“Todo el mundo tiene deseos que no le gustaría contar a los demás, que no quiere admitir ni siquiera para sí mismo”.
Sigmund Freud
Emily llegó diez minutos antes de su hora de clase, aguardó en el cafetín; ya lo habia decidido, no se dejaria vencer por el prepotente y arrogante Elbert Collins. Si esa era su manera de enorgullecerse como profesor, haciendo desistir a sus estudiantes, ella no iba a caer en su juego.
—Buenos días Sra Geller, pensé que luego del inconveniente en la clase pasada, no volvería a verla. —ella levantó el rostro y lo miró sin pestañear.
—Como siempre termina equivocándose conmigo, profesor.
—¿Puedo sentarme? —preguntó en tono imperativo.
—Sí, el área es libre —respondió ella, mientras movía a un lado la carpeta y su laptop. Él se sentó, colocó su vaso con café
