De todos los escenarios que me pude imaginar al comentarme Amelia que su amiga le tenía pánico a los fuegos artificiales, no me esperé esto. No me esperé viéndola envuelta en una sábana, abrazada a sus piernas y temblando en el armario. Porque en serio lo parecía, que estaba teniendo un ataque de pánico. —¿Estás bien? — pregunto dudoso para que se percate de que estoy frente a ella. Alza la mirada llorosa con dificultad, entonces toda esa vulnerabilidad se transforma en dureza, molestia y repelencia. —Lo estoy — dice supuestamente segura y tomando ambas puertas del armario para cerrarlo con ella dentro. Tenía grandes dudas de ello, porque su voz sonaba inestable y ni hablar de sus ojos rojos. ¿Por cuánto había estado llorando? —No pareces estarlo — respondo cruzando mis brazos.