Capítulo 4. Recuerdos que duelen.

1651 Words
Elizabeth Collins. Mi celular vuelve a sonar un par de veces más, pero como está dentro de mi bolso tardo en encontrarlo entre los miles de cosas que cargo conmigo siempre. —Hola —contesto cuando por fin logro tomar la llamada. —Hola, amor, ¿Cómo te fue en la entrevista? —la voz agitada de Víctor se oye desde el otro lado. —Disculpa que no haya llamado antes, es que estaba muy ocupado, apenas ahora puedo hacerlo. —Creo que me fue bien —miento. —Había muchas candidatas, pero no te preocupes, sé que siempre estas ocupado. Se oye un suspiro pesado del otro lado y un ruido raro y estridente que parece ser de un avión despegando. «De seguro está yendo para alguna reunión» pienso con tristeza. Ya no resulta nada sorprendente para mí; toda nuestra relación de algunos años para acá se reduce en llamadas rápidas entre viajes, o entre reuniones, sin mucha emoción, sin ninguna frase de motivación, solo saludos por obligación y despedidas sin ímpetu. —¿Vas a venir hoy? Te extraño —pregunto después de un momento en el que ambos parecemos tomarnos unos segundos para seguir hablando. —Ayer la clientela aumentó en el restaurant y no pude pedir permiso para pasar a verte a tu departamento. Si quieres puedo pasar más tarde, hoy tengo el día libre. —Para eso te llamo, Lissy —carraspea. —Estoy saliendo nuevamente de viaje. Esta vez será un poco más largo que lo habitual. Es un viaje importante para Estados Unidos, debo supervisar unas obras. —Pero, Víctor, ni siquiera nos hemos visto esta vez y, ¿ya te vas nuevamente? —me siento al borde de la cama incapaz de manejar mi molestia. —No me dijiste nada ayer cuando hablamos. —Lo siento, es mi trabajo, nena —responde despreocupado y sin ánimos de seguir explicando. —Ya sabes que mi trabajo exige mucho de mí, no puedo hacer nada en contra eso. Es una responsabilidad que asumí cuando me nombraron Ceo de la empresa familiar y debo cumplir con eso. Siento que alto se rompe en mi pecho al escucharlo. Aunque hablamos por teléfono cada vez que puede, hace más de tres meses que no nos vemos porque siempre está viajando, y las pocas veces que viene, como lo hizo esa vez, solo es por un par de días para después volver a lo mismo. Ya nada es igual a cuando nos conocimos; en ese entonces yo no tenía muchas ganas de entregarme al amor y me había refugiado en el trabajo y al estudio para poder olvidar mi mala experiencia con Dante, pero por esas casualidades que tiene el destino, Víctor fue llegando al puesto donde yo ayudaba a mi abuela, para comprar unas berenjenas frescas y desde allí se volvió algo rutinario hasta el punto en que iba 4 o 5 veces por semana. Poco a poco nos volvimos más cercanos hasta que una mañana me dijo que sentía algo especial por mí y que ese era el motivo real por el que no había dejado de ir. Esa confesión me asustó al principio, pero al trascurrir de los días él se fue ganando mi atención hasta que acepté ser su novia y aquí estamos, 7 años después tratándonos muchas veces como extraños, aunque ya me haya pedido ser su esposa y yo, por supuesto, ya haya aceptado. Entiendo que el tiempo trascurre y todo cambia, pero por un momento creí que lo nuestro era de esos amores eternos, bonitos, que aparecen en el momento justo para repararnos de los daños que otros han dejado, de esos que te hacen tener nuevas esperanzas y ganas de ser y hacer felices a los que amamos. Tristemente, me equivoqué de nuevo. —¿Sabes cuándo vas a volver? —mi pregunta ya es trillada, pero necesito hacerla. —Te llamaré cuando haya aterrizado, allí te cuento todo —su respuesta, aunque aparenta conciliadora, es solo una promesa vana, que estoy segura no va a cumplir. —Ok, que tengas un hermoso viaje. El pitido característico de la llamada que se corta me confirma lo apurado que está, esta vez ni siquiera hubo un te amo o un cuídate, como hubiese querido escuchar justo hoy. Siento añoranza por ese hombre que hacía de todo por estar conmigo, el que me traía flores, el que siempre me dejaba un beso de buenas noches por mensaje o me llamaba para preguntarme como había amanecido. Lanzo mi celular a mi costado y de nuevo me tiro de espaldas a la cama. Un suspiro no es suficiente para desahogar mis pesares, lagrimas empiezan a rodar de mis ojos, incapaz de poder contener toda la frustración que siento. No pude ser feliz con Dante, tampoco puede serlo con Víctor ¿Será esto un tipo de castigo que estoy pagando? De nuevo viene a mi mente lo que me