UNO
Isla Pollepel, Río Hudson, Nueva York
(Día de Hoy)
—¿Caitlin?—se escuchó una voz suave—. ¿Caitlin?
Caitlin Paine escuchó la voz y luchó por abrir sus ojos. Los sentía muy pesados, sin embargo, por más que lo intentó, apenas pudo abrirlos. Finalmente, lo logró, solo por un breve segundo, quería ver de dónde provenía aquél susurro.
Caleb.
Él estaba arrodillado a su lado, tomando su mano entre las suyas, tenía la preocupación grabada en su rostro.
—¿Caitlin?—preguntó nuevamente.
Ella trató de orientarse, de quitar las inmensas telarañas de su cabeza. ¿Dónde estaba? Podía ver lo suficiente para notar que la habitación hecha de piedra, estaba vacía. Era de noche, y por un gran ventanal entraba la luz de la luna llena. Pisos de piedra, paredes de piedra, un techo abovedado también de piedra. El material se veía suave y antiguo. ¿Estaba en un claustro medieval?
Además de la luz de la luna, la habitación estaba iluminada por una pequeña antorcha fijada a la pared del fondo, pero que no daba mucha luz. Estaba demasiado oscuro para poder ver más.
Ella trató de concentrarse en la cara de Caleb. Estaba tan cerca, a solo un pie de distancia, y la miraba con expectativa. Sus ojos parecían iluminarse mientras le apretaba la mano cada vez más fuerte. Las manos de Caleb se sentían calientes, las suyas estaban muy frías. Parecían sin vida.
A pesar de sus esfuerzos, Caitlin no pudo mantener abiertos sus ojos ni un segundo más. Estaban demasiado pesados. Se sentía... enferma, pero no era la palabra. Se sentía... pesada. Se sentía como flotando libremente, como si estuviera en un limbo, atrapada entre dos mundos. No parecía conectada con su cuerpo, no sentía ser parte de la tierra. Pero, tampoco sentía que estuviera muerta. Parecía como si estuviera tratando de despertarse de un sueño muy, muy profundo.
Trató de recordar. Boston... la Capilla del Rey... la espada. Y de pronto... la apuñalaron. Yaciendo allí, muriendo, con Caleb a su lado. Y entonces... sus colmillos, acercándose a ella.
Caitlin sintió un dolor sordo y punzante a un costado de su garganta. Debía ser donde la mordieron. Ella se lo había pedido – se lo había suplicado.
Pero por la forma en que se sentía ahora, no estaba segura de habérselo pedido. No se sentía bien. Sentía una sangre helada, fría, correr por sus venas. Sentía como si hubiera muerto sin haber dado el siguiente paso. Como si estuviera atrapada.
Más que nada, sentía dolor. Un dolor sordo, palpitante en su costado inferior derecho y en el estómago. Debía ser donde la apuñalaron.
—Lo que está pasando es normal—dijo Caleb en voz baja—. No tengas miedo. Al principio, todos pasamos por eso cuando nos convierten. Te vas a sentir mejor. Te lo prometo. El dolor va a desaparecer.
Ella quería sonreír, tocar y acariciar su rostro. El sonido de su voz hacía que todo en el mundo fuera perfecto. Hacía que todo valiera la pena. Ella estaría con él para siempre ahora, y eso le dio esperanza.
Pero estaba demasiado cansada. Su cuerpo no estaba respondiendo a lo que su cerebro quería. No podía hacer que sus labios sonrieran y no tenía la fuerza para levantar su mano. Sintió que se volvía a quedar dormida...
De pronto, sus pensamientos cambiaron nuevamente sacudiéndola para que despertase. La Espada... yacía allí, y entonces... la robaron. ¿Quién la tenía ahora?
Y entonces se acordó de su hermano, Sam. Inconsciente. Luego, ese vampiro se lo llevó. ¿Qué le habrá pasado? ¿Estará a salvo?
Y Caleb. ¿Por qué estaba aquí? Debería estar buscando la Espada. Deteniéndolos. ¿Estaba aquí solo por su bien? ¿Estaba sacrificando todo para quedarse a su lado?
Pregunta tras pregunta corría por su mente.
Reunió cada onza de fuerza que tenía y entreabrió sus labios un poco.
—La Espada, alcanzó a decir con la garganta tan seca que le dolió decirlo. Tienes que ir...—añadió—. Debes salvar...
—Shhh—dijo Caleb. Descansa.
Quería decir algo más. Mucho más. Quería decirle lo mucho que lo amaba. Lo agradecida que estaba. Cuánto deseaba que él nunca se fuera de su lado.
Pero tendría que esperar. Una nueva ola de sopor cayó sobre ella, y sus labios simplemente no se volvieron a abrir. A su pesar, sintió que se hundía, se hundía, tambaleándose de nuevo en la oscuridad, de regreso a su estado de sueño inmortal.