Todo se hacía con precisión y rapidez. Hizo las cincuenta flexiones tan rápido que ni sentía la quemazón en la parte superior de sus brazos hasta que las terminó y se dirigió a la carrera de obstáculos con zonas de barro. Con cualquier tipo de actividad física, se había mentalizado de que no era ella la que estaba empujando realmente hasta que tanto sus brazos como sus piernas le temblaban y sus abdominales parecían tiras de carne dentada.
Había sesenta alumnos en su unidad y ella era una de las nueve mujeres. Esto no le molestaba, seguramente debido a que el tiempo que había pasado en Nebraska le había endurecido como para que no le importara el género de la gente con la que trabajaba. Simplemente mantuvo la discreción y trabajó lo mejor que pudo, lo que, a pesar de que no era tan orgullosa como para decirlo, era bastante excepcional.
Cuando el instructor anunció el final de su último circuito—una carrera de dos millas a través de bosques y caminos embarrados—la clase se disolvió y cada uno se fue por su lado. Mackenzie, por otra parte, se sentó en uno de los bancos junto al borde de la pista y estiró las piernas. Sin gran cosa por hacer el resto del día y todavía con la sensación de satisfacción de su exitosa prueba en el Callejón de Hogan, pensó en salir a correr una vez más.
Por mucho que odiara admitirlo, se había convertido en una de esas personas a las que les gustaba correr. Aunque no tenía pensado registrarse en ningún maratón temático, había conseguido apreciar el acto en sí mismo. Además de los largos y las carreras que requería su entrenamiento, encontró tiempo para correr por los senderos forestales del campus que se encontraba a seis millas de las oficinas centrales del FBI y, como consecuencia, a unas ocho millas de su nuevo apartamento en Quantico.
Con su camiseta de entrenamiento empapada de sudor y un rubor en sus mejillas, terminó el día con una carrera alrededor de la pista de obstáculos, saltándose las colinas, los troncos caídos y las redes. Mientras lo hacía, notó cómo le miraban dos hombres diferentes—no debido a ningún ensueño lujurioso, sino con cierta admiración que, sinceramente, le alentó a seguir.
Aunque, la verdad sea dicha, no le hubiera importado recibir alguna mirada de deseo de vez en cuando. Este nuevo y esbelto cuerpo por el que había trabajado tan duro se merecía algo de aprecio. Era extraño sentirse tan cómoda en su propia piel, pero estaba aprendiendo a apreciarlo. Sabía que a Harry Dougan también le gustaba, aunque, por el momento, no había dicho nada. Y hasta si fuera a decir algo, Mackenzie no estaba segura de cómo le respondería.
Cuando terminó con su última carrera (algo menos de dos millas), se dio una ducha en las instalaciones de la Academia y al salir compró un paquete de galletas saladas en la máquina expendedora. Tenía el resto del día a su disposición; cuatro horas para hacer lo que le diera la gana antes de pasarse por la cinta andadora en el gimnasio—una pequeña rutina a la que había conseguido acostumbrarse para mantenerse un paso por delante de todos los demás.
¿Qué podía hacer con el resto del día? Quizá pudiera terminar de deshacer las maletas. Todavía había seis cajas en su apartamento a las que ni había cortado la cinta de empaquetar. Eso sería lo más inteligente, aunque también se preguntaba qué tendría pensado Harry para esa noche, si todavía estaría dispuesto a tomar un trago. ¿Se refería a esta noche o a alguna otra noche?
Y, además de eso, se preguntó qué estaría haciendo el Agente Ellington.
Ellington y ella casi habían quedado en unas cuantas ocasiones pero al final nunca había resultado posible—probablemente para bien, en lo que a Mackenzie se refería. Podía pasarse el resto de su vida sin que le recordaran la vergüenza que había pasado con él en Nebraska.
Mientras trataba de decidir qué hacía con su tarde, se dirigió a su coche. Cuando introdujo la llave en la cerradura de la puerta, vio un rostro familiar pasar corriendo. La corredora, una compañera en formación con la Academia llamada Colby Stinson, la vio mirándola y sonrió. Corrió hacia el coche de Mackenzie con tal energía que Mackenzie pensó que Colby debía de estar comenzando su carrera, y no terminándola.
“¿Qué pasa?,” dijo Colby. “¿Te dejó atrás la clase?”
“No. Me las arreglé para hacer otra carrera.”
“Claro, por supuesto que sí.”
