—Te pagaban, imagino —había preguntado Junio. —Sí, pero prostituirse no está prohibido por la ley. —No he dicho eso: continúa. —Me apreciaban bastante, aunque ya no fuera muy joven: me pagaban un denario cada vez. Sin embargo, acabó pasando algo imprevisto: por una broma maligna de la Fortuna, un día me olvidé de echar en pasador en la entrada cuando Alfeo y Marta habían venido a casa. Mientras estábamos ya abrazados, oímos de repente: «¡Ah de la casa!» y vimos entrar de inmediato a Jonatán de Jerusalén. Ese hombre debía ser realmente un gran moralista, pues no solo puso una expresión de estupefacción, sino que se llevó las manos a la cabeza gritando «¡Abominación!» y rápidamente, apuntando con el brazo a Alfeo, dijo con el índice levantado: «¿Qué dirá Rubén cuando lo sepa?» Fue un mome