—¡Idiota mío! Te eché tanto de menos —me dejo cubrir por los brazos de Isaac, quien me apretuja en un fuerte abrazo a la vez de que besa toda mi cabeza, haciéndome reír. —También te extrañé, hermanita —susurra sin querer alejarse de mí—, extrañé tus gritos en la mañana cada vez que el gallo no te deja dormir, tu mal humor cuando tienes sueño e incluso tus golpes cada vez que te molesto —dice al empujarme levemente. Suelto una carcajada mientras niego con la cabeza, a la vez de que me siento dichosa de tenerlo conmigo otra vez. A pesar de que fueron solo cuatro días los que estuvo fuera, se me volvieron eternos. Esta casa no era lo mismo sin él. —Ya estaba harta de cocinar, así que debes saber que te toca preparar la cena —le advierto a lo que él pone los ojos en blanco y me saca la leng