Prólogo
Prólogo.
Narra Noah Ferguson
Hoy es un día más en la oficina, el juicio del caso Mendoza ha terminado, ya fueron presentadas todas las evidencias y mañana es el día de los argumentos finales.
El equipo y yo estamos preparados para presentar todo el resumen de las evidencias y los alegatos presentados ante el gran jurado, lo tenemos prácticamente ganado, dejando a un idiota infiel más, sin nada en el bolsillo. Pero el hecho de que Natalie, mi asistente personal, se haya enfermado, justamente un día antes de ese día tan importante, me descoloca por completo.
Este caso es muy seguido por las noticias, ya que ambos son miembros públicos en la ciudad. Así que nada puede salir mal.
Le pedí a la asistente de piso que buscara entre los postulantes a las becas, alguna persona que sea capaz de aguantar mi ritmo de vida durante la jornada laboral, y es que ser el director y dueño de un gran porcentaje de este bufete de abogados, no está nada fácil. Ya que nos hemos ganado a pulso el buen nombre que tenemos, por eso, el nivel de exigencias para los empleados es alto.
La mañana pasa, y me reúno con el equipo de trabajo, distintos abogados del bufete que me han brindado apoyo y con la señora Mendoza, quien esperemos desde mañana pueda librarse de su apellido de casada, saliendo victoriosa de este divorcio tan catastrófico.
Estamos en la sala de juntas leyendo y practicando lo que Irina, mi segunda a mando, y yo, diremos ante el gran jurado y la jueza Craig, quien es todo un verdugo en ocasiones.
Repasamos una y otra vez y debo buscar las notas que Natalie siempre toma por mí, para tener todos los detalles importantes en cuenta.
Practicamos una y otra vez, hasta que todo queda perfecto.
Escucho por tercera vez a Irina y quedo, como siempre, fascinado con su oratoria y la forma tan extraordinaria que tiene para sensibilizar al jurado a nuestro favor.
Para nuestros padres, ella sería la mujer perfecta para mí y yo el hombre perfecto para ella, pero simplemente, nada se dió y ahora la veo como una de mis mejores amigas.
Terminamos tarde la reunión, pero al fin creo que estamos preparados del todo. La pobre asistente de piso toca mi puerta y creo que el hecho de haberle encargado conseguirme a una nueva becaria como asistente, la ha traído loca todo el día.
—Señor Ferguson, la encontré —anuncia con una sonrisa—, me costó, pero aquí está el curriculum, y sorprendentemente ya viene en camino.
Veo el reloj y me doy cuenta que voy tarde para una reunión, es algo extraoficial. Mis padres están de aniversario y debo asistir a una cena.
—Fabiana, ¿Podrías hacerle una pequeña inducción y pedirle que me espere mañana en el juzgado con los documentos que están… —comienzo a revolver el desastre que tengo en mi escritorio, hasta conseguirlos, es sorprendente el desastre que puedo hacer sin Natalie en un día, los tomo y se los tiendo a Fabiana—, aquí están, que los lea, los repase, estudie y no vemos en el juzgado a las ocho en punto.
Ella asiente captando todas mis instrucciones y yo salgo del despacho hacia los ascensores encontrándome a Irina a medio camino.
—Supongo que vamos apurados al mismo evento—sonríe mientras que yo frunzo el ceño, enterándome por ella que esto será más grande de lo que pensaba—. ¿Por qué esa cara?
—Es sólo que pensé que sería algo pequeño —confieso.
Ella suelta una pequeña carcajada.
—¿Algo pequeño? ¿siendo el aniversario número cincuenta de tus padres? No lo creo Noah —se sigue riendo.
Ambos bajamos en el ascensor y llegamos hasta el estacionamiento, nos despedimos prometiendo vernos más tarde.
Voy hasta mi auto y conduzco fuera del edificio, por las calles de la ciudad hasta mi penthouse, yo podría vivir en la gran casa de mis padres aún y no estar tan solo como lo estoy ahora, pero aprecio demasiado mi privacidad como para querer eso.
