No le daré el placer
POV Hera West
—¡Dame más! ¡Dame más! ¡Dame más! —exclama—. ¡Ay, qué rico! ¡Ay, qué rico!
Miro sus ojos, como se mueve y la manera en cómo logra pronunciar esto sin vergüenza alguna.
—¡Oh, sí!
—Por favor, cállate —le pido, en medio de un jadeo—. Baja la voz.
Niega y como todo un fanfarrón, se pasea de un lado al otro con elegancia y descaro, causando que las plumas se muevan más de lo que ya se mueven.
—¡Qué rico! ¡Dame más! ¡Hijo de puta!
—Eso sí es verdad.
—¡Folla a tu Darling! ¡Folla a tu Darling!
Me atraganto con el agua, mirándolo con mis ojos bien abiertos.
«¿Cómo carajos aprendió eso tan rápido?»
—Muy bien, suficiente Roberto —demando y él, en seguida, niega con la cabeza—. Por eso es por lo que nadie te conoce, porque eres un grosero.
—¡Ay, qué rico Stephan! ¡Ay, qué rico Stephan! —grita exaltado.
—¡Basta! ¡Yo no grito así, cacatúa loca!
—¡Darling, te amo!
Lo miro con ganas de arrancarle las plumas.
—Ese ser no ama a nadie, Roberto. A nadie.
—¡Stephan, jódete! ¡Stephan, jódete!
Ensancho mi sonrisa acercándome a él. Comienzo a acariciarle la cabeza con mucho cuidado y amor, acercando la cabeza para que se estruje en mi cabello. Ama hacer eso desde que lo tengo conmigo.
—Tal vez no haya sido mala idea tenerte en mi balcón desde pequeño, cacatúa loca —me rio, aceptando la jalada de mechón que me da con su pico—. Solo debes dejar de decir esas cosas ¡Así no podré presentarte nunca ante la familia!
—¡Rico! ¡Rico!
—Suficiente, Roberto West —resoplo, alejándome de su lado un poco—. Creo que si fue mala idea dejarte vivir en el balcón. De haber sabido que tú…, de haber sabido que tú tienes la capacidad de repetir las palabras, te hubiese construido tú hábitat en el jardín y no aquí, pajarraco.
—¡Y no aquí, pajarraco! —repite
—¡Sí! ¡Y no aquí! —exclamo exasperada, pero luego veo el baile que me hace y mi exasperación se esfuma. Vuelvo acerca a él ofreciéndole mi hombro para que se suba y no duda en hacerlo—. Debemos aprender otras palabras más…, más decentes, amigo. No puedes solo prestar atención cuando… —suspiro. Ni siquiera puedo decirlo porque capaz y lo repite más adelante—. Es malo decir groserías, Roberto.
Estruja su cabeza peluda en mi mejilla causándome muchas cosquillas. Me siento en el sofá siendo mimada por él. Desde que lo traje a casa fue así, supongo que es su manera de agradecerme haberlo rescatado de ese horrible lugar donde lo tenían. No suelo andar por los barrios de la ciudad, pero debido a una campaña que tenía que cumplir porque ya había firmado meses atrás antes de haber tomado la responsabilidad del conglomerado, tuve que moverme hasta allá con mi equipo de producción con los que llevo años trabajando. En resumen, era hacer una sesión de fotos muy rurales, donde se vieran las paredes de las calles pintadas por los artistas locales, la cultura pop en ellas y todo eso que bien me gusta, pero no es mi verdadero estilo. El caso es que mientras posaba y posaba contra una cerca entretejida, lo vi encerrado en esa espantosa jaula de acero.
Estaba triste, con su cabeza gacha y eso me conmovió. No dudé en mi decisión, así que junto a mi asistente y maquillista, rodeamos la casa al finalizar la sesión de fotos y le ofrecí una exagerada cantidad de dinero a la dueña por la cacatúa. No le tomó mucho tiempo pensar en la oferta y ese día, Roberto ya era mío.
