—Amén —había concluido el sobrino, pero en voz baja y sin fuerza. Ese tono bajo hizo que el fariseo no quedara satisfecho con su pariente: —¡Pero Bernabé! Lo ves ¿verdad? Ves lo que tengo que sufrir cada vez que vengo aquí. Si no fuera porque en Perga encuentro las mejores telas, no vendría aquí, ¿sabes? ¿Te has dado cuenta de se nos echan encima incluso los efebos sodomitas? El sobrino, entornando los ojos y haciendo con la boca una mueca de amargura, había asentido dos veces con la cabeza. Tranquilizado por fin, el tío había levantado la cara lo más alta posible y alzado su voz hacía la esfera celestial, o al menos esa había sido su intención: —¡Abominación de las abominaciones! ¡Altísimo Señor, salva a los pecadores arrepentidos, pero descarga tus maldiciones sobre quienes no se ar