Llego a mi casa y me apresuro a arreglarme porque tengo pocos minutos para llegar al restaurante donde se celebrara la supuesta cena familiar.
Me visto adecuadamente para la ocasión, en un traje sencillo color gris claro, me doy un último vistazo al espejo y salgo a la dichosa cena, que es una celebración en pleno.
Milagrosamente, después de un pequeño embotellamiento, logro llegar al restaurante a tiempo y entro al lugar, no tengo necesidad de decir mi nombre para que me ubiquen, porque me doy cuenta, que todos los presentes, son conocidos por mí, cosa que quiere decir, que mis padres rentaron todo el restaurante, y que me engañaron otra vez para que asistiera a uno de sus eventos.
Los veo de lejos sonreir y me siento tranquilo, si ellos son felices, yo también.
Camino hacia ellos y mi madre me recibe de brazos abiertos.
—Mi pequeño bebé ha llegado —me aprieta para acercarme más a ella y por más que quiera decirle algo, sé que no servirá de nada.
—Ya llegó él favorito —escucho la voz de mi hermana menor hablar con fastidio.
Mi madre separa un brazo y la toma ella para unirla al abrazo.
—Dejen las tonterías que los amo a los dos.
Nos deja un beso en la frente a cada uno, y sonrío porque tengo a mi hermanita pequeña frente a mí, no puedo creer que tenía casi un año sin verla.
—Hola pitufina —la saludo con el apodo que le digo desde que era pequeña, que sé que tanto le molesta y ella gira los ojos, lanzándose sobre mí.
—Te extrañé Pandita —me molesta con el apodo pero en este momento no me importa.
Estoy tan orgulloso de esta chica tan obstinada, estuvo estudiando en el exterior pero cuando mamá se enfermó, decidió venir a terminar su carrera en derecho aquí, en Estados Unidos. Hace unos meses que llegó, pero gracias a nuestros horarios caóticos, no habíamos podido coincidir.
La noche avanza, entre brindis, risas y halagos a nuestros padres.
Me piden dar un discurso y si es por ellos no puedo negarme. Subo a una pequeña tarima y tomo el micrófono.
—Buenas noches a todos, estoy muy agradecido con cada uno de ustedes, por haber asistido —sonrío nervioso—, le agradezco a la vida, por haberme hecho hijo de ustedes —los miro directamente—, porque a pesar de que me dieron una hermana molesta, que no pedí —observo a Marie sacarme el dedo del medio sin ningún pudor—, ustedes dos son mi ejemplo de amor verdadero —veo como mi padre abraza a mi madre, mientras unas lágrimas se escapan de sus ojos—, sino tengo una historia como la de ustedes, entonces no deseo enamorarme, porque para mí el amor es intenso, apasionado y nunca se rinde.
Levanto mi copa para hacer el brindis y todos lo hacen, todo está en silencio y se oye como se abre la puerta del restaurante, mis ojos recorren la silueta de la mujer que viene vestida con un vestido n***o ceñido al cuerpo, entra con paso seguro, mientras su cabello largo y rojizo va de un lado a otro, mi vista se pasea por su rostro y de lejos puedo apreciar unos carnosos y exquisitos labios pero quedo hipntizado cuando el azul de su mirada, queda prendado de mi vista.
Nunca pensé que viviría algo así, pero mientras nos miramos, es como si no existiera nadie más.
—¡Nahia! —el grito de mi hermana nos hace romper el momento y ella desvía la mirada, sonriendo y caminando hacia donde ella se encuentra.
Yo me aclaro la garganta, tratando de concentrarme en el final del discurso que ni siquiera recuerdo, gracias a una pelirroja desconocida.
—Salud, por ustedes, y que cumplan cincuenta años más juntos —todos alzan sus copas y toman y yo me bajo de la tarima, tratando de buscar esa melena roja y esos ojos azules que me idiotizaron.
«Nahia» así la llamó Marie.
Llego hasta donde están mis padres, que me agradecen el discurso con un abrazo y les pregunto por mi hermana.
