Observo con enorme recelo el papel que me entrega Carlson con una mueca en sus labios. Él me mira impertérrito mientras espera que tome lo que seguramente es una nota de ella.
Me siento harto de toda esta situación.
—No voy a involucrarme otra vez, creí que ya habíamos quedado en eso, Carl –frunzo el ceño, preguntándome qué querrían ahora, aunque consciente que debía dejar mi curiosidad de lado. Siempre era peligroso–. Me sabe a poco lo que quiera ella de mí, o lo que pretenda ese malnacido.
—Si tan sólo supieras... –se detiene abruptamente cuando le lanzo una mirada torva. Sabe que no me interesa nada de lo que tenga que ver con ella o ese mundo en la que está envuelta–. Sólo te pido que la leas, no tienes por qué acceder a sus peticiones.
—¿Seguro esto no tiene la mano de él en todo esto? –alzo una ceja inquisidor y Carlson niega con la cabeza rápidamente–. Más le vale, porque sabes que no soporto a esa escoria de Miles.
¿Y si mis sospechas hacia Jazmín eran ciertas? Siento mis hombros tensarse con aprehensión.
Sacudo la cabeza porque no quiero comenzar a elucubrar alguna loca razón, aunque sentía que mis teorías iban bastante bien encaminadas.
Tomo la nota de manos de Carlson y suelto un hondo suspiro, sintiendo ácido atravesar mi garganta al leer esa letra que tan bien conozco:
«Mi querido Peter: he estado buscando la mejor manera de pedírtelo, porque sé que ya no quieres tener nada que ver con esto y lo entiendo, de verdad que sí. Quiero que sepas que no estoy nada contenta con que Miles amenace con involucrar a tu hermano, a quien sé que proteges con mucho recelo, pero esta vez ruego porque vengas y tengamos una charla. Te daré mis explicaciones, las que quieras, pero te ruego que asistas y nos veamos una vez más. Sabes mi condición, no tengo mucho tiempo y tampoco estoy pidiendo tu amor, aunque quizás sí un poco de tu compasión. Prometo que esta será la última vez. Siempre tuya: Jazmín»
Aprieto los dientes porque sabía que tarde o temprano esto pasaría. Carlson me observa fijamente y yo asiento lentamente, decidido a acabar con todo esto de una buena vez.
—Dile que iré, pero que no estaré desprotegido –espeto entre dientes, dirigiéndole una mirada de advertencia–. Que no se pase de lista o ya verá de lo que soy capaz.
—Le diré exactamente lo que tú dijiste, no te preocupes, Peter –aprieta los labios mirándome fijamente y sé que no ha terminado de hablar–. ¿Qué le dirás a tu hermano?
Aprieto los puños porque sé que tendré que inventar otro viaje de improviso y me pesa tener que mentirle, aunque en estos momentos no me quede de otra.
—Ya veré qué hago –respondo con simpleza, dirigiendo mis pasos hacia mi amada cocina sin esperar una respuesta de su parte.
***
La casa parece estar completamente sola, ya que las luces de enfrente están apagadas pero sé que Evan se encuentra en el interior, hoy tendría la reunión de la Asociación Americana de Médicos y yo debía asistir a la fiesta de Halloween de los Beresford.
Que me maten por no querer aparecer por ahí, sobre todo teniendo en cuenta que Evan no me va a acompañar, no soy muy fanático de las fiestas y mucho menos las pomposas de los Beresford, pero Elton me había invitado y no pude decirle que no.
Pero por otro lado, la actitud distante y extraña de Evan cada vez que tratábamos el asunto de su nueva amante me causaba resquemor. No quería decir nada al respecto y era obvio que algo pasaba, algo que estaba reacio a contarme.
Parecía que el abismo entre nosotros se hacía cada vez más latente y eso me tenía inquieto y de mal humor. Quería contarle sobre el asunto de Jazmín y de mi estupidez del pasado, pero aún me faltaba valor.
—¿Evan? –llamé apenas entré a nuestra casa, encendiendo la luz del porche y mirando hacia las escaleras–. ¿Estás aquí?
Subo los peldaños transparentes que dan a la parte superior de la casa y la luz de su habitación llega hasta el pasillo, me acerco para ver a Evan vestido con una bonita camisa blanca de un smoking, arreglando el moño de su corbata de lazo.
—Es obvio, Rick le llevó la invitación de Alan, seguramente querrá verlo –habla para sí mismo, frunciendo los labios descontento–. Qué estupidez, no es más que una niña inmadura.
