Cuando regresé a mi casa evité todo contacto con los miembros de mi familia y me encerré una vez más en mi cuarto. Pensé que había pasado desapercibida y que nadie me molestaría; pero poco después de entrar, escuché que llamaban a la puerta. Era mi madre, portando una extraña sonrisa. En realidad era una sonrisa normal, lo extraño era verla sonreír. Por lo general ella irradiaba la alegría de un velorio y la simpatía de un verdugo. ―Llamó tu amiguita, Lara ―me dijo, vi que sostenía el teléfono inalámbrico en una mano―. Qué buena chica, qué amable es ―ahora sí que no entendía nada, ¿mi madre hablando bien de una de mis amigas? ¿Qué seguía? ¿Judíos alabando a Jesús?―. Me ayudó a conseguir el número de teléfono de unos organizadores de fiestas y eventos, para el cumpleaños de mi amiga Silvin