Llamé al presidente de los nerds y lerdos, Stephan Campbell, alias Dexter, para que me acompañara a llevarlo con un veterinario. Eros estaba pasando mucho con Siena como para lograr sacarlo de la casa en el estado que estaba, así que no me quedó de otra que abusar del poder que tengo sobre ese hijo de puta desgraciado que deseo ahorcar con mis propias manos hasta verle la cara morada de la desesperación.
Resoplo ante mi propia exaltación.
—¿Viste Roberto? —inquiero mirando a mi compañero—. Pensar en Stephan me altera.
—¡Qué rico Stephan! ¡Qué rico Stephan!
—¡Dios! ¡Yo no gimo así, cacatúa loca!
Lo miro mal, frunzo mis labios mirando cómo se baja de mi hombro y camina por el espaldar del sofá.
Ese día, Stephan me acompañó y ambos fuimos testigo de cómo curaban las pequeñas llagas de Roberto en su piel, de cómo le quitaban el sucio en sus preciosas plumas blancas y hasta lo inyectaban. Todo lo que le hicieron era lo necesario para su salud y estado físico, pero mi lado sobreprotector no dejaba de sentirse desesperada mientras observaba. Tuvo que quedarse hospitalizado por varias semanas y cuando me llamaron para anunciarme que ya estaba listo para venirse a casa conmigo, dejé la oficina y conduje sin perder tiempo hasta la clínica veterinaria para encontrarme con un Roberto totalmente blanco como la nieve, gordito, radiante y super alegre.
Me reconoció de inmediato porque durante todo su proceso estuve visitándolo al menos una hora antes de irme al conglomerado, así que cuando lo traje conmigo a casa y le mostré su nuevo hogar, como todo un caballero, comenzó a estrujar su cabeza en mi mejilla como lo hizo justo hace un momento.
Lo amo, en pocos meses se ha convertido en un m*****o más de mi familia. Nadie sabe de su existencia, no sé cómo carajos decirle a mi gemelo -quien odia las plumas-, que tengo a una cacatúa como mascota. Ni siquiera sé cómo decirles a mis padres que ya tienen un nieto. Me rio sola de solo pensar en la cara de mi madre.
Si no lo supe presentar antes, porque estaban sucediendo demasiadas cosas a nuestro alrededor, mucho menos ahora debido al vocabulario sucio del señorito.
«¿Acaso no puede decir lo que de verdad le enseño? ¿Tanta gracia le produce gritar esas obscenidades? ¡Dios! ¡¿Cómo rayos le presento a mi padre la cacatúa que lo primero que grita es “¡Ay! ¡Qué rico”!? ¡Que grita todo lo que me oyó decirle a Dexter!»
Lo miro caminar por el tronco artificial que desde hace meses se convirtió en su favorito. De hecho, aquí afuera hay un árbol artificial en el cual el camina libremente, pero justo ese tronco, el cual va desde el tronco principal hasta casi llegar al sofá, es el que más ama porque puede modelar como todo un descarado sin detener sus pasos.
También baila. Algo que descubrí con el pasar de las semanas, es que a Roberto le encanta bailar y cuando le pongo cualquier canción aleatoria desde mi móvil, comienza a mover su cabeza de arriba hacia abajo, abre sus alas y con sus patas, da pasos adelante y hacia atrás. Como todo un bailarín plumoso, profesional.
Me pregunto qué pensará Eros cuando me atreva a presentárselo. Por el lenguaje, estoy segura de que lo amará, pero por las plumas, dudo que se atreva a tocarlo debido a la fobia que le tiene. Roberto no tiene la culpa que la gallina de la granja que visitamos en la adolescencia lo persiguiera por todo el campo por él haberle quitado uno de sus polluelos para acariciarlo. Pobre Eros. Corrió y corrió hasta que se tropezó y la gallina no dudó en atacarlo, mucho menos los pollos en subirse en su espalda a apoyar a su madre en la pelea.
—Roberto, me encantaría quedarme contigo unas horas más, pero debo irme a vestir —le digo, levantándome del sofá sin dejar de verlo—. Debo ir a TRA-BA-JAR.