Me quedo parado en mi sitio sin dar otro paso, mirando fijamente a Evan, quien parece no haberse percatado de mi presencia. Alza los ojos hacia donde estoy y quiero replicar que parece un loco hablando solo, pero me contengo.
Lo noto un poco nervioso e incluso incómodo, pero al ver que no digo nada sigue en lo suyo. Sin embargo, me gana más la curiosidad de enterarme de una vez por todas el asunto de la mujercita esa.
—¿Quién es una niña inmadura, hermano? –siento mi gesto endurecerse y alzo una ceja.
—¿De qué hablas? –incluso su tono es de sorpresa.
—No hagas como el que no sabe –ruedo los ojos, acercándome hacia donde está con labios fruncidos–. Últimamente te veo muy pensativo, algo te ocurre.
—Nada me ocurre, Pete –sonríe, sacudiendo la cabeza despreocupado–. Ha habido bastante trabajo en la clínica.
—¿No tiene que ver con esa mujercita de la universidad? –me cruzo de brazos, alzando una ceja. Estoy decidido a hacer de mis sospechas una confirmación.
—¿Rita? –me mira extrañado.
—No, la tal Leilah –chasqueo la lengua de mal humor–. Es obvio que esa mujer no es más que un peligro para ti. ¿Qué pasa con tu acuerdo y tus reglas? Es obvio que tú mismo lo comienzas a violentar.
Me parecía increíble que Evan le haya dado una llave de la casa, de nuestra casa; para que la mujer esa llegara a la hora que se le antoje como si fuese la dueña.
O mi hermano estaba loco, o esa Leilah era más importante de lo que estaba dispuesto a admitir.
Evan alza ambas cejas, mirándome con perplejidad, como si hubiese dicho algo completamente inverosímil. Lo veo mirarme fijamente y sé que está planteándose la idea de si estoy bromeando, por lo que miro con seriedad.
—No te cae bien –no es una pregunta.
—Es obvio que no, ninguna de tus mujeres lo hace –ruedo los ojos porque sabe de mi posición–. Pero esta me cae aún peor.
—A ver, ¿y eso por qué es? –me mira a través del espejo, alzando una ceja. Parece molesto con ese hecho y eso me enerva–. Antes no te habías puesto quisquilloso respecto a mis aventuras.
Tiene un buen punto y me alegra que lo saque a colación porque no callaré esta vez ante lo que me parece el peor absurdo de su vida.
—Eso es porque nunca antes una de ellas me había parecido tan peligrosa como esta –suelto impaciente, reacio a formular la idea que tengo en mente de manera clara. Simplemente me parecía imposible viniendo de él.
—¿Qué te hace pensar que es un peligro? –esboza una sonrisa divertida que solo me causa más resquemor. Parecía ajeno a todo el lío en que se vería envuelto e incluso incapaz de verlo.
O quizás no quería hacerlo y eso me hacía sentir contrariado.
—La traes a casa, suficiente motivo –me quejo, pensando en la posibilidad de encontrármela por mi amada cocina. Me estremezco de solo pensarlo–. ¿Puedes nombrar con cuántas has hecho eso? Creo que ni un dedo podrías alargar de tu mano.
—No seas paranoico, Pete –sonríe confiado–. No es como tú piensas.
Estoy a punto de replicar que deje de ocultarme cosas, cuando los recuerdos se agolpan en mi mente y la culpa anida en mi mente, causando espasmos de remordimiento por haberle mentido.
Definitivamente soy un hipócrita descarado.
—Eso espero, hermano –resoplo de mal humor, diciéndome que no está siendo del todo sincero. Dirijo mis pasos hacia la escalera a medida que voy hablando–, no prometo morder mi lengua cada vez que la vea merodeando por aquí, sabes que no me cae nada bien. ¡A ver cuándo te aburres de ella, para sacártela de encima! –grito desde donde estoy.
De pronto me detengo en la parte baja de las escaleras sacando mi celular, que en esos momentos tiene una llamada entrante.
—¿Diga?
—Oye Peter, tengo algo interesarte que proponerte –esa es la voz de Steven, quien seguramente tiene unos tragos de más–. Juro que no te arrepentirás.
—¿Ah, sí? –ruedo los ojos con fastidio–. ¿Qué cosa es?
—Un pajarito me dijo que te vas a ir al país de la hojita –suelta una carcajada y yo chasqueo la lengua, diciéndome que los chismes corrían más rápido que la pólvora encendida–. Conozco gente de allá, de hecho un amigo tiene una prima, que está de un bueno...