“¿Qué se supone que significa eso?” preguntó Mackenzie. Colby y ella se conocían bastante bien, aunque no se pudiera decir que eran amigas. Nunca estaba segura de si Colby se estaba haciendo la graciosa o intentando que reaccionara.
“Significa que estás increíblemente motivada y que destacas en tu campo,” dijo Colby.
“Culpable.”
“¿Y qué estás haciendo?” preguntó Colby. Entonces señaló al paquete de galletas que Mackenzie tenía en la mano. “¿Ese es tu almuerzo?”
“Así es,” dijo ella. “Triste, ¿verdad?”
“Un poco. ¿Por qué no vamos a comer algo? Me encanta la idea de comer una pizza.”
A Mackenzie también le sonaba muy bien la idea de comer pizza. Lo que no quería era sufrir la charlatanería, especialmente con una mujer que mostraba inclinación por la conversación chismosa. Por otra parte, sabía que necesitaba algo más en su vida que el entrenamiento, el entrenamiento extra, y encerrarse en su apartamento.
“Sí, hagámoslo,” dijo Mackenzie.
Era una pequeña victoria—salir de su zona de confort para intentar hacer amigos en este nuevo lugar, en este nuevo episodio de su vida. Con cada paso que tomaba, abría una nueva página y estaba, con toda sinceridad, deseando comenzar a escribir.
*
La pizzería de Donnie solo estaba medio llena cuando llegaron Mackenzie y Colby a media tarde, cuando habían salido muchos comensales del almuerzo. Eligieron una mesa en la parte trasera y pidieron una pizza. Mackenzie se permitió relajarse, descansando sus doloridas extremidades, pero no pudo hacerlo durante mucho tiempo.
Colby se sentó en el borde de su asiento y suspiró. “Y bien, ¿podemos abordar el elefante en la sala?”
“¿Hay un elefante?” preguntó Mackenzie.
“Lo hay,” dijo Colby. “Aunque va vestido todo de n***o y se mezcla con su entorno la mayor parte del tiempo.”
“Muy bien,” dijo Mackenzie. “Explícame ese elefante, y dime por qué has esperado hasta ahora para mencionarlo.”
“Algo que no te dije antes es que el primer día que apareciste en la Academia, ya sabía quién eras. Casi todo el mundo lo sabía. Había muchos rumores. Y por eso he esperado hasta ahora para decírtelo. Cuando termine con esto, no sé cómo va a afectar nuestra relación.”
“¿Qué rumores?” preguntó Mackenzie, bastante segura de que ya sabía por dónde iban los tiros.
“En fin, las partes más importantes tratan del Asesino del Espantapájaros y de la tímida mujercita que consiguió atraparle. Una mujercita que era tan buena detective en Nebraska que el FBI fue a buscarla.”
“Es una versión bastante glorificada de ello, pero sí… reconozco ese elefante. Sin embargo, dijiste que eran las partes más importantes. ¿Hay otras partes?”
De repente, Colby pareció incómoda. Nerviosa, se colocó un mechón de su pelo castaño detrás de la oreja. “En fin, hay rumores. Escuché que algún agente intervino para que te metieran a bordo. Y… claro, estamos en un entorno dirigido por hombres. Ya te puedes hacer una idea de por dónde van los rumores.”
Mackenzie volteó la mirada, sintiéndose avergonzada. Nunca se había parado a preguntarse qué tipo de rumores secretos podían estar circulando sobre ella y Ellington, el agente que sin duda había jugado un papel crucial para que le dieran una oportunidad en el Bureau.
“Lo siento,” dijo Colby. “¿Debería haber mantenido la boca cerrada?”
Mackenzie se encogió de hombros. “Está bien. Supongo que todos tenemos nuestras historias.”
Con aspecto de sentir que había dicho demasiado, Colby miró a la mesa y tomó un sorbito de su tónica con nerviosismo. “Lo siento,” dijo suavemente. “Pensé que deberías saberlo. Eres la primera amiga de verdad que he hecho aquí y quería ser tan directa como fuera posible.”
“Igualmente,” dijo Mackenzie.
“¿Estamos bien entonces?” preguntó Colby.
“Claro. Y ahora, ¿qué tal si se te ocurre algún otro tema del que hablar?”
“Oh, eso es fácil,” dijo Colby. “Cuéntame de Harry y de ti.”
“¿Harry Dougan?” preguntó Mackenzie.
