Capítulo 11

1585 Words
 El iluminado se levantó muy temprano; yo me senté en el mueble donde había dormido y así me quede un buen rato; no tenía nada que preparar, ignoraba que actividad haría hoy, igual que todos los días en la fortaleza; así que siempre estaba listo para ser sorprendido. Como a las siete tocaron la puerta del santuario, acudí a abrir, y era Macario trayendo el desayuno; lo recibí y volví al aposento, donde ya el iluminado aparentemente estaba listo; me saludo amablemente, preguntándome si había dormido bien y acto seguido se sentó a desayunar; parecía un hombre imperturbable, y me recordaba a mi maestra Franshesca, siempre con un gesto amable. Él estaba vestido, como si fuera a la playa, con una franela blanca, unos pantalones algo ajustados y unas sandalias hechas como para caminar en el patio; había imaginado que se vestiría de una manera majestuosa; digna para un encuentro de tanta altura o mejor dicho de tanta profundidad.  Después de desayunar, el tomo un libro y estuvo leyéndolo; pensé que haría alguna ceremonia en el altar del gran espíritu, como preparación para el encuentro, pero esto nunca sucedió; me di cuenta que ya me encontraba pensando como Don Pascuale, fanático de ceremonias y rituales, y recordé un dicho de mi maestra Franshesca que decía así: “el que anda con cojos; al año cojea”. A las nueve de la mañana, tocaron la puerta de la habitación; ya sabía que era Don Pascuale, ya que, al santuario no entra nadie, si no va precedido por él; abrí la puerta y apareció la panza de mi padrino Don Pascuale, envuelta en una sotana roja, con bordes azul oscuro, con dos serpientes doradas y enrolladas sobre los dos pectorales, con las cabezas levantadas, mirándose una a la otra y con sus lenguas estiradas ,que terminaban como en un prendedor, que le abrochaba la sotana debajo del cuello; también tenía una cinta igualmente del color de las tapas del gran libro de las revelaciones  del más allá; azul oscuro, que le  rodeaba la cabeza y terminaba con un lazo anudado en la nuca; no sé si llevaba algún calzado, porque el borde inferior de la sotana se deslizaba sobre el piso; era todo un paisaje de comicidad, y mi espontaneo pensamiento exclamo: -Este sí que es un payaso-  Se levantó a recibirle, el iluminado, diciéndole, que ya estábamos listos y con las mismas salimos de la habitación, con Don pascuale delante, quien abrió la puerta del santuario; salimos buscando la salida de la fortaleza y al final entramos a un estar espacioso que había antes de salir; allí nos esperaba un sequito, como de veinte hombres , y todos llevaban una cinta en la cabeza igual a la de Don Pascuale; aquello parecía un circo de gorilas y a Don Pascuale solo le faltaba un látigo para comenzar la función; salió un grupo delante,  luego Don Pascuale, el iluminado y yo, y detrás de nosotros el resto del grupo y así se distribuyeron en la calle; el primer grupo subió a tres vehículos que estaban delante, y el grupo de atrás igualmente en tres vehículos estacionados atrás, y nosotros en el vehículo central de la caravana.  Nos sentamos en el asiento de atrás; el iluminado en la puerta izquierda, yo en el centro y por último Don Pascuale a quien la sotana le iba haciendo sudar; un hombre fornido iba al volante y Macario de copiloto. En medio de todo este panorama, perdí la esperanza, de alguna hipotética fuga. En el pueblo de Aguas Claras, pocos tenían vehículo, y cuando veían una pequeña caravana, sabían que allí iba Don Páscuale, en el vehículo del centro, color azul oscuro. La pequeña caravana salió del pueblo , bordeando unas colinas y continuamos hasta llegar al pie de la montaña; nos detuvimos, frente a la entrada de una cueva, la cual tenía en su parte superior, una inscripción, que decía: Manantial del gran espíritu; esa inscripción la mando a poner allí hace muchos años, Don Pascuale, después de hacer un pacto con el gran espíritu; esa cueva no la había comprado Don Pascuale, pero la consideraba suya, además nadie se aventuraba a entrar en un lugar que tenía una leyenda como aquel manantial. Los guardias, hicieron un semicírculo frente a la cueva y nosotros quedamos entre ellos y la entrada. Primero entraron cinco hombres a la cueva, para asegurarse que no hubiera nadie dentro; pasados unos momentos, salió uno indicando, que podíamos entrar; cuando entramos, todo el ambiente, estaba invadido por un fuerte olor a azufre, donde se apreciaba una tenue niebla, producto del humo que salía por una pequeña g****a en la roca mohosa por la humedad ; caminamos unos pasos y nos detuvimos en la orilla de un