La brisa azotaba mi cabello. Cada una de mis extremidades gritaba de dolor. Mi llamado era de angustia, de desesperación. No me rendí. Seguí gritando su nombre, seguí buscándola con ahínco. Salí a la calle, corrí en dirección al centro. Forcé mis piernas para continuar, pero mis pulmones no resistieron. Caí de rodillas a mitad de la calle, con las manos en mis muslos. Temblaba, sudaba, me ahogaba por falta de oxígeno. De nuevo grité su nombre y sentí un ardor en la garganta. Grité una vez más y una lágrima brotó de mi ojo izquierdo. Grité una última vez y mi voz se tornó ronca. No conseguí nada, ni siquiera un rastro de ella. Apreté la nieve entre mis dedos y grité. Grité en un alarido de dolor. El frío se incrustaba en mis manos y me taladraba las rodillas. Sentí la corriente helada ar