.
–¿O sea que piensas retomar tus estudios? –me pregunta.
–Sí –respondo.
Entonces, si te doy el empleo, solo sería temporal, ¿no?
–Así es. Pero, bueno, tampoco es como si todo el que entra aquí se quedara para siempre, ¿no cree? –me apresuro a decir cuando me doy cuenta de que lo que dije sobre quedarme poco tiempo como empleada no me ayuda mucho a quedar como una buena candidata.
Veo que Alejandra se inclina un poco hacia atrás.
–Yo entré a trabajar aquí como pizzera, Sofía –me dice–. Eso fue hace casi 8 años. Y te aseguro que no tengo planes de irme aún.
Me quedo sin palabras. Y cuando intento decir algo, solo logro soltar balbuceos.
–Eh... Yo... Ah...
–Quieres entrar aquí como pizzera, ¿cierto, Sofía?
–S-sí-
–¿Y por qué?
–¿Eh?
–¿Por qué quieres ser pizzera? –Alejandra se inclina nuevamente hacia mí y me mira directo a los ojos–. ¿Qué te llama la atención de la vacante? ¿Por qué quieres trabajar aquí?
Otra pregunta que sabía que me harían. Pero esta vez doy una respuesta ensayada.
–Creo que me ayudará a formarme profesionalmente. Aunque no tendré contacto con los clientes, encargarme de que sus pedidos sean elaborados correctamente me será útil para entender mejor lo de "satisfacer al cliente". Considero que, aunque no me quedaré aquí para siempre, trabajar en este lugar me enseñará mucho y será útil para mi futuro.
Trato de no ponerme nerviosa mientras veo a Alejandra bajar la vista a mi solicitud y mover afirmativamente la cabeza.
***
–¿Y bien? –pregunta Ernesto, mi mejor amigo, después de saludarnos con un beso en cada cachete.
–Pues... –finjo tristeza, pero después, al ver que mi amigo pone cara de lástima, expreso mi alegría–. ¡Conseguí el empleo!
Gritando de felicidad, nos abrazamos y damos brincos. Noto que muchos de los clientes de la cafetería nos miran como si estuviéramos locos, pero yo me limito a disfrutar de mi felicidad.
–Dame detalles –dice Ernesto cuando nos separamos–. ¿Cómo fue tu entrevista? ¿Qué te dijeron? ¿Cuándo empiezas? ¿Hay chicos gua...?
–¡Tranquilízate! –lo interrumpo–. Pidamos nuestros cafés, nos sentamos y ya te platico bien.
Resignado, Ernesto se dirige a la barra. Lo sigo y nos formamos en la corta fila.
–¿Ya viste quién está atendiendo? –le pregunto a mi amigo con complicidad.
–Sí –me responde–. ¿Cómo me veo?
–Guapito.
Casi no contengo la risa cuando veo que Ernesto se peina su largo y oscuro cabello con las manos hasta que llega nuestro turno de pedir.
–Hola, Ernesto –saluda el chico del mostrador a mi amigo.
–Ho... Hola, Cristian –dice él con timidez.
Cristian es un chico regordete de ojos azules y cabello n***o. Y también es el chico del que Ernesto está enamorado desde hace casi 5 meses.
Con una sonrisa en los labios, ruedo los ojos y pido dos mochas para nosotros. Como siempre, Ernesto deja 20 pesos en la caja de propinas. Bueno, más bien, como siempre que Cristian lo atiende.
Pocos minutos después, nos entregan nuestras bebidas y nos sentamos en una mesa pegada al muro de cristal. Damos un sorbo a nuestros cafés y empiezo a contarle a Ernesto cómo fue mi entrevista de trabajo.
–Por un momento pensé que no me daría el trabajo, pero luego me dijo que estaba contratada. El jueves iré a firmar mi contrato y el viernes me mandaran a un curso de bienvenida.
–¿Curso de bienvenida? –me pregunta Ernesto con intriga.
–Bueno, algo así entendí- Solo sé que ahí me darán mi uniforme.
–Pues qué bueno que ya tienes empleo –veo a mi amigo darle un sorbo a su bebida–. ¿Ya le dijiste a tu mamá?
–Sí, pero solo por mensaje. Es a ti a quien quería decírselo en persona.
Ernesto me lanza una sonrisa enorme que yo le correspondo de inmediato. Él y yo somos amigos desde que éramos niños. Nos volvimos inseparables desde el momento en que nos sentamos juntos el primer día de primaria y me preguntó si también me gustaba la película de "La sirenita". Desde entonces hemos sido como hermanos, nos hemos contado todo, siempre hemos estado uno para el otro.
–Pues ojalá todo te salga bien en el trabajo –me dice él antes de dar otro sorbo a su café–. E intenta no hacer tan feas las pizzas.
Le muestro el dedo medio, pero igual sonrío con felicidad.