—¡Ay! ¡Qué rico!
—No, Roberto. No iré a hacer ese tipo de trabajo, iré a la EM-PRE-SA, cacatúa loca —me acerco una vez más para despedirme—. Te amo, Roberto West. Pórtate bien, por favor. Come y descansa.
—¡Te amo Darling! ¡Te amo Darling! —repite emocionado y es inevitable que no sonría.
No por el apodo que el humano que el amo me puso, sino porque el muy inteligente lo aprendió y que me lo diga, me causa ternura. En cambio, cuando me lo dice Dexter, me obstina. Le pongo nuevamente la cabeza para que me picotee un poco, me rio y no pierdo tiempo en besarlo de pico en su linda cabecita blanca. Amo el copete que tiene, se ve como todo un gánster de las aves y más cuando le pongo las pequeñas gafas de sol que le compré por internet. Con ellas puestas y montado sobre su pequeña patineta, parece un verdadero rompe corazones.
—Come —le ordeno una vez más antes de cerrar la puerta corrediza de mi habitación—. Nos vemos más tarde.
Sigue su camino por el tronco y yo voy directo a mi vestidor para alistarme de una vez. Roberto no vuela, ni siquiera logra elevarse a cinco centímetros del suelo. Donde lo tenían le lastimaron una de sus alas y eso fue el motivo de su tristeza y depresión, pero, aun así, camina muy bien en sus dos patas y es por esa razón que todo mi balcón ahora está cerrado con paredes de cristal. Me muero si Roberto llega a caerse o se pierde solo por curiosidad de explorar. No me dolió cerrar lo que por años me ofrecía una fresca brisa porque tengo pocos meses viviendo de manera oficial en mi casa. Me negaba a salir de casa de mis padres, pero meses antes de mi cumpleaños supe que ya era tiempo. Tome la decisión oficial a las pocas semanas después de la celebración.
Y qué bueno que lo hice porque no me imagino a mi madre tomando su taza de té muy relajada en las mañanas, mientras desde mi balcón oye los gritos eróticos de Roberto. Me muero.
Salgo de mi vestidor ya lista para hacer lo que me dejaron a cargo. Dirigir el conglomerado West. El sonar de mis finos tocones resuena con cada paso dado. Una sonrisa se dibuja en mis labios al imaginarme la mirada de aprobación de mi gemelo de poder verlos. También sus palabras.
“Divinos”, sería lo primero que me diría. “Te ves exquisita”, lo segundo y “pobre de mi amigo”, lo tercero, de enterarse de que hoy tengo un almuerzo especial con el Emir de Abu Dabi, que no deja de pretenderme. Me ha invitado a almorzar y no me negué. Es amable, carismático, bello y es un Emir.
«¿Cómo negarme a entablar lazos con un príncipe árabe?»
No soy pendeja y se el interés que el hombre tiene en invertir en la ciudad. Y es por esa razón que estoy aceptando salir con él. No tanto por el leve coqueteo que me muestra, el cual acepto relajada. Eso no significa que me voy a casar con él, mucho menos que le abriré las piernas. Soy Hera West y por supuesto que me encanta ser la razón por la cual hombres como él, desvían la mirada solo para admirar mi belleza, además, ¿qué mujer no desea sentirse halagada?
Y más cuando le rompe el corazón y para colmo, cambiándola por una mujer sin gracia y sin chiste.
Me llamó rencorosa. No se imagina lo rencorosa que puedo llegar a hacer después de semejante burrada. Me gritó que era una víbora y eso que no lo he picado para que el veneno haga de las suyas en su sistema, por haberme dicho lo que me dijo, por haber mandado al carajo lo que teníamos. Me susurró al oído que era una rencorosa sin corazón, pero al muy idiota se le olvidó que mi corazón lo tenía él en sus manos y no le importó romperlo. Se atrevió a decirme que yo no lo amaba porque decidí no creerle. Yo ahora con gusto le demostraré lo que como mujer enamorada y dolida puedo hacer después de haberlo amado en lo secreto hasta los tuétanos, con el mismo corazón que él destrozó con sus propias manos.