—¿Un amigo? –resoplo con acritud, diciéndome que seguramente se trataba de un pelele como él o algo mucho peor–. No me interesan las primas de tus vagos amigos, tarado. Déjame en paz.
—Pero es que esta es una belleza que de seguro te cautiva –insiste con voz alegre, poniéndome de mal humor–. Kendall incluso me dijo...
—Ya te dije que no me interesa, Steven –recalco las palabras porque parece que no me ha oído o es más idiota de lo que pensaba–. Quizás un día que las vacas hagan leche con chocolate, ¿te parece?
—¡Pero qué mal humor! –resopla con diversión y luego cuelga.
Miro incrédulo el teléfono y sacudo la cabeza con reprobación. ¿En serio Carlson se había puesto a decir por allí de mis planes de viaje o era cierto eso que decían que las paredes tienen oídos?
Apenas acabo de guardar el teléfono, escucho los pasos de Evan bajando las escaleras. Me digo que ya debería irme a la fiesta esa, pero francamente no tengo nada de ganas de moverme de mi cocina.
—¿Que no vas a ir a la fiesta de los Beresford? –pregunta apenas me ve.
—¿Por qué? –entorno los ojos con sospecha. ¿Por qué tanto maldito interés?–. ¿Te importa mucho que vaya?
—Elton nos invitó a ambos –agita su mano con displicencia–. Y dado que yo no podré ir...
—Solo quieres que vea si la mujercita ésa estará allá, ¿cierto? –resoplo de mal humor, entendiendo el por qué de su repentino interés–. A mí no me engañas, hermano.
—Peter, no seas absurdo –espeta impaciente. Lo miro alzando una ceja–. Puedes ir o no, sólo era una pregunta.
—Sí voy a ir –lo miro fijamente, esperando su reacción. Parece acorazarse de nuevo, como siempre–. Y veré si la fulana se presenta en la fiesta, o puede que esté más pendiente de Alan, dado que tú no estarás por los alrededores.
—Como quieras –habla aburrido, encogiéndose de hombros–. No vuelvas a insinuar algo tan estúpido como que mi acuerdo con ella está siendo violentado –lo conozco, sé que está de muy mal humor–. Puedes ir en el auto si quieres, el idiota de Hammer me contrató una limusina –parece bastante fastidiado por ese hecho.
—Que te diviertas –esbozo una sonrisa, sabiendo bien a qué se debe su mal humor: el tema de Leilah Ferguson–. Iré a vestirme.
Apenas acabo de abrochar el botón de mi camisa, oigo la bocina que anuncia que el chofer y la limusina han llegado por mi hermano. Lo oigo salir y de inmediato sacudo la cabeza con reprobación, es obvio que es un tema delicado para él, pero ya conseguiría que admitiera lo que estaba a la vista sin necesidad de anteojos.
Coloco mi saco azul, que falta para completar mi atuendo y bajo las escaleras directo a las llaves del Audi que Evan me dejó. Lo encuentro aparcado frente a la casa y apenas entro para encenderlo, noto algo en el suelo que llama mi atención: un arete.
Resoplo por lo bajo porque debía pertenecer precisamente a la mujer que estaría en casa de los Beresford esta noche, aquella que traía a mi hermano tan de cabeza y a Alan también.
Frunzo los labios al recordar la conversación que oyera de Rick y su hermano menor, con las “dudas” de éste respecto a su relación con su novia pelirroja y cómo no había dejado de pensar en Leilah.
Noticia bomba: el imbécil de Alan Beresford siente algo por Leilah quién sabe desde cuando y ahora luego de tanto es que se decide a hacer algo.
Lo sé, el mundo está lleno de tarados enamorados.
Estoy pensando seriamente en irme a un sitio de exilio para no sufrir también esa maldita enfermedad.
Sonrío de medio lado sabiendo que es imposible que eso me ocurriera a mí. Había conocido centenares de mujeres hermosas e interesantes y ninguna había llamado mi atención de esa forma.
No se trata de que me crea mucho o mis estándares sean muy exigentes –aunque admito que los tengo bastante altos–, es que simplemente no quiero sentir absolutamente nada.
Me resisto a ello y así siempre va a ser, no importa quién aparezca por allí.
Ahora con la noticia de Alan, no sabía cómo reaccionaría mi hermano respecto a ese asunto y la verdad moría por sacar el tema a colación para medir su reacción.
