CAPÍTULO CUATRO Desde arriba, la invasión parecía el movimiento circular de un ala abrazando la tierra que tocaba. El Maestro de los Cuervos disfrutaba de ello y, probablemente, era el único en posición de apreciarlo, pues sus cuervos le daban una perspectiva perfecta mientras su barcos hacían una entrada triunfal en la orilla. —Tal vez haya otros vigilantes —dijo para sí mismo—. Tal vez las criaturas de esta isla verán lo que se les avecina. —¿Qué sucede, señor? —preguntó un joven oficial. Era listo y tenía el pelo rubio, su uniforme brillaba por el esfuerzo de pulirlo. —Nada de lo que te tengas que preocupar. Prepárate para desembarcar. El joven se fue a toda prisa, con una especie de brío en sus movimientos que parecía ansiar acción. Tal vez se creía invulnerable porque luchaba con