―¿La última? ―preguntó.
El alcohol corría por mis venas e incendiaba nuestros corazones.
―La última ―aseguré.
Rozamos el cristal como dos amantes que disfrutaban una cena. Nicholas me convenció de aceptar una inocente copa de vino la última noche. Estar tan cerca de Nicholas, con varias copas de vino fluyendo en mi sistema, no fue la mejor decisión. Supuse que al ser la última noche en el rancho, un poco de alcohol no revelaría detalles importantes de nuestro pasado.
Nicholas seguía en blanco, diferente al apuesto hombre que conocí el año anterior, montado sobre ese violento animal y con las manos en el trasero de la mujerzuela. Extrañaba el hombre seguro de sí mismo, decidido, que conseguía lo que quería.
El Nicholas ante mi era la sombra del vaquero que me cautivó esa noche tras defenderme del borracho. No era el hombre que peleó contra Eric por colocarme una mano encima. Dentro de Nicholas habían huellas del anterior. La faceta que más extrañaba, era el vaquero romántico que me llevó al lago y me reveló quién era su madre.
Nicholas me atraía de forma atípica. Me hacía romper paradigmas y aspirar a un amor puro. Personalmente pensaba que no me podía conformar con cualquier amor. Viví el conformismo con Eric. Regresar a ello sería tropezar con la misma piedra. Nicholas no me recordaba, apenas sabía quien era la mujer ante él. Y esa no era la manera en la que planeaba iniciar una historia de amor.
Necesitaba marcharme para mantener la línea de la Andrea original. Sin embargo, pensar que los policías irían por él en cualquier momento, era un ente acariciando mi espina dorsal y transmitiéndome temor. Temía verlo tras las rejas por el asesinato de Ellie. También temía que ese odio dentro de mí creciera al punto de encarcelarlo yo misma para que cumpliera su condena. No era sencillo verlo luchar con sus demonios internos, sabiendo que yo misma era uno de los que perseguía sus sueños.
Lo recomendable era pasar la página. Nada la reviviría, nada me devolvería al Nicholas original.
La cena estuvo deliciosa y la compañía embriagadora. Sentí las burbujas en el estómago y un picor en la garganta. Una última cantidad de licor fue arrojado por nuestras gargantas, antes de sentir el peso de la despedida.
La hora que estuvimos juntos pasó como un flash. El clima de la noche nos envolvió como una madre cobija a su hija. Ambos saboreamos la despedida en silencio, sin más que dos copas vacías en nuestras manos. Nicholas estaba al otro lado de la mesa, con la mirada perdida. Permanecimos en silencio, ninguno se animó a hablar.
Observé a Nicholas fruncir el ceño. Tragó fuerte y movió la copa entre sus dedos. Nicholas usaba el alcohol para conseguir el triunfo de la noche; conmigo buscaba valor, osadía, un impulso para decir la verdad. El frío se deslizaba por mi piel. Sentí la opresión en el pecho, el dolor agudo en mi cabeza. Esquivé ese momento durante un mes, siendo imperativo romper el maldito hilo rojo que me tiraba a Nicholas cada vez más.
El destino siempre fue caprichoso con nosotros. Nos unía aunque no quisiéramos.
Cuando creí que Nicholas se quedaría en completo silencio, inquirió:
―¿No dirás nada?
Tragué saliva.
―¿Qué quieres que diga?
―¿Por qué te vas?
Dejé la copa junto al plato sucio.
―Ya te lo dije, Nicholas —respondí—. Es tiempo de volver a casa.
Miré a través de las finas cortinas de la cocina y evadí su penetrante mirada. Froté mis manos bajo la mesa y una gota de sudor resbaló por mi espalda.
―¿Volverás? ―La fija mirada en su copa.
―Nicholas.
―Quiero saberlo. ―Elevó su mirada.
Estar con él fue un éxtasis total, por lo cual, decir la verdad fue tan tortuoso como sacarme los ojos.
