Avanzamos por las calles transitadas en un silencio sorprendentemente cómodo. Chris toma mi mano cada vez que puede y me regala una sonrisa tranquilizadora. Mi mente todavía está recuperándose del caos reciente, así que agradezco la compañía silenciosa, al menos por unos minutos.
Me relajo mientras observo a las personas apuradas por llegar a sus destinos, el azul del cielo y, por último, a Chris, quien luce concentrado. Su perfil me atrapa: la mano izquierda en el volante, una camiseta negra de manga tres cuartos que deja al descubierto sus trabajados brazos, y el ligero fruncir de su ceño que lo hace ver aún más atractivo. ¿los hombres se darán cuenta de lo atractivos que se ven tras el volante?
Ver sus largos dedos tamborilear el volante me trae recuerdos vívidos de anoche, y mi vergüenza me hace cubrirme los ojos, sorprendida por lo atrevida que fui.
Él me mira, curioso, mientras ríe.
—¿Qué pasa? —pregunta, lanzándome miradas intermitentes sin apartar del todo los ojos del camino.
—Nada, nada —murmuro, escondiendo el rostro como si eso pudiera evitar que leyera mis pensamientos—. Concéntrate en manejar, no quiero morir.
Bromeo, pero por dentro grito en silencio.
Sé que estoy mal. Quiero decir, hace unas horas me regañaron por no dormir en mi habitación. Todo porque cedí a mis impulsos y decidí pasar la noche con Chris. Pero, siendo honesta, no me arrepiento. Cada vez que lo miro, me doy cuenta de cuánto me atrae.
Aunque no puedo evitar sentirme apenada. Es como cuando te regañan frente a la persona que te gusta siendo una niña; es igual de bochornoso.
De repente, noto que tomamos una carretera que se aleja de la ciudad y no puedo evitar preguntar:
—¿A dónde vamos? —interrogo, con cierta inquietud en mi voz.
—A Jeju. —Su respuesta viene acompañada de una sonrisa tensa.
—¿¡Qué!? —grito, sorprendida. —¿Ahí es tu compromiso?
—La verdad, inventé eso para que Jeongin te dejara venir conmigo. —Abro la boca, incrédula—. Lo pensé desde que estábamos desayunando.
—¡Pero no traje otra ropa! —protesto, todavía en shock.
—¿La necesitas? —replica, con una sonrisa pícaramente burlona.
—¡Oh, cállate! —le doy un golpe en el hombro, fingiendo indignación.
Reímos juntos durante unos segundos, hasta que él acaricia suavemente mi mentón, su expresión tornándose más seria.
—No te preocupes. Solo quiero que nos distraigamos y pasemos un buen rato.
El gesto me conmueve más de lo que esperaba. Mis padres jamás me han hecho una sorpresa así, y mi hermano siempre está demasiado ocupado para planear algo especial. Saber que Chris, con lo ocupado y demandado que es, se tomó el tiempo para pensar en mí de esta forma… me hace sentir especial.
Siguiendo lo que me dicta el corazón, me inclino hacia él y le doy un beso rápido en la mejilla.
Él me mira, sorprendido, y luego sonríe.
—Haré esto más seguido —bromea, y ambos reímos.
Es un alivio ver que genuinamente disfruta de mi compañía, que no le incomoda mi cercanía. Sin embargo, una sombra de inseguridad empieza a envolverme. La idea de que, tal vez, en el fondo podría pensar de mí lo mismo que alguien más lo hizo en el pasado se desliza como una serpiente en mi mente. Mi pecho se tensa al recordar palabras que creí olvidadas, que me hicieron sentir pequeña, fea, insuficiente.
Intento distraerme observando el paisaje, siguiendo los colores y las formas que pasan fugaces por la ventana, pero es inútil. Las palabras hirientes regresan como ecos ineludibles, y la punzada de esos recuerdos atenaza mi corazón.
No quiero que Chris lo note, no quiero que mis pensamientos oscuros arruinen este momento. Me recuesto lo más que puedo en el asiento, cerrando los ojos con fuerza, como si con eso pudiera ahuyentar el peso en mi pecho. Poco a poco, el cansancio me vence y me quedo dormida.
—Levántate - escucho una voz suave que me mece con cuidado.