Estos me dicen que ella se acaba de ir con una amiga y el impulso de salir del lugar para alcanzarlas, me gana. Me disculpo y camino con paso apresurado hacia la salida.
La noche está helada, volteo a ambos lados para ver si las encuentro y no hay rastro de ninguna de las dos. Nunca en mi vida, había sentido esa conexión con ninguna persona, tengo metido entre ceja y ceja su mirada y me devuelvo un tanto cabizbajo a la reunión.
Intento llamar a mi hermana, pero esta no responde, y me quedo tranquilo sabiendo, que si es una de sus amigas, lo más seguro es que volveré a verla tarde o temprano.
La ansiedad me gana y teniendo un día tan importante mañana, decido despedirme temprano de mis padres y decirle adiós a la fiesta.
Vuelvo a mi casa y me doy un baño, me acuesto en la cama listo para dormir y apenas mis párpados se cierran, mi mente evoca su mirada.
«Calma Noah, es solo una chica» trato de recordarme a mí mismo, pero ¿A quién quiero engañar? Esa chica me removió todo por dentro.
Me obligo a dormir porque no puedo darme el lujo de estar con sueño el día de mañana, o llegar con cara de trasnocho, cuando las cámaras, estarán sobre nosotros.
(…)
Mi alarma suena por tercera vez y la apago dándome cuenta que es algo tarde, corro hasta la ducha y me arreglo en menos de diez minutos, tomo solo fruta para el camino y bajo hasta el estacionamiento para ir rumbo al juzgado.
Mi teléfono suena y no reconozco el número, lo pongo en altavoz y respondo mientras le doy un mordisco a la manzana.
—Buenos días, soy Noah Ferguson, ¿con quién tengo el gusto? —siempre trato de ser amable, aunque odio que gente desconocida llame a mi número personal.
—Buenos días señor Ferguson, soy la señorita Anderson, la nueva becaria y quién lo asistirá en día de hoy en el juicio —habla una voz dulce pero que suena firme a la vez—, ya estamos todos en el juzgado listos y traje las notas que pidó.
—Un gusto saludarla señorita Anderson, muchas gracias por todo, pero no era necesario la llamada, ya estoy a dos calles, cuando llegue, revisaré las notas por mi mismo.
Nos despedimos ya cuando estoy entrando al estacionamiento y me ubico en un puesto cercano a la salida.
Tomo mi maletín y me coloco mis lentes de sol, caminano entre la pequeña multitud, subiendo las escaleras para entrar hasta la máxima sala de justicia de la ciudad.
A lo lejos, veo a mi equipo, todas caras conocidas, Irina, como siempre, dándole unas instrucciones de todo lo que deben estar al pendiente de la contraparte. Trato de ponerle rostro a la voz que me llamó hace unos minutos y sorprendentemente no encuentro a mí asistente personal entre la pequeña multitud, ya que debería ser una desconocida y los que están allí, los reconozco fácilmente.
Resoplo frustrado. «Comenzamos con mal pie señorita Anderson».
—Señor Ferguson, aquí estoy para lo que necesite —la escucho llegar y volteo.
«No. Puede. Ser» mi cerebro separa y enfatiza las palabras porque no puedo creer lo que veo.
Ante mí, tengo a la única mujer que logró hacer que me quedara sin palabras, la dueña de esa mirada que me dejó idiotizado anoche y en mi cerebro se arma un rompecabezas con su nombre y apellido.
«Nahia Anderson» lindo nombre.
Voy a saludarla pero no puedo, ya que nuestra representada hace aparición, llamando la atención de todos los presentes.
Las puertas de la sala se abren y somos llamados. Todos avanzamos y yo trato de disimular la frustración que siento por no haberle dicho una palabra siquiera.
Cada uno toma su lugar y nos ponemos de pie para recibir a la juez y el jurado. La máxima autoridad en la sala comienza dando unas instrucciones y la primera en pasar a dar los argumentos es Irina. Esa fue nuestra estrategia, tocar el lado sensible del jurado primero, hablando de lo buena madre y esposa que es nuestra cliente, alegando que el testimonio de su ex esposo, lo corroboró, ya que nunca tuvo queja de ella ni como esposa ni cómo madre.