―No, Nicholas. No planeo regresar ―afirmé con el corazón en las manos. Él se separó de la mesa y alejó sus manos de la copa―. No malinterpretes mis palabras, no quiero que lo hagas. Vivir contigo estas semanas estuvo bien. Ne gustó que dependieras de mí, pero es tiempo de regresar a Nueva York. Así que, por favor, Nicholas, permite que esta sea una despedida amistosa. Te lo pido de corazón. No lo hagas más difícil.
Nicholas cruzó los brazos. Me escuchó en silencio, su total atención puesta en mí. No quise herirlo, no fue esa mi intención. El problema fue que Nicholas no aceptaba un no por respuesta. Yo tenía mis propias complicaciones, una hija, un trabajo, una vida fuera de Charleston. Que Nicholas no lo entendiera me demostraba lo egoísta que era.
Teníamos una especie de amistad, lo que facilitaba que nos dijéramos lo que en verdad pensábamos. Era tiempo. Yo lo sabía, él lo sabía, Charles lo sabía. ¿Por qué le resultaba tan complejo decirme adiós de una vez por todas y cortar ese hilo invisible que comenzaba a ahorcarme?
―Lo que menos quiero es hacerlo difícil para ti, Andrea. —Respiró profundo—. Me gustó mucho que estuvieses este tiempo conmigo. Me hará falta tu ruido en el rancho, que te sientes conmigo a ver televisión, que me golpees para que despierte en medio de una película. Son las pequeñas cosas las que hacen que recuerdes a una persona. Y contigo, Andrea, olvidar no es solo inimaginable, es doloroso.
Podía sentir mi corazón a mil por hora, galopando como un caballo en un hipódromo. Nicholas no merecía sufrir por mí, no era justo arrastrando a mi tormenta.
Él no quería que me marchara, yo tampoco quería, pero la vida no se trataba de ejecutar las acciones que queríamos, sino de hacer lo correcto por el bien de ambos. Él necesitaba terminar su recuperación, lidiar con la policía y reencontrar a ese hombre perdido que el accidente noqueó. La persona ante mí no era Nicholas; era su demonio.
―Tampoco quisiera irme, Nicholas —mascullé.
―¿Qué te detiene a quedarte?
Por días escribí una lista de razones para marcharme. Fue una lista muy grande, casi una página. De igual forma hice una lista de razones para quedarme. En ella solo escribí un nombre.
―Tú ―revelé.
―¿Yo? —Alzó sus cejas.
―Tú.
Retrocedí en la silla y me levanté. Caminé de un lado al otro, con los brazos colgando a mis costados. Nicholas imitó mi movimiento y se colocó de pie. Se quedó estático, no deambuló de un lado al otro. Permaneció en su lugar, con los dedos tamborileando la mesa y una mirada de confusión puesta en mí.
Si no decía lo que sentía, me marcharía con un corazón constreñido.
—Nicholas, eres tan... ―comencé a explicar― inconforme. Te he dado parte de mi vida, y tu aun no tienes idea de quién soy, de lo que siento por ti. ¿Cómo crees que afrontaré seguir aquí? Lo soporté, pero ya no puedo más.
Nicholas tardó un instante en reaccionar a mis palabras.
—No entiendo qué intentas decirme, Andrea. ¿Qué quieres que recuerde? ¿Qué éramos en el pasado? —Nicholas apretó mis hombros—. Dime.
Sentí pavor de decir algo que no debía, así que en lugar de quedarme y contarle, quité sus manos de mis hombros y subí las escaleras. Me encerré tras la puerta de la habitación, con el inicio de las lágrimas empañando mi visión.
Me resbalé por la puerta. Caí sobre la madera del piso, sujeté las piernas al pecho y sollocé en silencio. Quería perderme en el espacio. Quería que el dolor en mi cabeza dejara de zumbar, mis ojos se secaran y mi corazón no palpitara acelerado por él.
―Andrea ―susurró Nicholas detrás de la puerta—. Tenemos que hablar.
No contesté.
―Déjame entrar, por favor.
Quise girar la manija. Quise que sus brazos me envolvieran y me consolaran. Pero no quería a ese Nicholas. Quería al antiguo, el que si lograría entenderme.