—¿Mmh? —me quejo.
—Levántate o te llevo cargando — amenaza.
Abro los ojos de inmediato para observar a Chris parado frente a mí con la puerta abierta del copiloto doblándose de la risa.
—¿en qué momento llegamos? —digo sorprendida mientras me aseguro de no haber babeado.
—Estabas muy dormida — reconoce mientras se acerca a mi para quitarme el cinturón de seguridad.
—¿ronqué? —abro los ojos como platos.
—Un poco —dice riendo.
Lo miro observar rápidamente su perímetro y sin que me lo espere, me besa.
Su beso me toma por sorpresa, pero su agarre es firme, su aroma dulce y cálido, mezclado con el aire salado del mar, se queda impregnado en mí, mientras sus labios, suaves pero firmes, me llevan a un lugar donde todo lo demás desaparece.
Coloca sus manos alrededor de mis mejillas asegurándose que no me vaya. Su beso tan inesperado y dulce, pero de repente se vuelve desesperado y su repentino ataque de deseo me vuelve loca.
Abro mis labios queriendo más y dándole acceso, pero de la nada, se separa y deposita un beso en mi frente.
—Vamos — me invita tomando mi mano y liderando el camino.
Bajo del coche lentamente recuperándome de la revolución de emociones, pero al mirar el paisaje me quedo boquiabierta.
Delante de nosotros se extiende un fondo maravilloso del mar, y a unos pasos, una cabaña tan rústica como acogedora. Me quedo boquiabierta al verla.
Chris me voltea a ver, analizando mi expresión, y parece gustarle lo que ve.
—Entremos —dice, guiándome hacia la cabaña mientras entrelaza nuestros dedos.
Las mariposas empiezan a revolotear en mi estómago como locas. Estoy nerviosa, y aunque no sé qué tiene en mente, algo en mí me dice que a lo que sea que me pida, cederé.
La puerta de madera cruje al abrirse, revelando un espacio pequeño pero cálido. La luz del atardecer entra a través de unas ventanas cubiertas con cortinas de lino blanco, creando un juego de sombras doradas que se proyectan sobre las paredes de madera envejecida. Una chimenea de piedra ocupa una esquina, con un par de leños preparados para encenderse.
Hay una pequeña mesa redonda con dos sillas de mimbre junto a la ventana, y al fondo, un sofá cubierto con una manta de cuadros y un par de cojines esponjosos. La cocina, apenas un mostrador con lo básico, parece sacada de una postal. Una cama sencilla, con un dosel improvisado de tela blanca, descansa cerca del ventanal que da al mar.
Chris suelta una ligera carcajada cuando nota mi expresión.
—¿Te gusta?
—Es… perfecto —respondo, todavía absorbiendo cada detalle del lugar.
Él se quita los zapatos y me invita a hacer lo mismo. Por unos minutos, exploramos en silencio. Me acerco a la ventana y observo el mar mientras el sonido de las olas llenan el ambiente, mezclándose con el crujir de la madera bajo nuestros pasos. Es un espacio tan íntimo que siento cómo mi corazón late más rápido.
Para aliviar la tensión, intento concentrarme en algo que siempre he querido preguntarle.
—Chris… —comienzo, girándome hacia él. Está encendiendo una lámpara de mesa, y la luz cálida resalta sus facciones. Me siento aún más nerviosa, pero continúo—. ¿Siempre eres tan organizado y fuerte?
Él se detiene, pensativo, y finalmente se sienta en el sofá, dándome una sonrisa que no llega del todo a sus ojos.
—¿Organizado? No sé si esa sea la palabra correcta. Fuerte… tampoco estoy seguro.
Me acerco y me siento frente a él, esperando en silencio. Parece que necesita un momento para encontrar las palabras.
—Cuando era aprendiz, nada de esto era fácil. Pasé siete años entrenando sin saber si algún día sería seleccionado. Había días en los que me miraba al espejo y pensaba: “¿Qué estás haciendo? No tienes talento, no eres suficiente.”
Sus palabras me golpean. Es difícil imaginarlo dudando de sí mismo. Lo veo tan seguro, tan invencible.
