Capítulo 6. La propuesta.

1549 Words
Elizabeth Collins. —¿Lissy? —escucho a mis espaldas y un escalofrío me recorre la espina dorsal al reconocer la voz de Dante. La caja de fresas que tengo en la mano se me cae y se esparcen por todo el local dejando a sus pasos un desastre de manchas rojas y frutas aplastadas. «¿Cómo me encontró?» pienso con un nudo en el estómago. No creo que sea una simple casualidad, este es el puesto más alejado de la cuidad y no tendría por qué estar por aquí como comprador. —¿Estas bien? ¿Te hiciste daño? —se acerca a mí y pregunta, examinando mis manos por si tengo alguna herida. Me obligo a mí misma a reaccionar de mi letargo. Me zafo de su agarre por puro instinto y doy pasos a mi costado determinada a demostrar mi disgusto por su presencia. —¿Qué haces aquí? —pregunto con la mirada más inexpresiva posible. No quiero que sepa la revolución que causa en mí interior su cercanía; ya no pienso darle el gusto de seguir dañándome. —Vine a ver qué pasó contigo. Te hemos estado llamando al teléfono de contacto que nos dejaste en tu currículo durante estas dos semanas y no has contestado —carraspea incómodo y aturdido cuando nota que pongo distancia entre nosotros y no le doy demasiada importancia a su explicación. —No contesté porque recapacité —contesto de forma automática. Jamás le diría que lo hice para no estar cerca de él. —Mi abuela no tiene a nadie más quien la ayude aquí, y no puedo dejarla sola a su edad. —Creí que buscabas trabajo justamente para ayudarla. De hecho, mencionaste eso como una de tus razones. Como era de esperar no se rinde. Camina hasta ponerse delante del mostrador para verme de frente. —Me arrepentí, es la única respuesta que tengo Señor Edwards, no era necesario que vinieras hasta aquí solo para eso. —Lissy, con el salario que puedes ganar en la empresa podrían dejar este puesto y tu trabajo de noche en el restaurant —insiste. —Tendrías mucho más tiempo para estar con tu abuela y que ella pueda descansar. Veo que se tomó todo el tiempo del mundo en mirar mi carpeta. Lo que no comprendo es como consiguió encontrarme, aunque francamente dudo que un hombre con su capacidad económica no tenga sus métodos especiales para conseguir lo que quiere. Saca una tarjeta de su billetera y lo deja en la mesada. —Lastimosamente ya tenemos una persona para el puesto por el que estabas concursando, pero necesitamos una asistente para el área administrativa, específicamente en contabilidad; el contador es una persona experimentada, pero está sobrecargado de responsabilidades y tú siempre fuiste buena en esa materia, estoy seguro que conseguirás adaptarte rápidamente. Obviamente no es el mismo salario, pero está muy bien remunerado —continúa. —Si te interesa el puesto, solo llámame, por favor. En esta tarjeta está mi número de teléfono y también el de mi asistente. Me encantaría que aceptaras trabajar con nosotros. —¿Por qué? —me armo de valor y pregunto. —¿Por qué vienes hasta aquí para hacerme esta propuesta? ¿Qué ganas con eso? Tu empresa es una de las mejores del país, pueden tener la mejor asistente del mundo si así lo desean, la más linda, la más preparada, la más culta, la más elegante. ¿Por qué haces esto si me desprecias? Su mirada cambia drásticamente y sus brazos caen a sus costados al escucharme. Me mantengo en mi postura y devuelvo la tarjeta hacia él para que se lo lleve. —Han pasado 10 años, Lissy. Su voz baja y áspera me revuelve el estómago. ¡Claro que han pasado 10 años! ¿Eso acaso borra lo que pasó? ¿Borra todo el dolor que me provocó o el daño que me hizo o que nos hizo sin siquiera saberlo? Se queda callado, esperando por una respuesta y yo no dudo en dársela. Tengo muchas palabras atoradas en mi pecho esperando por fluir, tengo tanta rabia acumulada que no sé si podría ser sensata y callar lo que he jurado nunca hacerle saber. —¿Eso cambia las cosas que hiciste? —hasta yo me sorprendo de la serenidad que trasmite mi voz, a pesar de lo terrible que me siento. —¿O acaso ésta es tu nueva forma de engañar? No entiendo la molestia tuya por conseguir humillarme cuando deberías solo ignorarme y dejarme ir, porque si de algo estoy completamente