―Si quieres estar sola lo entenderé, pero no quiero que sufras por mí, cuando no sé porque te estoy dañando ―articuló con cierto dolor en su voz.
Inhalé oxígeno y cerré los ojos. Sentí las lágrimas correr por mis mejillas y caer sobre mis rodillas.
―Me quedaré aquí hasta que salgas. No me importa si envejezco esperándote. —Escuché un golpe en la puerta—. ¿Por qué cada vez que intento hablar contigo me esquivas? Solo quiero conocerte, saber porque huyes de lo que sientes. Quiero que hables conmigo, Andrea.
El sonido de su voz retumbó en mis oídos. Limpié mis lágrimas y esperé que terminara de hablar. Continúe recostada a la puerta. Una delgada capa de madera nos separaba. Centímetros de un cedro caído nos alejaba uno del otro, tan fría como mis manos. Si lo dejaba entrar como cinco meses atrás, el curso de mi viaje cambiaría. Si dejaba que Nicholas entrase en mi vida, me enamoraría de él.
Miré la habitación que habité durante veintiún días. Todo reposaba en su lugar, perfectamente arreglado como antes de llegar. Observé la maleta al otro lado de la cama y mi chaqueta de mezclilla junto a ella. Mi mirada deambuló de un lado a otro, hasta caer sobre una foto de Nicholas y su padre de algunos años atrás.
Era un brillante día, el viento elevó sus sombreros y ellos achicaron los ojos justo cuando fue tomada la fotografía. Débilmente me levanté y acaricié el vidrio de la fotografía. Estaba llena de amor, algo que en ese momento necesitaba en mi vida.
―Fue un día maravilloso ―murmuró detrás de mí.
Encontré una mirada empañada de dolor y unos ojos tan verdes como la copa de los árboles. Se acercó y la quitó de mis manos. Rozó mis dedos con los suyos y envió un escalofrío por mi piel. Observó la fotografía y acarició la figura de su padre. Nicholas aspiró una inmensa bocanada de aire cuando tocó la silueta del adolescente en la fotografía. Respiraba con dificultad, apretaba los bordes metálicos con dureza y blanquecía sus nudillos.
―Lo recuerdo como si fue ayer. Cada detalle de esta fotografía esta grabado en mi mente. Lo que más recuerdo es el rostro de mi madre al tomarla. Estaba radiante, dichosa de compartir con su familia. —La colocó de regreso en la cómoda junto a un espejo ovalado—. Fue un año antes de morir.
Nicholas alejó sus manos de las personas en la hermosa fotografía, retrocedió y las metió en los bolsillos del pantalón. Movió los hombros y me miró. Nicholas sabía cómo matarme con una sola mirada; cómo debilitarme con un recuerdo que comenzaba a resonar en mis oídos, cómo lograr que una persona debilitada quisiera reencontrar un camino a casa. Nicholas lograba cosas que nunca pensé volver a experimentar. Quizá fue el cúmulo de situaciones en las que estuvimos implicados, las que nos uniría para siempre.
―Me duele que te vayas. Y aunque quise decirme a mí mismo que no siento nada por ti, es mentira ―admitió con el rostro bajo―. Cuando te vayas me dejarás un dolor que no había experimentado desde la muerte de mis padres. —Cuando elevó la mirada, continuó—: Andrea, comencé a quererte más cada día. Ahora no sé qué haré cuando me despierte y no estés, cuando te busque y no te encuentre.
Mis pies estaban anclados al suelo, mis manos rozando el pantalón, mis ojos fijos en los suyos. Nicholas sabía cómo doblegarme con esos hermosos ojos. No había palabras para explicar porque no podía seguir allí, porque me resultaba imposible verlo cada día.
No dije nada. En su lugar fui por la maleta y sujeté al agarradero. Nicholas esperaba que dijera cualquier cosa que abriera una g****a en la armadura. Cuando entendió que estaba decidida a marcharme, ira nació dentro de él.
―¿Qué quieres oír para quedarte? ―inquirió furioso―. ¿Qué quieres, Andrea?
Sujeté la maleta, la chaqueta y el bolso. Si me quedaba sucumbiría. No lo miré cuando franqueé a su lado y dejé su pregunta en el aire.