—¿Siete años? —susurro, tratando de procesarlo. Mi hermano fue aprendiz dos años, y fue duro, no me quiero imaginar el calvario que atravesó Chris y estando lejos de casa.
Chris asiente.
—Hubo muchas veces en las que quise rendirme. Ver a otros avanzar mientras yo seguía en el mismo lugar era… devastador. Pero había algo en mí, una pequeña voz que me decía que siguiera adelante. Que incluso si nadie más creía en mí, yo debía hacerlo.
Imaginarse a ese Chris pequeño e indefenso en un mundo de grandes me hace querer llorar.
—Muchas cosas pasan por tu cabeza: “¿Soy realmente bueno?” quiero decir — chasquea la lengua —no porque algo te guste quiere decir que seas bueno en eso, ¿o sí?, todo eso pensaba a diario, pero quise llegar hasta las ultimas consecuencias, ya estaba ahí.
Me siento conmovida por su sinceridad.
—Chris, eso es increíble. No puedo imaginar cuánto esfuerzo y sacrificio debió haber costado, pero… lo lograste. Mira dónde estás ahora.
Él me observa con una mezcla de sorpresa y gratitud, como si no esperara esas palabras.
—A veces pienso que aún no es suficiente.
Sin pensarlo, me acerco y tomo su mano.
—Para mí, eres impresionante. No tienes idea de cuanto inspiras a las personas, todo el mundo sabe que eres un excelente ser humano lleno de cualidades, eres tierno, empático, un gran amigo, y excelente líder, mira cuanto tiempo has estado con los chicos y ellos te aman, jamás se atreverían a hablar mal de ti. Eres increíble.
Toda la avalancha de cosas que siempre pensé de él empezaron a brotar de mi boca y no puedo evitar mirarlo con admiración.
Nuestros ojos se encuentran, y el aire entre nosotros se vuelve pesado, cargado de algo indescriptible. Puedo sentir la tensión en cada parte de mi cuerpo, y sé que él también lo siente.
Chris mueve su mano para acariciar la mía, y su mirada baja hacia mis labios. No sé quién se inclina primero, pero cuando sus labios tocan los míos, todo lo demás desaparece.
El beso comienza con una suavidad que me desarma, pero pronto se torna más profundo, más desesperado, como si ambos estuviéramos buscando algo que hemos perdido. Sus manos encuentran mi rostro, sus dedos acarician mis mejillas con una ternura que contrasta con la intensidad de sus labios.
Cuando nos separamos, ambos estamos sin aliento. Chris apoya su frente contra la mía y cierra los ojos por un momento.
—Eres tan hermosa —susurra, apenas audible.
Esas palabras llegan hasta mi corazón adolorido, calentándolo y aceptando sus palabras, aunque sé que no me siento de esa manera.
Las ganas de besarlo aumentan y lo atraigo hacia mi lo mas que puedo, abrazándolo por el cuello.
De un momento a otro nos acomodamos en el sofá, él encima de mí, enredo mis piernas alrededor de sus caderas, deseando eliminar todo espacio entre nosotros. Ahogo un gemido cuando siento su protuberancia por debajo de sus jeans.
Todo mi cuerpo se caliente un deseo ardiente al notar que ambos necesitamos esto, queremos esto.
Dejo que mis manos vaguen por todo su cuerpo, especialmente su amplia espalda, al recorrer su espalda baja, deslizo mis manos por debajo de su playera.
—Ah, tienes la mano fría — se queja mientras su piel se eriza, y la risa se me escapa.
—Lo siento, estoy nerviosa —admito.
Me mira a los ojos y me da una sonrisa tranquilizadora.
—Cambiemos de lugar — y sin decir nada mas me levante del sofá para llevarme a la cama.
Me recuesta con cuidado en la suave cama, mientras me acomodo lo observo quitarse la playera y subirse a la cama y posicionarse arriba de mí.
Ver de cerca su perfecto cuerpo me vuelve loca, la garganta se me seca y las manos me escuecen por querer tocar todo su cuerpo.
Que hombre mas hermoso y sexy.
No puedo evitar morderme los labios con antelación.
Parece que esta frase nos describe a la perfección: “Las palabras que no se dicen quedan suspendidas entre ellos, sin la necesidad de ser pronunciadas”.