Stephan es muy inteligente, en serio que admiro su capacidad para saber tanto, pero como todo hombre inteligente que solo usa el cerebro y no los sentimientos para casos como estos, no está entendiendo lo que sus actos me hicieron y yo tampoco voy a explicárselo. Tengo treinta y seis años, soy joven, claro que sí, pero demasiado adulta como para estar rogando atención y exclusividad total. Teníamos un acuerdo, él lo rompió, así que, por mi parte, no tengo por qué rendirle pleitesía a quien no supo conservarla.
Abro la puerta de la casa y lo primero que hago es colocarme mis gafas de sol. Lo segundo que hago, es enarcar mi ceja ante la presencia masculina que está de pie al lado de mi auto. Cierro la puerta y sigo mi camino siendo consciente que esos malditos ojos azules me están escaneando de arriba abajo. Mi corazón se altera, se altera demasiado a pesar de andar herido y más me obstino porque no debería de sentir absolutamente nada por Dexter. Se quita sus gafas de sol y carajo, el simple gesto causa que los vellos de mi nuca se ericen aunque no se lo demuestre.
Sigo mi taconeo, mantengo mi mentón en alto y no le doy el gusto de verme a los ojos, por eso no me quito mis gafas. Yo sigo con mi andar prepotente, demostrándole que su presencia no me causa ni cosquillas.
—Tengo dos preguntas para ti —le digo, deteniéndome frente a el—. La primera: ¿Qué haces en mi casa si yo misma te eché de aquí la semana pasada? Y la segunda: ¿Por qué te siguen dejando entrar a mi casa?
—Buenos días, Darling —declara y en seguida ruedo mis ojos—. ¿Acaso no puedo venir a visitar a mi esposa?
Me rio con altanería.
—Ay, por favor, ahórrate las respuestas declaradas en preguntas y respóndeme de una vez que no tengo tiempo.
—Sabes perfectamente que puedo venir aquí cuando se me antoje y no puedes negarte. Y respondiendo a la segunda… —avanza un paso, acortando un poco la distancia—. Tu personal de seguridad me sigue y me seguirá dejando entrar sin anunciarme porque saben quién soy.
—¿Y quién eres tú, según tú?
—Tu esposo —responde tranquilo.
—Hazte a un lado, necesito irme —decido cambiar de tema—. Tengo mucho por hacer antes de…
—¿Antes de irte a ese almuerzo con el extranjero?
«Cuenta hasta diez, Hera. Cuenta y no pierdas la clase, mucho menos le des el gusto»
Veo en sus facciones endurecidas cuanto le afecta, cuanto desagrado tiene ante la idea de verme con otro. Lástima, él lo tenía todo y a causa de su cero inteligencia emocional conmigo, se ha jodido.
—¿Cómo sabes de mi cita con él?
—¿Cuándo vas a entender que yo sé todo lo que haces, Hera?
—¿Cuándo vas a dejar de infiltrarse en mi móvil, Stephan? Eso no es correcto y dale gracias a Dios que hoy no quiero gritar, que no quiero pelear mucho menos perder la paciencia. Tengo una cita muy importante y tú no la arruinarás.
—Tú no iras a ningún lado con ese hombre.
—Tú no tienes ningún derecho en decirme que puedo o que no puedo hacer —espeto, pasando por su lado yendo directo a la puerta de mi auto. La abro de mala gana y entro—. Tú perdiste todo derecho sobre mí, que no se te olvide.
—Deja de decir sandeces, Hera.