Cada escalón fue infinito. Le recriminé a mis piernas por temblar, por ser débiles. Vi la bandera de la libertad ondear en el cielo cuando sujeté la manija de la puerta principal. Para mi sorpresa, Nicholas colocó su enorme mano sobre la puerta y la cerró de golpe. Estaba furioso.
—¡Te pregunté qué demonios quieres para quedarte! —gruñó.
Golpeé la maleta contra el suelo. Estaba cansada de rendir explicaciones. Yo no era una niña a la que debía proteger, ni una persona tan importante en su vida como para morir por ella. Yo no era su jodido corazón.
―¡¿Que te hace pensar que quiero algo?! ―exploté de ira.
―Todo el puto mundo quiere algo.
―¡Yo no quiero nada de ti, Nicholas! —grité una vez más.
Di un paso atrás, él me persiguió.
―¡Claro que quieres algo!
Nunca vi a Nicholas tan molesto.
—¿Quieres que te recuerde? ¿Que recuerde ese pasado que tanto te atormenta? —Golpeó su frente con los dedos—. ¿Qué crees, cariño? ¡Yo también quiero! No eres la única frustrada por mi memoria. Cada maldito día al despertar tengo la esperanza de recordarlo todo. Quisiera pensar que todo esto es una jodida pesadilla. Pero no, es la maldita realidad. —Dio una enorme zancada y apretó mis brazos. Temblé cuando sus manos me detuvieron—. Andrea, desearía recordarte, quisiera saber qué sentí la primera vez que te vi, qué hicimos cuando te conocí. Quisiera recordarlo todo de una maldita vez.
Nicholas no solo estaba furioso conmigo, sino consigo mismo, por su memoria, por los recuerdos que en lugar de surgir de las cenizas comenzaban a desaparecer. Quizá cometí un error al mudarme con él e intentar que mi presencia le recordara el pasado. Quizá fui demasiado dulce con él y por eso no recordaba. Los momentos más intensos fueron detonantes, y era eso lo que él necesitaba: una detonación.
―¡¿Sabes qué quiero?! ―inquirí tan enojada como él―. Quiero desaparecer.
La ira en sus ojos menguó.
―Es malditamente frustrante tener que verte cada día y recordar a Ellie. ¿Sabes qué es jodido? Despertar en la madrugada con pesadillas sobre el accidente. El dolor es tan intenso que deseo morir.
La última pesadilla fue la peor. No solo Ellie moría, Nicholas también.
―No puedo vivir así, Nicholas. No puedo vivir con esta incertidumbre. ―Cerré los ojos―. Estoy al borde de un abismo.
Saqué toda la rabia reprimida. No pensé que estuviera tan profunda, tan enterrada, cuando me resultó sencillo explotar. Me sentí aliviada al gritarlo.
Nicholas elevó las manos al cielo. No podía imaginar lo que él sentía. En ese instante pensé en mí, en lo que sentía, en lo que quería. Exploté sin miedo a las consecuencias o lo que causaría en Nicholas.
―Sé que te pido más de lo que he dado, pero tienes razón, no soy conformista. ―Pasó las manos por su cabello―. Quiero saberlo todo.
Cerró los ojos y escuché su pesada respiración. Para Nicholas no era sencillo doblegarse a los pies de alguien más, cuando su fuerte personalidad lo mantenía con los pies en el suelo.
—Te suplico que no te vayas. —Apretó los puños—. Me rebajé a pedirte que no me abandones.
Me dolía. ¡No era sencillo dejarlo ir! Sin embargo, uno de los dos debía ser fuerte y despedirse. Yo sentía dolor al saber que no lo volvería a ver. No sabría qué sucedió con él, si pagó o no la muerte de Ellie, si volvió o no a cabalgar. Yo creí que lo amaba. Cuando estuve segura, tardé en confesarlo.
Nicholas no solo me selló con ese maldito sombrero, sino que tenía mi corazón en sus manos.