Pero esta noche mediría cada una de las reacciones de la mujercita esa, para saber que lograba averiguar, si ella aún sentía algo por Alan, o quizás su atención se había abocado completamente en mi hermano.
***
Apenas llego a la mansión Beresford, corroboro que será otra de esas fiestas pomposas que no me agradan para nada, pero ya estaba en el sitio y no podía echarme para atrás.
Dejo aparcado el auto de Evan y me dirijo hacia la entrada con paso firme, tocando el timbre de la entrada y siendo recibido a los pocos minutos por Rick, quien apenas nota mi presencia, esboza una enorme sonrisa gentil.
—¡Pero qué sorpresa, Peter! –habla animado, dándome una palmada en la espalda con efusividad–. Creí que no vendrías, ya que tu hermano me dijo que iría a la cena de la asociación de médicos.
—No siempre ando encima de Evan como un arete, Rick –expreso de manera irónica, recordando mi hallazgo en el auto. Recorro el lugar con la mirada, notando que la tal Leilah no se ha presentado aún–. Soy perfectamente capaz de moverme por mi cuenta, ¿sabes?
—Lo siento, no es lo que quise decir –hace una mueca de disculpa y por la empatía que curiosamente me causa, tuerzo los labios incómodo.
—No te preocupes, sé que no. De hecho él insistió que viniera hoy –trato de cambiar de tema, admirando todo a mi alrededor–. Qué linda decoración, tu madre definitivamente tiene muy buen gusto.
—Y me alegra escuchar eso de tu parte, querido Peter –Diana parece emerger de la nada, como si hubiese estado escuchando la conversación. Me da un abrazo que apenas correspondo–. Qué pena que Evan no haya podido asistir, aunque supongo que para navidad si podremos tenerlos a ambos por aquí.
Rick rápidamente se excusa diciendo que iría a ver dónde estaba Alan. Estoy a punto de rodar los ojos pensando en lo irónico del asunto. ¿Quién dice que Rick no es un tontorrón sobreprotector?
—Sabes que eso no podrá ser, por esas fechas estaré trabajando en el crucero, Diana –ella infla los labios con gesto descontento, ambos nos adentramos en la enorme sala hermosamente adornada–. Pero gracias de todos modos por la invitación, de seguro Evan no se lo pierde, creo que ya me había hablado de eso.
—¿Quieres algo de comer, cariño? –su tono meloso me hace fruncir los labios, me extiende un canapé de algo que no me agrada para nada como se ve–. Puede que te gusten estos de calabaza y jamón.
—¿Tienes alguna obsesión por el jamón? –hago un gesto de desagrado porque no soy muy fanático del embutido–. Un día de esto vas a salir con que harás un pastel de chocolate y jamón.
—Claro, olvido con quién hablo –sonríe como si nada, dándome una molesta palmada en la espalda–. El chef más importante de California, dando su muy humilde opinión.
—Algunas de tus decisiones respecto a la comida de tus fiestas dejan mucho que desear, Diana –siento mis facciones endurecerse porque su tono me ha parecido irónico.
Ella sonríe como si nada y yo ruedo los ojos, dando un paso lejos de su fastidiosa presencia.
Ni siquiera sé cómo Evan los soporta tanto, la mayoría de las veces que lo acompaño a sus invitaciones de los Beresford es por mero formalismo, pero si fuera por mí, preferiría gastar mi tiempo en otros asuntos más importantes, no en una insulsa fiesta familiar.
—Creí que ya no vendrías, Pete –la voz detrás de mí, me hace chasquear la lengua. Su tono nasal es siempre tan desagradable–. ¿En dónde dejaste a tu hermano más guapo?
—Samuel, te juro que diciendo eso pareces el propio marica enclosetado –resoplo por lo bajo, volviéndome hacia él. Sonríe de manera estúpida, como si su chiste hubiese tenido alguna gracia–. ¿Que no tenías otro sitio donde mendigar comida? Oh, claro que no, debes agradecer entonces tu lazo sanguíneo con los Beresford, así puedes tragar lo que quieras en estas fiestas.
—Tu lengua viperina sí que está bastante mordaz esta noche –lanza una carcajada, acercándose a darme una palmada en la espalda. Gruño molesto–. ¿De mal humor, para variar?
—Ya eres el tercero en hacer eso y te juro que al próximo le meteré una zancadilla sin contemplación para que se rompa la jodida nariz –sacudo una pelusa de mi brazo, dirigiéndole una mirada de soslayo–. Y tú siempre tan insoportable, para variar.
