La tengo tan cerca de mí que puedo sentir su tibio aliento caer sobre mi cuello. Con un grueso suspiro, aspiro el aroma de su cuerpo; es tan fragante que, a pesar de ser del campo, huele tan bien que despierta todas las células de mi cuerpo, incluyendo las muertas.
Puedo sentir el fuerte latido de su corazón. Está nerviosa o me tiene miedo; en realidad, no lo sé. Solo sé que parece una fiera, una potra salvaje a la que debo domar. Se remueve y trata de escabullirse. No obstante, la atraigo de nuevo a la pared y procedo a hacer lo que hace un pervertido, no porque lo sea, sino porque desde ayer me llama pervertido y quiero mostrarle un poco de perversidad.
Hace un movimiento para volver a golpearme, pero esta vez estoy preparado y evito que su rodilla choque con mis genitales. Arrimo mi cuerpo más al suyo, sin dejarle chance a moverse. Luego, tomo sus manos y las coloco tras sus grandes glúteos, la ajusto más a mí y clavo mi nariz en su hombro, riendo por lo que balbucea.
—Voy a gritar —amenaza.
—Inténtalo —la reto. Cuando se propone hacerlo, cubro su boca con mis labios, dejándola sin aliento; lo sé porque no siento su respiración. Cuando creo que correspondería a mi beso, me relajo. No obstante, la muy infeliz termina mordiendo mi labio hasta sacarme sangre. Suelto un quejido justo en el momento en que una palma de su mano se estrella en mi rostro, dejando mi oído zumbando.
—¡Abusivo! —sus movimientos son tan rápidos que no me deja ni recuperar cuando ya está atacando mi entrepierna. Nuevamente lo hace; por segunda vez me da en mi dídimo.
—Eres un maldito pervertido —reprocha y sale corriendo.
—¡Me las pagarás! —digo con dolor. Me siento hasta que el malestar se me pase, mientras en mi mente se forman planes para cobrarme los dos ataques que Kiara Salma me propinó.
Camino hasta el espejo y observo mi labio. Suspiro al verlo enrojecido y lastimado. Tendrán que pasar varios días para que se recupere. Lo peor es que no podré comer mis ensaladas de limón, todo por culpa de Kiara. Crujo los dientes solo de recordarla. Estoy absorto en mis pensamientos cuando escucho a mi madre.
—Adi, tienes visita —espeta emocionada.
Giro el rostro para encontrarme con Leila. La observo de arriba abajo y me quedo gélido, tragando gruesa saliva por lo guapa que está. A pesar de que ya no es la adolescente que perturbaba mis sueños, sigue siendo tan hermosa como en el pasado.
—Adiel Mohamed, qué guapo estás —exclama acercándose y dándome dos besos, uno en cada mejilla—. ¿Qué te pasó en el labio? —cuestiona, llevando su suave mano a él.
—Nada, es por el frío de Valleral —trato de ser convincente.
—¿Frío? —pronuncia y luego sonríe—. Pero si aquí no hace frío como en Tuntaqui.
—Pues yo sí siento frío.
—Enante no tenías eso —escruta mi madre y suelto un suspiro al recordar cómo logré obtener esta herida. Ignorando a mi madre, dirijo la mirada a Leila.
—Estás muy bella.
—Son tus reflejos —farfullo, haciendo un movimiento de mano.
—Yo los dejo solos —comunica mi madre y se va.
Una vez solos, la invito hasta la alberca y nos sentamos en la mesita redonda que está cerca de la antes nombrada.
—Cuéntame de ti, ¿piensas quedarte?
—Sí —respondo, recordando los labios de Kiara.
—¿Y tu novia o esposa? ¿Ella también está aquí? Hasta donde sabía, te ibas a casar.
Suelto un suspiro y bajo la mirada.
—Ella murió, murió el día de la boda —manifiesto.
—¡Oh Adi! No lo sabía.
—Mejor hablemos de ti —propongo, mirándola directo a los ojos.
—¿Qué quieres saber de mí?
—No sé, dime tú. ¿Te casaste? ¿Tienes novio? —sonríe y se acerca.
—Tenía uno hasta hace un par de meses, un forastero que, así como llegó, así mismo se fue.
—¿Y te rompió el corazón?
—Sí, pero ya pasó.
—Qué tonto.
—¿Tonto por qué? —cuestiona, mirando mis labios.
—Por dejarte.
—Dicen que Dios quita lo malo para poner lo bueno; tal vez hay algo mejor que me espera —declara, alejándose.
—Eso sí —acoto, llevando la mirada a la lejanía.
—También soy maestra en el colegio del pueblo.
—Qué bien —enuncio, mientras sigo mirando a la joven que se encuentra a lo lejos.
—¿Quieres dar una vuelta a caballo? —le pregunto, regresando a verla.
—Claro, recordemos viejos tiempos.
Me levanto y camino hasta donde se encuentra Félix.
—Félix —pronuncio y ella regresa a verme.