Sus manos seguían en mis brazos, su cuerpo un poco arqueado hacia mí y sus ojos llenos de tristeza. Su expresión era la de un hombre que intentaba sostenerse del único pilar que aún quedaba en pie.
―No entiendes nada, Nicholas.
Por más que quería quedarme a terminar esa discusión, quité sus manos de mi cuerpo y volví a sujetar la maleta.
―¡Explícame! ―gruñó.
Giré.
―¡¿Cómo te explico que tu memoria es nuestro peor enemigo?!
Nicholas sujetó mis manos. Besó una y la colocó sobre su corazón. Sentí el golpeteo de su corazón sobre mi palma desnuda. Sentía el palpitar apresurado, los golpeteos más duros. Quise retirarla, Nicholas me lo impidió. La apretó más. Cada músculo se movía al compás de sus palpitaciones.
―Si esto no te comprueba lo que siento por ti, nada lo hará.
Nicholas acarició mi cuello con su mano izquierda. Subió lentamente hasta llegar a mi mejilla. Limpió algunas lágrimas mientras acariciaba la delicada piel de mi cuello. Con mucha lentitud, acercó su rostro al mío, deslizó la mano de su pecho a mi cintura y me apretó más a su cuerpo.
A medida que avanzaba, perdía la poca fuerza de voluntad que aún mantenía. En cierto punto sentí su respiración sobre mis labios, acercándose más, atrayéndome a la infalible muerte de caer rendida en sus encantos.
Escuchaba mi corazón en los oídos. Podría contar las veces que respiré agitada a medida que Nicholas se acercaba. Sus dedos hicieron círculos en mi cuello, su mano ascendió de mi cintura al centro de la espalda y me atrajo hacia él. El aire se comprimía, mi garganta se secó, mis ojos se cerraron por inercia. El calor del tacto de Nicholas comenzaba a provocar temblores en mis labios.
Era inadmisible que lo besara una vez más.
Él no recordaba nuestros besos, yo sí lo hacía. Recordaba la leve mordida, el calor de su lengua en mi boca, el doloroso movimiento de la separación. Recordaba todo de Nicholas, desde la noche que nos conocimos hasta la noche que nos despedimos. Todo pasó frente a mis ojos, mientras mis expectantes labios esperaban ese ansiado beso.
Mi mano llegó a su costado. Apreté la tela de su camisa. Mi otra mano se mantuvo sobre su pecho, junto a su corazón. Nicholas rozó mi nariz con la suya y de mis labios brotó un leve gemido. Me moría por ese maldito beso. Mis rodillas temblaban por él. Mis labios ansiaban que los rozara con los suyos hasta enrojecerlos de pasión.
―Solo tienes que decir que te quedarás ―susurró sobre mis labios.
Tenía razón. Solo debía decir eso. Era muy sencillo, pero en lugar de irme por lo sencillo, mi mente recordó las palabras del papá de Nicholas, cuando me dijo que su hijo no era un hombre de enamorarse, que él no sabía lo que era el amor. De nuevo las imágenes del papá de Nicholas cayendo a un lado del sofá, cuando lo subieron a la ambulancia, la espera en el hospital y la discusión bajo la lluvia por ocultarle mis verdaderas intenciones, regresaron en oleadas.
Ese cúmulo de sentimientos retiró mi rostro del suyo.
—¿Qué sucede? —inquirió.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla.
―Perdóname, Nicholas.
Nicholas no alejó su mano de mi cuello, ni la otra de mi espalda. Me observó con cierto recelo en su mirada. Se preguntaba por qué. Nicholas no podía besarme cuando la mentira hervía entre nosotros. Si me besaba, sería a una Andrea real, no a la persona que él creía conocer. Yo no era buena, yo le desgracié la vida.
―No entiendo, Andrea. —Unió las cejas—. ¿Por qué tendría que perdonarte?
Era el momento de decir la verdad. Pospuse esa conversación durante mucho tiempo, y no era sano para ninguno vivir en la mentira. Era tan pesada que no podía cargarla. Era consciente de que, al pronunciar esa dolorosa oración, nada sería igual.
―Perdóname. —Cerré los ojos—. Yo fui la responsable de la muerte de tu padre.