—Hay sangre en su vestido— dijo Lord Chard con voz tranquila. —¡Sangre! Sí..., es sangre— contestó Laura, y en cambio su voz sonó temblorosa. Desesperada, trató de buscar alguna excusa; pero sólo veía ante sus ojos la enorme herida de la mejilla del delator, aquella boca abierta, sus ojos cerrados y tumefactos... —Yo... yo me pinché un dedo...— empezó a decir, pero, de pronto, el esfuerzo fue demasiado grande para ella. La habitación pareció girar a su alrededor; una profunda oscuridad la envolvió y sintió que empezaba a caer. Se aferró a algo o a alguien, no supo de cierto a qué. Pero su pérdida del conocimiento fue muy breve. Cuando volvió en sí, se encontró oprimida con fuerza por unos brazos poderosos que la llevaban a través del vestíbulo y la subían por la escalera. Por un momen