“Sí. El agente en potencia que parece desnudarte con la mirada cada vez que os encontráis juntos en la misma sala.”
“No hay nada que contar,” dijo Mackenzie.
Colby sonrió y volteó la mirada. “Si tú lo dices.”
“No, de verdad. No es mi tipo.”
“Quizá tú no seas su tipo,” señaló Colby. “Quizá solo quiera verte desnuda. Me pregunto… ¿cuál es tu tipo? Apuesto a que intenso y psicológico.”
“¿Por qué dices eso?” preguntó Mackenzie.
“Por tus intereses y tu tendencia a sobresalir en cursos y situaciones en que hay que trazar perfiles.”
“Creo que ese es un error común sobre los que están interesados en trazar perfiles,” dijo Mackenzie. “Si necesitas pruebas, te puedo dirigir hacia al menos tres hombres maduros de la Policía del Estado de Nebraska.”
Después de esto, la conversación pasó a temas triviales—sus clases, sus instructores, y temas relacionados. Durante todo ese tiempo, Mackenzie estaba hirviendo por dentro. Los rumores que había mencionado Colby eran la razón de que hubiera decidido mantenerse fuera de la vista de todo el mundo. No se había esforzado por hacer muchos amigos—una decisión que debería haberle concedido suficiente tiempo como para preparar su apartamento.
Y por debajo de todo ello estaba Ellington… el hombre que había llegado a Nebraska y le había dado la vuelta a su mundo. Parecía cliché pensar en tal cosa, pero eso era básicamente lo que había sucedido. Y la idea de que todavía no se lo había podido sacar de su mente le resultaba ligeramente repugnante.
Hasta cuando Colby estaba hablando con ella de cosas agradables al terminar de comer, Mackenzie se preguntó qué estaría haciendo Ellington. Se preguntó qué estaría haciendo ella si él no hubiera llegado paseando a Nebraska durante su intento de detener al Asesino del Espantapájaros. No era una imagen agradable: seguramente seguiría conduciendo por aquellas carreteras imposiblemente rectas, bordeadas de cielo, campos de cultivo, o maíz. Y seguramente estaría emparejada con algún imbécil machista que sería una versión más joven y más cabezota de Porter, su antiguo compañero.
No echaba en falta Nebraska. No echaba en falta las rutinas del trabajo que había desempeñado allí; y sin duda alguna, no echaba en falta la mentalidad. Lo que sí que echaba en falta, no obstante, era la certeza de que encajaba. Es más, ella formaba parte del nivel superior de personal de su departamento. Aquí en Quantico, eso no era cierto. Aquí había una competición enorme y tenía que luchar para mantener su posición de liderazgo.
Afortunadamente, estaba más que dispuesta a asumir el reto y contenta de dejar en el pasado al Asesino del Espantapájaros y a la vida que tenía antes de su arresto.
Solo le faltaba conseguir dejar de tener pesadillas.
CAPÍTULO DOS
A la mañana siguiente comenzó temprano y sin rodeos con entrenamiento de armas, algo que Mackenzie estaba descubriendo que se le daba muy bien. Lo cierto es que siempre había tenido buena puntería, pero con la instrucción adecuada y una clase con otros veintidós aspirantes que competían con ella, se había hecho escalofriantemente buena. Todavía prefería la Sig Sauer que había utilizado en Nebraska y le había complacido comprobar que el arma reglamentaria del Bureau era un Glock, que no era muy diferente.
Echó una buena ojeada al objetivo de papel al final del corredor de tiro. Una larga lámina de papel colgaba estacionaria de un raíl mecanizado a veinte metros de distancia. Apuntó, disparó tres veces en rápida sucesión, y entonces bajó el arma. El tronar de los disparos retumbó en sus manos, una sensación que le había acabado gustando.
Cuando la luz verde al final del pasillo le dio la señal para continuar, pulsó el botón en el pequeño panel que tenía delante y levantó el objetivo. Se acercó hacia adelante y a medida que se acercaba más, pudo ver dónde habían aparecido tres agujeros en el objetivo de papel. Era la representación de la silueta de un hombre de cintura para arriba. Dos de los disparos habían aterrizado en la parte superior del pecho mientras que el tercero le había pasado rozando el hombro izquierdo. Eran tiros decentes (pero no extraordinarios) y aunque se sentía algo decepcionada con las balas perdidas en el tórax, sabía que lo estaba haciendo mucho mejor de lo que lo había hecho durante su primera sesión de tiro.