En este nuevo capítulo de mi vida llamado “las vicisitudes de ser pobre” me enfrentaba a la delicada tarea de comprar comida. Así es, comprar comida en un supermercado. Una tarea para la cual no me encontraba ni sentimental, ni emocional, ni físicamente preparado, pero a la cual tuve que luchar debido a la conspiración de quien se había convertido en mi archirrival mayor: Jazmín Salas. Si hubiese sabido que el costo de un intento de besito inocente habría sido semejante tortura, me hubiese quedado quieto. Porque ¿qué gané? Una cachetada y esto. Este panorama paseando como si fuese una mamá con 20 niños que alimentar y corta de presupuesto en la sección de carnes. Me aferro a mi carrito con productos básicos en este, y veo fingiendo control el precio de algunas piezas ya empaquetadas. Un