Es turno de los abogados de la contraparte y dicen solo idioteces, tantas que me puedo permitir voltear a ver a la chica que está detrás de mí. Esta mordisqueando la punta de un bolígrafo y las ganas que me vienen de tomar su labio y pedirle que deje de hacer eso, me enloquecen.
Es el turno de hacer mi jugada y me paseo de un lado a otro mientras ella, me brinda apoyo y se pone de pie para mostrar ciertas evidencias, porque yo no vine a jugar ni perder, yo vine con la artillería pesada. Mi vista se desvía por un momento hacia su perfecto trasero, forrado por un pantalón blanco que lo hace resaltar más.
«¡Demonios Noah! Cálmate» me regaño a mí mismo.
Hablo de las pruebas del maltrato doméstico las múltiples infidelidades, daños físicos, emocionales y psicológicos, no sólo a ella, sino a los niños que ambos comparten y mi mente vuelve a quedar en blanco cuando la veo sentada, una vez más, con el bolígrafo de nuevo en su boca mientras muévela pierna desesperadamente.
«Dios mío quisiera probar esos labios».
Sacudo mi cabeza para dar mis alegatos finales y vuelvo a mi puesto.
El abogado del señor Mendoza habla, quiero prestar atención pero siento que mueven mi silla en un vaivén desesperante. Trato de calmarme pero este movimiento es demasiado molesto.
Giro mi cuello y veo como ella yergue la espada.
—¿Podrías comportarte? Sácate eso de la boca —le pido porque ese gesto me descoloca por completo, me parece tan sensual, que si ella no se lo saca en este momento, soy capaz de robarle un beso solo para probar esos labios—, y no muevas la piernas —susurro y ella asiente.
No quiero ser grosero, pero hoy me siento más tenso que cualquier otro día.
Todo termina, la juez da instrucciones al jurado para deliberar y nos dicen que nos llamaran cuando haya un veredicto.
Todos salen lentamente de la sala, ella se queda recogiendo todos los documentos. Espero porque quiero disculparme y la veo guardar las cosas sin siquiera prestarme atención, camina fuera de la sala con prisa, yo voy tras ella con disimulo. Debo presentarme y no sé, quizá invitarle un café.
—Señorita Anderson, espere —le pido y ella voltea, la mirada se le ilumina y una sonrisa toma su rostro.
No puedo creer que me mire de esa forma, después de como la traté, pero me siento a gusto por ello, la veo caminar hacia mi emocionada mientras que un hombre rubio pasa por mi lado, tropezando mi hombro y veo como llega hasta ella y se funden en un abrazo. La veo un poco incómoda por el gesto público, pero sin embargo le corresponde.
Me siento incómodo también, fui un idiota al creer que esa sonrisa era por mí, cuando yo solo soy un simple desconocido para ella. Él la toma de la mano y ambos caminan hacia donde estoy.
«Se nota que el único estúpido que sintió esa conexión fui yo»
—Señor Ferguson —ella se dirige a mí—, le quiero presentar a mi prometido, Ryan Smith.
Él me tiende la mano, y le correspondo el saludo. Se me queda viendo serio, pensando que me va a intimidar a mí. «¡Ja! Que iluso».
Lo saludo, manteniéndole la mirada y el estúpido la corrige.
—Doctor Ryan Smith — habla presumido y asiento—, ¿supongo que usted es el jefe de mi prometida? —vuelvo a asentir porque no quiero malgastar palabras en este estúpido.
«PROMETIDOS» Mi mirada se desvía a su mano y ahí esta. El anillo que mi ceguera momentánea por estar deslumbrado no me dejó ver.
Tantos años sin fijarme en una mujer y justo ahora, que me siento preparado, que conseguí a alguien para hacerlo, que siento una conexión real con alguien, de esas de las que siempre hablan las personas cuando creen que por fin conocen a la indicada y justamente me encuentro con una que está por casarse.
¡Maldita sea mi suerte!