Introducción
Las penetraciones eran profundas, certeras y le estaba dando el calor que su cuerpo necesitaba, pero no su corazón. Esa parte de su anatomía siempre había permanecido fría, helada, como si nadie fuera capaz de mantener caliente aquel lugar. Como si esperar a ese alguien que ya no esperaba ya fuera solo una fantasía que su madre le había dicho. Demasiado tiempo había pasado ya como para pensar que algún día llegaría.
Y lo peor de todo aquello era que había creído que llegaría a conseguirla con él. Con la persona que tenía detrás de él, pero lo había confirmado. Porque después de todo, él no lo amaba. No lo hacía como él lo hacía.
Demasiado tiempo. Demasiadas épocas. Demasiados rostros.
–¡Ahhh! –jadeó cuando se vino sobre las sábanas blancas de la cama donde se encontraban.
El otro detrás de él, se corrió dentro de la protección luego de sentir como las paredes de Reth comprimían su sexo tan exquisitamente.
Sus manos siguieron recorriendo su espalda y sus costados hasta que los últimos espasmos se dieron por terminados. Luego abandonó su cuerpo como muchas otras veces y se sentó en la cama, buscando con la mirada sus prendas mientras encendía uno de los tantos cigarrillos que había dejado sobre la mesa de luz.
–Sabes que tienes que encontrarte a alguien más para hacer esto Reth –dijo con voz algo rasposa y cansada mientras le daba la primera calada a su cigarrillo –Hoy he podido venir y porque me lo has suplicado, pero no puedo todo el tiempo –lo miró de reojo, viendo este cómo giraba su mirada hacia él.
Reth lo contempló con sus ojos dorados líquidos como si estuviera viendo claramente una fuente de oro. Siempre había amado aquellos ojos y Reth lo sabía, por eso llevaba siempre aquellos ojos, aunque cuando se encontraron en la recepción del hotel, había adoptado unos ojos color café, comunes y para nada sobrenaturales.
–Deja de cambiar los ojos –le dijo algo molesto entrecerrando los ojos.
Reth suspiró y se sentó en la cama.
–Antes te gustaban –le dijo mientras se levantaba y comenzaba a vestirse.
–Lo hacían, pero siempre los usas para pedirme algo. ¿Qué quieres?
Él suspiró y negó con la cabeza. Se colocó el pantalón n***o y buscó por entre el cubrecama beige su camisa, arrugada y del mismo color.
–Juro que no vuelvo a pedirte este tipo de favores –declaró molesto mientras se la abrochaba.
El otro sonrió, con una sonrisa ladina que Reth envidiaba y amaba.
–Tengo que irme –dijo Reth mientras tomaba una carpeta marrón que el otro había llevado con él –¿Es todo lo que necesito?
–Todo lo que hemos averiguado hasta ahora. No es mucho, pero te servirá para encontrar el hada.
Una sonrisa para nada alegre se formó en sus labios.
–La verdad es que no sé si quiero encontrarla –murmuró con cierto enojo, pues no había pensado que el otro sería capaz de llevarle un caso luego de su llamada urgente.
–Reth –lo llamó mientras el otro abría la puerta –Cuídate ¿vale? Sabes que…
–Estaré bien –le cortó el otro ya cansado que él se disculpara por lo que había sucedido hacía ya más de un año.
No había sido su culpa. No había sido culpa de nadie, más que de él mismo y su confianza en que sería capaz de terminar el trabajo que él le había encargado sin problemas.
–Te llamaré para tomar algo.
–Mientras no termine con nosotros dos en una cama, encantado –le sonrió, pero Reth sabía que nunca recibiría una sonrisa en particular, una que solo se la había visto doce años atrás, mientras él iba a la universidad.
Cuando había estado enamorado de una mujer, hermosa para ser humana, con unas facciones delicadas y marcadas, labios carnosos, y buena figura.
Pero aquello nunca pudo llegar a nada, pues un mes después de que comenzaran a salir, ella murió. Y Reth no podía dejar de atormentarse de que él había sido el culpable de quitarle la felicidad a su único verdadero amigo. Porque después de todo, él había sido el culpable de que ella ya no se encontrara allí y había sido un cobarde al no decirle a su único verdadero amigo la verdad.
Cuando llegó a la parte de la recepción del hotel pagó la noche, aunque él no se quedaría, sabía que su amigo lo haría, pues tenía la noche libre y sabía que una ducha, y una buena noche de sueño no le vendría para nada mal.
–¿Podría tambien enviar el desayuno por la mañana?
–¿A alguna hora en particular señor?
–A las seis por favor.
La mujer que lo estaba atendiendo tecleó algo en el teclado de la computadora y luego levantó la mirada y asintió con la cabeza.
–Su pedido ya fue hecho.
–Muchas gracias –le contestó con un leve asentimiento y una sonrisa encantadora, lo que provocó que la joven se sonrojara levemente y le sonriera tímidamente.