Para ti, que llenaste mi vida de alegría.
Para ti, que te me fuiste un día porque no te supe ver.
Para ti, que nunca más va a volver, aunque lo hagas en mis sueños una y otra vez.
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Si la gente me conociera, lo primero que deben en cuenta es que mi nombre y la palabra "amable" no pueden coexistir juntos en una misma oración.
No nos llevamos bien y eso, francamente no me molesta.
Soy amante de la buena gastronomía y con poca tolerancia para la mayoría de las personas; sin importarme un bledo lo que puedan sentir, me he burlado incluso de la posibilidad de algún día conseguir lo que muchos aseguran será: “la horma de mis zapatos”.
No creo en esas tonterías y mucho menos creo que exista alguien en el mundo que sea capaz de hacerme cambiar de opinión o como dice Evan: “ponerme en mi lugar”.
Es absurdo pensarlo siquiera.
El calor insoportable a esa hora del día, el hambre que tenía y la estúpida sonrisa de la chica delante de mí con quién sabe qué intenciones, sólo consiguen exasperarme y hacerme rodar los ojos con impaciencia.
A veces odio a la gente, mucho.
Y no sólo lo digo en base al estricto criterio y los parámetros que tengo en lo que respecta al comportamiento humano, aunque la verdad gran parte de ello forme parte; sino a la estupidez humana que cada día me hace cuestionar si no habré nacido en el mundo equivocado.
Prueba clara de ello, es la absurda chica de la caja en su pobre intento de coqueteo, que me tiene impaciente y a punto de reventar.
—¿Cuántas vas a llevar? —parece batir su melena en un claro intento de coqueteo, frunzo los labios contando hasta mil, pensando que debo cambiar de tienda de inmediato—. Te garantizo que son de excelente calidad.
Su mirada va a parar a su blusa con un escote exageradamente pronunciado y una sonrisa libidinosa se forma en su rostro. Paso el peso de mi cuerpo hacia la otra pierna tratando de relajarme, aunque sabiendo que de nada servirá.
La gente es estúpida y las mujeres aún más cuando se trata de algo tan absurdo como los sentimientos.
A punto estoy de rodar los ojos y soltar cualquier barbaridad que se me ocurra, pero me limito a observarla impertérrito. De seguro ni se da cuenta de lo tonta que se ve y la verdad no tengo tiempo para tonterías.
¿Qué no puede darme lo que había pedido y ya? Es obvio que no voy a seguir su estúpido juego de seducción.
—¿Por qué tan serio, mi lindo? —suelta una risita irritante que me pone de peor humor, frunzo el ceño y señalo sin mediar palabra el paquete de salami que aún tiene en sus flacuchas manos—. ¿Un mal día?
—Todos los días para mí son malos —pongo los ojos en blanco, diciéndome que ya es suficiente de ser amable—. Sobre todo cuando quiero comprar unas cosas en la tienda y una molesta e incompetente empleada me hace perder el tiempo.
La chica me mira de mal talante y se sonroja por completo. Frunce el ceño y noto que está entre avergonzada y molesta, pero francamente me importa un comino.
Me entrega rápidamente mis cosas y luego me da la espalda en un claro gesto de desprecio y repulsión. Sonrío por automático y luego me encojo de hombros con desdén.
Como si me importara. Já.
Finalmente podía ir a casa a preparar la receta de omelette de queso y salami, ya que me había quedado sin cosas en la alacena por el viaje de dos semanas que había tenido que hacer hacia Barbados.
Mi hermano podía hacerlo, pero preferí hacerlo yo antes que comprara cualquier cosa que se le ocurriera, ya había pasado antes y siempre terminábamos discutiendo.
—¡Ya llegué! —grito hacia las escaleras, seguramente seguía en la habitación preparándose para otro día de dar clases en esa insulsa universidad—. ¿Quieres algo de comer? Haré omelette.
No escucho respuesta de su parte, por lo que me dirijo directamente hacia mi lugar favorito de la casa, listo para preparar el desayuno. Me concentro en mi labor olvidándome de lo demás, como siempre pasaba cuando me hallaba en la cocina creando arte.
Evan carraspea sonoramente cuando pasa a mi lado y gruño en respuesta, porque me ha dado un ligero golpe en mi brazo. Lo oigo reír y de inmediato me lo cuestiono.
—¿Por qué tanta felicidad, Evan? —comento para molestarlo, aún sabiendo que no me dirá nada—. Siempre aseguras que estás normal, pero sé que ocultas algo y me da tirria que no me quieras contar.
—El mismo humor de siempre, Pete —se encoge de hombros y no le creo para nada, la misma frase trillada que usa para salirse por la tangente—. No te armes películas en tu cabeza, hermano.
—¿A dónde fuiste con Jessica el otro día? —alzo una ceja con curiosidad, luego de darle vuelta al primer omelette—. Dijiste que no le darías esperanza y...
—Y no lo hago, sabes que solo somos amigos —se encoge de hombros con seguridad y por alguna razón le creo. Al menos en esa parte—. Sólo me pidió ayuda con algunas propiedades que debía ver y como estaba libre...
—De acuerdo entonces —ruedo los ojos, porque no me interesan esos asuntos de bienes raíces y nada que se le parezca—. Saldré nuevamente de viaje en dos días —miro por encima de mi hombro y noto que sonríe ampliamente—, ¿estarás bien sin mí?
Evan se echa a reír divertido por mi comentario y yo resoplo fastidiado. Me es imposible no notar su buen humor, últimamente reía mucho y eso me causa resquemor sin siquiera saber el por qué.
¿Acaso supondría un problema para él? De eso estaba seguro, todo me estaba dando muy mala espina.
Sus andanzas de amantes aquí y allá no es algo que me embargue precisamente de la alegría, aunque tampoco consiste en un problema para mí; con tal que las mujeres esas salgan de su vida rápidamente, no tengo porqué preocuparme.
Ni él tampoco.
Me alzo de hombros porque pronto me iré de viaje y esta vez el destino sería Las Bahamas. No puedo esperar para disfrutar de mi tranquilidad y mi amada soledad.
Quizás las personas me ven como un amargado, de hecho, Evan más de una vez me había jugado pesadas bromas de que me iba a secar por dentro si insistía en permanecer apartado del mundo y de los roces sociales, pero la verdad me gusta mi estilo de vida y no veo razón alguna para conocer a más personas; suficiente tengo con los insoportables que tengo que ver casi todos los días.
Mi trabajo de chef sencillamente me encanta y no me trae más complicaciones que inventar una nueva receta o mejorar en algún aspecto mis dotes culinarias.
Aunque francamente no hay mucho que tenga que mejorar.
No puedo pedir nada más.