—Joven Adiel, ¡bienvenido! —aprieto su mano y palmamos las espaldas—. Puedes preparar dos caballos; iré a dar una vuelta.
—Claro que sí —saca su sombrero para retirarse y se dirige a Kiara—. Ve a casa. Hablaremos después.
—Me gustaría que Kiara me acompañe —verbalizo y ella me mira fijamente—. ¿No te molesta que Kiara vaya conmigo, Félix?
—No sé si Kiara quiera ir —expone y antes de que ella pueda acotar algo, me adelanto.
—En la noche… —me quedo con la palabra en la boca porque ella habla.
—¡Sí quiero! Si quiero acompañarle, iré por Zafiro.
Como lo suponía, Félix no sabe que su querida sobrina se escapa por las noches para ir a la disco y, lo que es peor, golpea hombres y, sobre todo, luce demasiado hermosa.
—¡Qué bien, Kiarita! —farfullo victorioso y ella pone los ojos en blanco—. Te acompaño a ver a Zafiro mientras Félix arregla el mío y el de Leila. Supongo que Zafiro es tu caballo.
—Leila, ¿ella también va?
—Sí, serás nuestra cupidita como en el pasado —comunico, mientras alboroto su cabello. Félix sonríe y, antes de irse a hacer lo que le pedí, dice.
—Pueden ir en la camioneta.
—Tío, no es necesario; yo voy sola.
—No tengo problema en acompañarla, Félix —pronuncio y él me lanza las llaves—. ¿No vas a subir, cupidita? —la veo suspirar y poner los ojos en blanco. Luego sube y la llevo a la cabaña donde supongo siguen viviendo.
—¿Aún viven en la cabaña? —pregunto y, al no obtener respuesta, me desvío.
—¿Qué hace? —presiono el acelerador y lo detengo en medio de los potreros, alejándonos de la vía principal. Intenta bajarse y la detengo.
—¿Qué quiere de mí? ¿Por qué no me deja en paz?
—¡Ya ves lo que me hiciste!
—Eso le pasa por atrevido y por robarme un beso.
—¿Y no te gustó? —le pregunto, mirándole fijamente. Puedo notar cómo la saliva gruesa rueda por su garganta.
—¡No! Ahora lléveme a casa.
—¿Y si no lo hago?
—Pues lo haré yo.
Se suelta de mi agarre y sonrío. No cabe duda; esta mocosa tiene un carácter de mierda.
—¿Piensas caminar? —cuestiono, yendo tras de ella.
—Lo hago siempre.
—Está bien, volvamos al auto.
—Ya no quiero —resopla y continúa.
—Has cambiado mucho, niña; la Kiara que conocí era tierna y obediente —balbuceo al sostenerla del brazo. Luego la atraigo a mí y nos quedamos muy cerca.
—Usted también ha cambiado —murmura, sin quitar sus verdes ojos de los míos—. Aléjese si no quiere que le vuelva a dar en ya sabe dónde —amenaza, haciendo que su tibio aliento caiga en mi rostro.
—Si es un beso, lo acepto —replico, acariciando su delicada mejilla.
Sonríe y hace un movimiento para volver a atacarme, el cual esquivo porque estoy alerta. A continuación, me empuja y sale corriendo. De inmediato me levanto para correr tras de ella. Una vez que la agarro, caemos al suelo, quedando yo sobre ella. Nos quedamos mirando fijamente, sin importar el tiempo ni el lugar en el que estamos. Mi mente se nubla hasta el punto de que ni sé cómo la beso; solo siento sus labios compactarse con los míos. Abre su boca para profundizar el beso que me deja sin aliento. No entiendo por qué mi corazón late con tanta fuerza.
Una vez que suelto sus labios, siento la humedad en mi cabeza. Llevando mis manos a ella, siento un poco de estiércol pegado en mis cabellos.
—¿Qué diablos has hecho? —gruño al tocar mi cabello.
La veo levantarse y correr como una cabra loca. Aprieto mis dientes mientras la veo marcharse.
—Adiel Mohamed, llevo tres a cero —dice al soltar una carcajada.
Al sentir el olor desagradable en mi cuerpo, me dirijo al río. Saco mi camisa y mis pantalones para luego lanzarme al agua y lavar mi piel.
—¡Maldición, Kiara! Juro que me la pagarás —sonrío al recordarla y eso me hace maldecirme—. ¿Qué diablos te pasa, Adiel? ¿Por qué no puedes dejar de pensarla? Solo la conociste anoche, bueno, la volviste a ver —ladeo mi cabeza y trato de expulsarla de mis pensamientos.
Me quedo un rato nadando hasta que escucho un sonido tras los árboles. Aquello me hace salir del río y vestirme; tal vez sea un animal hambriento y no quiero terminar siendo comida de ninguno. A pasos rápidos, camino al auto y, cuando estoy por llegar, veo a Kiara subir al caballo.
—¡Con que me espiabas mientras me bañaba, y luego dices que el pervertido soy yo! —le grito.