Capítulo 5

1111 Words
Avanzo de puntillas por el pasillo, escudriñando cada rincón para asegurarme de que nadie haya salido de su habitación. Mi corazón late con fuerza descontrolada. Jamás había hecho algo como esto. Siempre he sido la oveja negra de la familia, pero nunca me había atrevido a tanto, y mucho menos en mi propia casa. Con mis pies descalzos, percibo lo afelpado de la elegante alfombra mientras me dirijo a la habitación de Chris, en el primer piso. Nuestra casa es lo suficientemente grande como para hospedar a los chicos en habitaciones dobles, aunque Chris tiene el privilegio de dormir solo, en una habitación más pequeña, pero en la planta baja. Desciendo las escaleras en completo silencio, guiándome por la tenue iluminación que emana de los zoclos. La cálida luz le otorga a la casa un ambiente acogedor, acompañado por paredes de un impecable color perla con detalles dorados. Al terminar de bajar las monumentales escaleras, giro ligeramente a la derecha y me encuentro con el gran salón de estar, justo frente a la puerta principal. Si giro hacia la izquierda, aparece la primera puerta, que conduce al baño, y luego la segunda: la habitación más pequeña con baño propio, donde se hospeda Chris. Me detengo frente a su puerta, intentando reunir valor. Doy un paso adelante y alzo el puño para dar dos ligeros golpes. Toc, toc. El silencio que sigue retuerce mi estómago. Justo cuando estoy a punto de darme la vuelta y huir a mi habitación, la puerta se abre, revelando a Chris con una camiseta de tirantes y el cabello húmedo. Parece sorprendido de verme. Está a punto de decir algo cuando el sonido de una puerta abriéndose nos alerta. Doy un respingo, dispuesta a correr, pero no sé hacia dónde. De pronto, unas manos me toman de la cintura. Chris me jala rápidamente hacia su habitación, cerrando la puerta tras nosotros. El movimiento es tan brusco que, para no caer, terminamos abrazándonos con fuerza. Permanecemos inmóviles durante unos segundos, atentos a cualquier sonido, pero solo hay silencio. Exhalamos aliviados. Aun así, él no me suelta. Con sus manos en mi cintura y nuestros cuerpos pegados, noto cómo sus ojos recorren mi cuerpo, analizando cada detalle. —Dime que traes algo debajo de esta camiseta —dice con voz grave. —¿Debería? —jugueteo, alzando una ceja. Mi conciencia esta completamente apagada ahora, no hay espacio para cavilaciones. Su mirada se vuelve sombría. —No puedes visitar la habitación de un hombre así —me reprende, aunque su tono solo consigue encenderme más. —Sé perfectamente lo que estoy haciendo —respondo con una sonrisa traviesa. Él me lanza una sonrisa ladeada. —Areum, no quiero arrepentimientos —advierte. —Si no me quieres aquí, será mejor que me vaya —replico, intentando zafarme de su agarre. —Conste que viniste tú —dice antes de besarme. El beso es lento, cálido, y me toma por sorpresa. Su mano izquierda aprieta mi cintura mientras con la derecha toma un mechón de mi cabello para colocarlo detrás de mi oreja, acariciando mi mejilla después. Sus labios son suaves, carnosos, con un delicado sabor a menta. Su cuerpo despide un aroma fresco, señal de que acaba de ducharse. Pego mi cuerpo aún más al suyo y muerdo suavemente su labio inferior, provocando un leve gruñido. Poco a poco, retrocede sin dejar de besarme, llevándome hacia la cama. Siento mis piernas chocar contra la orilla antes de que me siente en ella. Él se inclina, manteniendo nuestros labios unidos. Mientras nos acomodamos en la cama, él se coloca encima de mí, cuidando de no aplastarme. Mi camiseta se recorre hasta la altura de mi cadera, dejando al descubierto mis piernas desnudas. Chris aleja sus labios de los míos para mirarme de pies a cabeza. Sus ojos se detienen en mis muslos, y su mano acaricia suavemente mi piel. Aunque no dice nada, su respiración agitada lo delata. Sus dedos ascienden por encima de la tela, explorando mis caderas, mi cintura y finalmente mis pechos. —Areum, j***r, realmente no traes nada debajo —su voz suena ronca, cargada de deseo. Quiero responder, pero lo único que consigo es emitir un gemido. Eso parece hacer corto circuito en su mente. De un momento a otro me besa, pero esta vez con fiereza, sus manos se deslizan por todo mi cuerpo, por encima de la ropa, tocando mis protuberancias haciéndome gemir de placer. Sus manos en el limite de mi ropa y su mirada me piden un permiso silencioso, a lo que yo respondo besándole con mas deseo. Sus manos se deslizan por debajo de mi playera, acariciando mi vientre, vagando por mi trasero, se atravesando por mi cintura hasta llegar a mis senos que exigen sus caricias. En la habitación resuenan nuestros besos desesperados y respiraciones pesadas, llenando la habitación de una bruma erótica. Sus roncos gemidos producidos por el roce de nuestros sexos me vuelven loca. La pieza superior de su ropa empieza a estorbar, asi que me deshago de ella, revelando su hermoso torso, tan definido, trazar caricias por su abdomen es una tentación que no resisto, y me dedico a esparcir caricias mientras deposito pequeños besos a mi paso. Su piel erizada es mi luz verde para seguir provocándolo. De repente somos una maraña de caricias y placer. Él puede palpar mi excitación y yo puedo sentir la suya. Sus caricias me llenan de un placer electrizante cuando hace a un lado mis bragas, su habilidad me sorprende gratamente, yo trato de mantener la cordura aferrándome a su espalda mientras él me toca sin piedad. Le dejo hacerme tantas veces que pierdo la noción del tiempo, ¿Cuánto habrá pasado? ¿dos horas? ¿tres horas? No lo sé. Lo único que sé es que he tocado el cielo dos veces y ha sido estupendo. Cuando intento deshacerme de sus shorts para poder avanzar al siguiente nivel, me detiene, colocando sus manos sobre las mías. —¿Te ha gustado? —pregunta con ternura. Asiento tímida, y su sonrisa satisfecha ilumina su rostro. Deposita de pequeños besos por todo mi rostro. —Con eso basta —murmura mientras me acomoda entre las almohadas. —Pero tú… —digo, observando su evidente excitación. Quiero tocarle, no entiendo porque no me deja ayudarle, pero mi mente está tan nublada y cansada por los recientes sucesos que no logro articular palabra. —Estaré bien. Descansa —responde, acariciando mi rostro y depositando besos suaves que, junto al agotamiento, me arrullan. Me duermo sintiendo su calor y sus brazos envolviéndome en un abrazo. Eso me basta para caer en un sueño profundo.
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