dijo Dante aquella tarde… (…) —¿Qué pasa Lissy? ¿Por qué haces eso conmigo? Trato de levantarme de la cama, pero él me lo impide sentándose a horcajadas encima de mis piernas, toma mis brazos y los coloca encima de mi cabeza ejerciendo una presión dolorosa para evitar que me zafe de su agarre. —¿No es suficiente todo lo que hice por ti? —continúa. Sus rasgos que al principio eran amables, ahora son fríos y sus toques violentos. —Te dije que sentía lo mismo ¿no es cierto? Siempre te traté bien, todo mi cariño y mi atención siempre fueron para ti a pesar de que había muchas a mi alrededor; a todas las ignoré porque eras tú la que ocupaba mi corazón y, ¿así me pagas? Escucharlo y verlo en ese estado me hace sentir mucho miedo, pero a la vez triste. —¿No te importo, Lissy? —une su frente a la mía y veo como su mandíbula tiembla. —¿De verdad no te importo ni un poco? Es imposible hilar una respuesta en mi defensa cuando tengo un nudo del tamaño de una pelota instalado en mi garganta. Por supuesto que me importa, mucho más de lo que se imagina, pero eso no tiene nada que ver con mi deseo de irme y no seguir con esta locura. Cuando se da cuenta que estoy atónita, me besa, es un beso brusco y largo, demandante, que no me permite siquiera respirar con normalidad, nada comparado al primero, ni siquiera puedo decir que lo disfruto. Su cuerpo, enorme y pesado, me aprisiona sin tregua alguna; demás está decir que llevo siempre las de perder si de fuerza se trata. Estoy sometida por completo a su merced. Su boca desciende a mi cuello donde se toma el tiempo justo para hacerme entender que me tiene justo donde quiere, para seguir un camino rápido hacia mis pechos y disfrutar de lo que aparenta ser su premio deseado. Para este momento ya estoy completamente rendida y sin ejercer resistencia alguna. Su deseo por poseerme es obvio, su respiración está agitada y su hombría se siente duro y palpitante rozando con mi feminidad con aspereza. —¿Tienes idea de lo mucho que te deseo? —jadea en mi odio. —¿De lo mucho que quiero hacerte mía? Esperé demasiado por este día. Sin aviso previo, entra en mí de golpe provocando que todo mi cuerpo se entumezca del dolor. Un ronco gruñido sale de lo profundo de su garganta, mientras yo comienzo a sollozar incapaz de soportar la sensación extraña y dolorosa que me provoca ese cuerpo extraño dentro de mis entrañas. —Duele —digo entre sollozos ahogados. —Me duele mucho, Dante. Algo dentro de él parece recapacitar cuando me oye. Se mantiene dentro de mí, pero sin moverse, esperando, según yo, que mi cuerpo se acostumbre al suyo. —Eres hermosa, Lissy —acaricia mi cara con sus dedos, llevándose con ellos las lágrimas que caen sin control. —Eres mía, siempre lo fuiste, pero ahora lo eres completamente, por siempre y para siempre. Tres años amándolo en silencio, soñando con este momento en convertirme en su mujer, adorando cada parte de su ser y ahora escuchar de su propia boca decir que soy suya me reconforta y me relaja. Cierro los ojos y su boca se apodera nuevamente de mis labios, con la diferencia que ahora es gentil. Sus movimientos toman velocidad poco a poco, sin llegar a lastimarme. —Eres exactamente como te imaginé —sus jadeos y los míos se entremezclan en la amplia habitación. Ya no razono, simplemente me dejo llevar por los miles de sensaciones que provoca su cuerpo en el mío llevándome al borde de un alto precipicio del que debo saltar sí o sí. —Te amo, Dante —confieso entre quejidos que no logro controlar. Mi cuerpo obedece al impulso más obvio de acompañarlo en los movimientos. Un gruñido es la respuesta que me ofrece a tan importante declaración de amor con sus ojos verdes fijos en los míos. —Te amo —vuelvo a repetir y caigo en un estremecimiento incontrolable que me deja sin latidos por varios segundos, uno que me hace ver las estrellas y recorrer el universo entero en poco tiempo. —Eres mía, para siempre —repite fuerte y claro. —Eres mía y eso nunca podrás borrarlo. (…) —Así que ya volviste —Tamara me saca de mi aturdimiento. —Supongo que hay malas noticias, por eso estas llorando como Magdalena. Me levanto de la cama sin responder a sus comentarios mal intencionados. Camino hasta el sanitario y me despojo de mi ropa para luego entrar bajo el agua tibia de la ducha y así despejar mi mente de esos recuerdos dolorosos al menos por un rato. «En algo tenías razón, Dante» pienso. «Nunca podré borrar lo que pasó ese día»
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