—Eres un amargado, Peter –ríe a carcajada limpia, luciendo muy pagado de sí mismo–. Sería más fácil que yo consiguiera una novia a que alguien se digne a fijarse en ti, con esa actitud pedante que siempre cargas.
—Eso sería imposible, a menos que consigas más bien un novio –esbozo una sonrisa con sorna y el aludido ensombrece su gesto–. Tienes que admitir que tu padre opina igual.
—No deja de molestarme con eso, pero que lo olvide –chasquea la lengua de mal humor, parece bastante enfurruñado–. Me gustan las mujeres, pero detesto que quiera controlar ese aspecto de mi vida también.
Estoy por decirle que no es un niño para que haga lo que a su padre le da la gana, cuando noto que la tal Leilah ha llegado al lugar junto con una escandalosa rubia que habla hasta por los codos.
Es imposible mantener para mí mismo mi aversión hacia ella, por lo que la miro fijamente sintiendo todo menos empatía. En esos momentos Samuel se acerca a ellas y la veo mirar hacia donde estoy, palideciendo de pronto al verme.
Seguramente no se esperaba mi presencia en el lugar sin Evan, ya que parece que todos piensan que solo me aparezco por la mansión de los Beresford acompañado de mi hermano.
Espero que la mujercita ésa sepa que estoy al tanto de su presencia en mi casa y que no es para nada bienvenida. Casi sonrío con satisfacción al reparar que intenta hacer como que no me vio, pero se nota claramente alterada y eso me parece excelente.
Samuel sigue con ellos y de pronto a mí se acerca Frank, el tío relajado de la familia que francamente no me cae bien. Aunque pensándolo bien, casi nadie de esa familia lo hace, pero me aguanto por mi hermano.
Se va rápidamente y se me acerca el amigo abogado que pocas veces había tratado pero era lo suficientemente animado como para querer lanzarme de un puente. Es mortalmente aburrido.
Trato de hacerle conversación, mientras miro atentamente a la mujercita ésa que trata de ignorar mi mirada escrutadora, pero sé que no lo logra.
El chico rubio amigo de Alan baja justamente con él y soy testigo de una de las escenas más patéticas de la reunión. La chica delgada y pelirroja (que parece una fea garza teñida), destila celos a todas luces por Leilah y por la manera en cómo éste se acerca a ella y la trata.
Hay que ser bastante idiota para no darse cuenta de ese hecho y tal parece que Leilah entraba en el paquete de idiotas. La novia de Alan se marcha furiosa y yo consigo ver cómo a la mujercita ésa, ese hecho le resulta incómodo.
Su mirada va a parar nuevamente a donde yo estoy y trato de enfocar mi atención en el señor Paul, quien ni siquiera parece haberse percatado de mi falta de atención.
Sólo de pensar que esta noche tendría que verla merodeando por mi casa, hacía bullir mi mal humor y mi poca tolerancia hacia ella, aunque me alegraba que lo notara, así quizás no se le ocurriría ir hoy, aunque con lo ocupado que estaba Evan esta noche, dudaba mucho que quisiera reunirse con ella.
Quizás parecía que sentía celos o interés en la tal Leilah, pero creo que las miradas envenenadas que le dirigía eran suficientes para que supiera que mi interés no era para nada de esa índole.
Simplemente no podía caerme bien esa mujer, no cuando sabía lo que estaba comenzando a significar para mi hermano a pesar del acuerdo y sus reglas.
Estuve bastante rato al pendiente de ella cuando dos amigos de Alan se acercaron a dónde estaba junto a su amiga rubia, que parecía bastante ladina. Aunque ninguna parecía interesada ni un poco por el par de estudiantes tarados y con razón. Eran insoportables.
Alan mira la escena con recelo y yo frunzo los labios al notar cómo se lleva a su amigo en una clara muestra de celos. No sé hasta ahora quien se ve más patéticos de todos ellos. Aunque a mi parecer todos lo son.
Busco desesperadamente salir del sitio antes de terminar enloquecido con tanta gente aburrida y tonta a mi alrededor. Apenas doy un paso fuera de allí, me detengo al escuchar el inconfundible sonido de mi celular.
Lo tomo pensando si se trata de Evan, cuando mi ceño se frunce a más no poder al reconocer el código de área. No puede ser cierto.
—Peter, cariño –su voz, esa voz me hace apretar los dientes con frustración.
¿Hasta cuándo, maldición?