CAPÍTULO CUATRO
Mientras el barco se mecía violentamente y era empujado hacia la costa rocosa, Sam se preparó para la batalla. Pudo sentir la aprensión de Polly mientras docenas de vampiros guerreros se apresuraban hacia ellos por los acantilados escarpados.
"¿Y ahora qué?", preguntó Polly cuando el barco estaba a unos pocos metros de la orilla.
"No tenemos de otra", respondió Sam. “Los enfrentaremos."
Dicho esto, saltó de la embarcación tomando a Polly de la mano. Los dos saltaron varios metros en el aire y aterrizaron en la orilla. Cuando el agua helada tocó sus pies descalzos, Sam sintió un escalofrío en su columna vertebral que lo despertó completamente. Se dio cuenta de que todavía vestía el equipo de batalla que había usado en Londres - pantalones negros ajustados y camiseta acolchada en los hombros y los brazos, y que Polly, también.
Pero no tenía tiempo para perder. Cuando Sam miró hacia la orilla, vio a docenas de guerreros humanos lanzarse sobre ellos. Vestidos con armaduras y cotas de malla de pies a cabeza, blandiendo espadas y llevando escudos, era la visión clásica de los caballeros de armadura brillante que Sam había visto durante su infancia en los libros ilustrados -los caballeros que una vez quiso ser. Cuando era niño, los había idolatrado. Pero ahora, siendo un vampiro, sabía que era mucho más fuerte que cualquier otro guerrero. Sabía que ellos nunca podrían igualar su fuerza o su velocidad, nunca llegarían a tener sus habilidades para el combate. Por esa razón, Sam no tenía miedo.
Pero, le preocupó Polly. Desconocía sus habilidades para el combate, y la verdad no le gustaba para nada cómo se veían las armas de estos seres humanos. Eran muy diferentes a otras espadas y escudos que había visto antes. Pudo notar, por el brillo del sol de la mañana sobre las espadas, que su punta era de plata. Estaban diseñadas para matar vampiros.
Sabía que era una amenaza real que no podían menospreciar.
Por la expresión en sus rostros, estos humanos hablaban en serio y por sus apretadas formaciones coordinadas era evidente de que estaban bien entrenados. Para los seres humanos, probablemente eran los mejores guerreros de su tiempo. También estaban muy bien organizados, y se lanzaron hacia Sam y Polly desde direcciones contrarias.
Sam no les daría la oportunidad de dar del primer golpe.
Rompiendo en una carrera de velocidad, Sam se lanzó hacia los guerreros humanos moviéndose más rápidamente que ellos.
Era claro que ellos no se lo esperaban. Pudo sentir su vacilación, no sabían cómo reaccionar.
Pero él no les dio tiempo para reaccionar. Con un salto y usando sus alas para propulsarse, voló por encima de sus cabezas hasta que libró a todo el grupo y aterrizó detrás de ellos. Se agachó y agarró una lanza de la espalda de un caballero. No bien aterrizó, la hizo girar arrojando a varios de sus caballos con un solo movimiento.
Los caballos relinchaban y pateaban, afectando al resto del grupo y provocando el caos.
Aún así, estos caballeros estaban bien entrenados y no se dejaron amilanar. Otros caballeros humanos se habrían dispersado inmediatamente, pero éstos, para sorpresa de Sam, se dieron la vuelta y volvieron a agruparse formando una sola línea de carga.
Sam se sorprendió y se preguntó dónde estaba exactamente. ¿Había aterrizado en un reino con una especie de elite guerrera?
Sam no tenía tiempo para averiguarlo. Y no quería matar a estos seres humanos. Una parte de él sentía que ellos no querían matarlos, y solo querían confrontarlos y, tal vez, capturarlos. O, probablemente, ponerlos a prueba. Después de todo, habían arribado a su territorio: intuía que querían saber que se traían entre manos.
Al menos, había logrado desviar su atención de Polly. Solo se lanzaban hacia él.
Sam hizo la lanza hacia atrás y la apuntó directamente al escudo de su líder - quería aturdirlo pero no matarlo- y se la arrojó.
Fue un golpe certero. Sacó el escudo limpiamente de su mano y lo derribó de su caballo. El caballero aterrizó sobre el piso con un fuerte ruido metálico.
Sam saltó y sacó la espada y el escudo de las manos del caballero. Justo a tiempo, porque varios golpes cayeron sobre él. Sam los bloqueó a todos y arrancó una maza de las manos de un caballero. Cogió el eje de madera, lo hizo hacia atrás, y giró la bola mortal de metal mientras la cadena describía un amplio arco. Se escuchó el sonido del metal en todas direcciones mientras Sam quitaba las espadas de las manos de una docena de guerreros. La continuó balanceando golpeando varios de sus escudos y derribando a más guerreros.
