Abro el pestillo y me dirijo a la sala de médicos sonriendo. Imagino la manera en que Juan se estará masturbando con el recuerdo de mis pechos, esos que ya no son suyos y que nunca más tendrá.
Allí sólo aguanto unos pocos segundos, siento la urgente necesidad de llorar y me encierro en el baño para permitir que venga el llanto.
Por mucha satisfacción que sienta por haberle dejado con las ganas de tener sexo conmigo, le quiero muchísimo y yo aún no he dejado de sufrir por él.
De hecho, tardaré mucho tiempo en olvidar a la persona con la que he soñado cada noche desde el día en que me enamoré, la persona con la que me iba a casar, la persona con la que estaba dispuesta a formar una familia, la persona por la que lo he dado absolutamente todo en los dos últimos años y medio, la persona po