—Deja de decir cosas que no debes, Stephan —replico, cerrando la puerta. Toca el vidrio y solo para que me oiga, lo bajo—. Y deja de venir a mi casa como si fueras el perro que la cuida. Aunque, pensándolo bien, si eres un perro. Uno muy desgraciado, por cierto…
Le muestro una sonrisa bastante falsa, que causa que él me muestre una mucho peor. Se inclina, extiende la mano y el masoquismo en mí, el cual es dependiente de este hombre, causa que no recule, en cambio, me quedo quieta disfrutando de la caricia de su pulgar en mi labio inferior. Él lo sabe, el muy desgraciado, sabe el poder que tiene en mí, por muy víbora que yo sea con él y es lo que más me obstina de todo esto; que por muchísimos años, no ha habido quien pueda controlar cada parte de mi sistema, al punto de que lo hace Stephan Campbell con tan solo un sutil toque.
Se acerca tanto, que siento que mi corazón saldrá de mi pecho. Roza sus labios de los mío, pero no me besa y yo bajo mi orgullo no me atrevo a hacerlo tampoco, aunque me muera de las ganas. Aprieto mis dientes con fuerza, el volante también. Todo para controlarme, todo para no darle el placer.
—Nos vemos en el restaurante, Darling —susurra, dejándome taciturna—. Será un deleite para mí verte almorzar con el extranjero.
Se aleja, me guiña el ojo y sin voltear a verme, él sigue su camino hacia la entrada de mi casa. No necesito ser adivina para saber qué ira a ver a Roberto, tampoco tengo el valor de detenerlo esta vez y todo se debe a que me ha dejado fría ante su amenaza sutilmente soltada.
«¿Cómo sabe cuál es el restaurante? ¡¿Y por qué razón sigo preguntándome cómo es que sabe todo lo que hago?! ¡Dios mío! ¡Me va a dar algo!»
—Contrólate Hera —me digo en un leve susurro—. No puedes darle ese poder, no puedes darle el placer, mucho menos la satisfacción de verte nerviosa, acorralada…
Cierro mis ojos y tomo aire dejándolo salir con calma. La seguridad vuelve a mí, haciéndome sentir nuevamente empoderada, digna, toda una nieta de puta.
Si Stephan cree que durante ese almuerzo me hará sentir nerviosa, se equivoca. Y si considera que con esa sutil amenaza yo le cancelaré al Emir, pues quedará como pendejo porque no lo haré, no le daré el gusto. Si desea deleitarse con mi belleza mientras otro la admira, pues que lo haga, que se siente frente a nosotros si le da la maldita gana, porque por mi parte, no voy a cancelar lo que por semanas me costó aceptar.
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¡Nueva historia! ¡Nuevo drama! ¡Nuevo fuego!
Saludos a mis bellas Tóxi-Lectoras❤️
Muchísimas gracias por acompañarme en esta nueva aventura, la cual espero les guste tanto, como les gustó la que acabamos de dejar atrás ((de momento))
Cómo saben y cómo ya se los he dicho, antes, en la #SagaWest sabrán de todos los hermanos y en las historias de cada uno de ellos, tendrán pequeños POV de los que atrás van quedando y hasta apariciones.
Les reitero, una vez más, que la historia de nuestro viejo mañoso y sabroso, Eros West, con su cría del carajø aún no acaba del todo, ellos estarán una temporada enfocados en sus planes y aparecerán por acá y más adelante, junto al resto de los West.
Estoy feliz de contarles la historia de la princesa Hera y su amor bastante intenso con Stephan Campbell.
Ustedes ya saben cómo escribo, pero no está de más recordar las cosas:
¡ADVERTENCIA!
*Esta historia no es un romance vainilla.
*Esta historia está llena de banderas rojas.
*Esta historia contiene drama, sexø explícito y lenguaje vulg@r con contenido +2|
Si amas a los protagonistas de moralidad gris y cuestionable, bienvenida una vez más.
Si esperas romance rosa y que todo pase en un abrir y cerrar de ojos, no te recomiendo quedarte.
Si te apasiona leer una trama intensa, llena de giros, donde te sientas en una montaña rusa, entonces el RomyVerso es para ti ❤️
Sin más que añadir, gracias por leer hasta acá, ya están advertidas, así que no p**o terapia.
Próximamente, arrancaremos con las actualizaciones diarias, así que atentas❤️