segura es de la habilidad que tu hermana y tú tienen para engatusar y lastimar a personas que nunca les ha hecho nada malo. —No creo que debamos hablar de eso aquí y ahora. —Estoy completamente de acuerdo, Señor Edwards. —camino hasta la puerta y lo miro desde allí. — No deberíamos hablar de eso, ni de nada. No deberías estar aquí en primer lugar, no deberías estar haciéndome esta propuesta, no deberías buscarme aquí, en el mercado, donde siempre te ha repugnado estar, no deberías querer a esta gorda en tu empresa como una de tus empleadas. —Lissy.. —Elizabeth, para ti, Señor Edwards. Ya nos somos lo que éramos antes, no se confunda —es la primera vez que le hablo de esa forma sin tutearlo, y él no esconde su sorpresa. —Ha pasado exactamente 10 años, y ya no soy esa joven ilusa que creía en la amabilidad de las personas. Disculpe si ahora me he convertido en una persona desconfiada, pero la vida me ha enseñado a palos a no confiar en nadie, especialmente en aquellos que dicen quererme y minutos después me dan un golpe bajo. Lo que no puedo asegurar es que usted haya cambiado en este tiempo. —Elizabeth —carraspea. —No sé si ahora sea útil aclarar todo eso, pero sí podíamos hablarlo alguna vez. Coloca de nuevo la tarjeta en mis manos y se marcha así sin más hacia su camioneta que se encuentra estacionado en la vereda. El Señor que parece ser su chofer asiente hacia mí como saludo y ni siquiera tengo ganas de corresponderlo. Una vez que lo veo alejarse lo suficiente todo el dolor que tengo adentro emerge como un volcán en erupción, arrastrándome hacia un abismo de profunda depresión. —¿Por qué, Dante? —pregunto por trillonésima vez sentándome en el piso húmedo del precario local donde me dejo llevar por el llanto, una vez más, como tengo acostumbrado todos estos años. Cierro los ojos para evitar que vestigios que de lo que pasó aquella noche vuelva a repetirse en mi cabeza, pero es irrealizable; todo se proyecta como una verdadera película de terror. (…) —¿Dónde estabas hasta esta hora, niña? —me sobresalto cuando mi abuela me pilla en la puerta de mi habitación. —Yo…este…estaba… —Elizabeth Collins, hoy es tu fiesta de cumpleaños, ¿Dónde estuviste hasta esta hora? Ya es de noche —la escucho caminar hasta la cocina y movilizar algunas cosas. —Pensé que me ibas a ayudar con los bocaditos. Tuve que pedir ayuda a doña Teresa. —Lo siento, abue. Me abrazo a mí misma fuerte para amenizar el temblor de mi cuerpo. Mi respiración aún está agitada y el olor de Dante en mi piel me sobrepasa. —Lo siento, abue —bufa repitiendo lo mismo que yo.  —¿Eso es lo único que tienes para decir? Ya casi es la hora de la fiesta, debes prepararte, tus compañeros ya deben estar por llegar. La miro avergonzada desde el lugar donde me encuentro, esto nunca había pasado. A pesar de su enfermedad y su vejez nunca me ha fallado y yo lo hice con ella, justo ahora. Soy una mala nieta y no la merezco. Entro a mi habitación y me quito el uniforme a duras penas. Me siento bastante adolorida por todas partes, como si una manada de elefantes me hubiese pasado encima. Mis partes íntimas arden y mis bragas están con rastros de mi primera vez. Me propongo a no dejar que mi abuela se entere de lo que paso y se decepcione de mí, por lo que opto por lavar la ropa que llevaba puesta y me baño con agua caliente durante un tiempo largo para relajar mi cuerpo. En mi mente solo se proyecta lo que Dante y yo acabamos de hacer, aun no lo puedo creer. En varias ocasiones me sorprendo a mí misma sonriendo como boba al recordar sus besos, sus caricias y como me hizo sentir cosas que ni sabía que existían. —¡Lissy! La abuela te llama —Tamara toca mi puerta de manera insistente retumbando el pequeño cubículo. —¡Lissy! ¡Lissy! (…) —¡Lissy! ¡Lissy! Amiga, ¿Qué sucede? —Alejandra se sienta a mi lado y me abraza. —¿Por qué estas así? No respondo, no es necesario, ella es la única que sabe toda la verdad de esta historia. La abrazo fuerte buscando un poco de consuelo y apoyo de su parte. Sin duda necesito mucho de los dos para todo lo que me espera con este nuevo encuentro entre Dante y yo.
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