Elizabeth Collins. —¡Lissy! —Ariel me toma por sorpresa en el momento que doy un sorbo a mi café. —¿Qué haces? Le muestro mi descartable y mira su reloj con el ceño fruncido. —Son las tres de la tarde —afirma señalando con el dedo su muñeca. —No te vi salir en la hora del almuerzo. ¿Dante te prohibió salir? —No tuve tiempo, de hecho, este es mi desayuno-almuerzo —digo con una mueca acomodándome en mi asiento. —Dante no tuvo que ver, preferí completar lo del archivo primero así ya lo tengo listo. Desde la mañana no lo he vuelto a ver. —Pues él tampoco almorzó. Después de la junta se encerró en su oficina y no ha salido hasta ahora, ni siquiera quiso recibir a su esposa. La sola mención de ella me produce un nudo en el estómago. No debería, lo sé, pero no puedo evitarlo. Imaginarlo con