Pero, de nuevo, Sam se sorprendió. Cualquier otro guerrero humano habría huido en caos; pero no estos hombres. Los que habían sido arrojados de sus caballos, aun aturdidos, se reagruparon, tomaron sus armas de la arena, y se formaron en torno a Sam, rodeándolo. Esta vez, se mantuvieron a una mayor distancia de él, la suficiente para que Sam no pudiera golpearlos con la maza.
Y aun más preocupante, de repente todos, desde todas las direcciones, extrajeron ballestas de sus espaldas y le apuntaron. Sam notó que estaban cargadas con flechas de punta de plata. Estaban construidas para matar. Tal vez había sido demasiado indulgentes con ellos.
Ellos no dispararon, pero seguían apuntándole. Sam se dio cuenta de que estaba en un aprieto. No podía creerlo. Cualquier movimiento precipitado podría ser su último.
"Suelten sus arcos," se escuchó una voz acerada fría.
Los humanos volvieron lentamente sus cabezas y Sam volvió la suya también.
No podía creerlo. Allí, de pie, en el perímetro exterior del círculo estaba Polly. Sostenía a uno de los soldados en un abrazo mortal, tenía el antebrazo envuelto alrededor de su garganta y sostenía una pequeña daga de plata en su garganta. El soldado se quedó allí, congelado, incapaz de zafarse del agarre de Polly; con los ojos desorbitados por el miedo, tenía la mirada de un hombre a punto de morir.
"Si no lo hacen," Polly continuó, "este hombre va a morir.”
A Sam le sorprendió el tono de su voz. Nunca había visto a Polly como un guerrero, nunca la había visto tan fría y firme. Era como si estuviera en presencia de una persona totalmente nueva y estaba muy impresionado.
Al parecer, los seres humanos también lo estaban. Lentamente, de mala gana, uno por uno, dejaron caer sus ballestas en la arena.
“Bájense de los caballos", Polly les ordenó.
Poco a poco, cada uno obedeció y desmontó. Docenas de guerreros humanos estaban a merced de Polly quien sostenía al hombre como rehén.
"Entonces. La chica salva al chico, ¿verdad?” de repente se escuchó una voz altisonante y alegre. Le siguió una carcajada profunda y todas las cabezas se volvieron.
De la nada, apareció un guerrero humano envuelto en pieles, con una corona, montaba un caballo y estaba flanqueado por una docena de soldados. Por su apariencia, era evidente de que era su rey. Tenía pelo desordenado de color naranja, una gruesa barba del mismo color y ojos verdes brillantes y traviesos. Se echó hacia atrás y se rió de buena gana, mientras observaba la escena frente a él.
"Impresionante", continuó, al parecer divertido por todo el asunto. "Muy impresionante, verdaderamente."
Desmontó, e inmediatamente todos sus hombres se hicieron a un lado mientras él entraba al círculo. Sam se sintió enrojecer, al darse cuenta de que al rey le debió parecer que él no podía combatir y que no habría sabido defenderse, si no hubiera sido por Polly. Lo cual era, al menos en parte, cierto. Pero no estaba demasiado molesto porque estaba muy agradecido con ella por haberlo salvado.
Y se sintió aun más avergonzado cuando el rey no le hizo caso y caminó hacia Polly.
"Puedes soltarlo", le dijo el Rey, sin dejar de sonreír.
"¿Por qué debería hacerlo?", preguntó ella, mirando al rey y a Sam, todavía cautelosa.
"Porque no íbamos a hacerles daño. No era más que una prueba. Para saber si eran dignos de estar en Skye. Después de todo,” se rió", ¡ustedes llegaron a nuestras costas!"
El Rey rompió en carcajadas otra vez, y varios de sus hombres dieron un paso adelante y le entregaron dos largas espadas enjoyadas que brillaban con la luz de la mañana; estaban cubiertas con rubíes y zafiros y esmeraldas. Sam se sorprendió: eran las espadas más hermosas que jamas había visto.
"Han pasado nuestra prueba," el Rey anunció. "Y esto es para ustedes. Es un regalo.”
Sam se acercó a Polly mientras ella lentamente soltaba a su rehén. Cada uno tomó una espada y los dos examinaron la empuñadura con joyas incrustadas. A Sam le maravilló su artesanía.
“Para dos guerreros muy dignos", dijo. "Nos sentimos honrados de darles la bienvenida."
Se dio vuelta y comenzó a caminar, era claro que Sam y Polly debían seguirlo. Mientras caminaba, él tronó:
"Bienvenidos a nuestra isla de Skye."