pozo, como de cinco metros de diámetro, donde caía, una pequeña cascada que fluía de un manantial, un poco más arriba de donde salía también un poco de agua humeante; uniéndose las dos vertientes en el pozo donde el agua era tibia; aquel ambiente estaba envuelto en una atmosfera de misterio, ayudado por una penumbra, no muy oscura que permitía ver, el agua cristalina del pozo, pero que al tratar me mirar más adentro, se tornaba totalmente oscuro, dando la impresión de una gran profundidad. El iluminado se sentó en la orilla del pozo, en una postura indígena, totalmente relajado, como si solo fuera a tomar un baño; todos estábamos detrás de él, primero Don Pascuale; yo detrás de él y luego el resto de los hombres que habían formado nuevamente un semicírculo dentro de la cueva. Don Pascuale, levanto las dos manos y las extendió hacia el centro del pozo, sobre la cabeza del iluminado, y los demás, como un gesto automático hicieron lo mismo, y yo también me sume al grupo, imitándolos, donde todos parecíamos sonámbulos dispuestos a lanzarnos al pozo; luego Don Pascuale, pronuncio la siguiente plegaria: “ Gran espíritu de las profundidades, recibe a tu siervo, el iluminado, ante tu altar y revélale tus misterios y has que vuelva pronto a nosotros, con tus mensajes”; y todos al unísono, pronunciaron algo así como un: ¡UUUUUUUUUUM!, que retumbo en toda  la cueva.  Acto seguido el iluminado, abandonando su posición de toro sentado, se puso en pie, levanto sus manos, apuntando al techo de la cueva y se lanzó en picada, al pozo y rápidamente desapareció de nuestra vista; mientras yo razonaba en mis pensamientos: -Nunca un loco me pareció tan cuerdo; y pensar que anoche me pedía que confiara en él; y ahora veo que era más fanático que Don Pascuale, al dejar que se lo trague un pozo para complacerle a él; ¡que desperdicio de vida! Macario le trajo un sillón a Don Pascuale, que seguía con las manos extendidas hacia el centro del pozo, la coloco detrás de él y le hizo una leve presión sobre los hombros, para que se sentara; el bajando las manos se sentó y continuo como hipnotizado, con la vista puesta en la profundidad del pozo. Pasada media hora de espera, todos los hombres se fueron sentando sobre las rocas y yo hice lo mismo al lado de Don Pascuale que continuaba absorto, en su largo trance agnóstico. Pasada una hora, el sacerdote aún seguía, en su trance, y ya los hombres comenzaban a sentir ansiedad, dudando de la posibilidad de volver a ver al iluminado; yo no dudaba que lo volvería a ver; pensaba que los muertos ahogados siempre flotan; es cuestión de paciencia –me decía- Después de hora y media, los hombres comenzaron a moverse inquietos, haciendo comentarios muy bajitos entre ellos, pero se escuchaba el murmullo  Don Pascuale saliendo del trance, comenzaba a estar intranquilo; se removía inquieto en su sillón y de vez en cuando estiraba el cuello como queriendo traspasar la oscuridad del profundo pozo; realmente el, nunca había presenciado un acto como ese; el solo había visto sumergirse al pozo, a víctimas que torturaba introduciéndolas en el agua, para sacarles alguna información,  muchos de sus hombres habían sido testigos y ayudantes en esto; pero  nunca había visto que un  vivo regresara  con vida, después de casi dos horas sumergido en el agua, le parecía poco probable a estas alturas; el iluminado lo había convencido, de que esto era posible y él le creyó, porque después de todo era su propia vida la que iba a estar en riesgo, además seguía teniendo cierta esperanza  de que los espíritus, pudieran hacer esto posible.  Pasadas más de dos horas, se pudo apreciar cierto movimiento en el agua, y todos nos pusimos muy tensos, esperando ver emerger a un muerto; pero de pronto apareció la cabeza del iluminado preguntando: ¿me tarde mucho? Don Pascuale se levantó de su asiento, como impulsado por un resorte y Macario lo sostuvo para que no cayera al pozo; fue una algarabía general la que rompió el silencio en aquel lugar y no puedo negarlo, también sentí mucha emoción; un solo deseo y la misma alegría nos había unido en ese momento. El iluminado salió del agua delante de un emocionado Don Pascuale, y le hizo entrega, de una calavera que traía en sus manos, diciéndole: -este es un regalo del gran espíritu para que lo tenga en el altar, delante de su imagen; Don Pascuale se sintió profundamente conmovido, por el hecho de que el gran espíritu le hubiese otorgado semejante privilegio, y tomando la calavera se volvió a sus hombres como exhibiendo un trofeo. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD